jueves, 21 de junio de 2012

El fango que pisan indiferentes los políticos ahoga a España. (Política, Economía. 747)

McCoy da de lleno en la responsabilidad de los políticos y en el diferente mundo en el que viven respecto al común de los mortales:


"Resulta que hace no muchos días, cuando España era ya el epicentro del terremoto europeo, la abundante delegación de una comunidad autónoma traspasaba el umbral de las oficinas de una de las principales adjudicatarias públicas de obra civil en este país con una reivindicación, a su juicio, legítima:

que se ampliara la capacidad de una de sus infraestructuras de transporte. Ustedes me perdonarán pero no puedo dar más detalles. No venía tal solicitud respaldada por informe alguno que denunciara un nivel de saturación insoportable u ofreciera algún tipo de justificación económica para el proyecto. Qué va. Lo importante era el agravio comparativo, el que la región vecina disfrutaba de unas instalaciones que a ellos se les negaba. Y era hora de reparar dicha ‘ofensa’ ya se esté hundiendo el mundo ahí fuera. Estamos hablando de 2012, primavera, con la prima de riesgo por encima de 500 puntos básicos y nuestra deuda a 10 años rentando a los nuevos adquirentes en mercado más del 7%.
Comprenderán mi estupefacción primero y mi incredulidad después ante una revelación de este tipo, procedente de una persona que había sido, si no protagonista principal, sí testigo directo de la historia. A mi pregunta de cuál fue la reacción del directamente interpelado, me contestó: McCoy, se quedó boquiabierto ante la irrealidad de la propuesta en el entorno actual, el convencimiento de la legitimidad con que la formulaban y su expectativa de que la respuesta, cómo no, sería positiva. Ante la negativa de aquel a quien correspondía rechazar formalmente sus pretensiones, asomó una actitud no de sonrojo sino de despecho. Casi en plan, 'con Franco no hubiera pasado'. Si esto ocurre ahora, qué no habrá sucedido en el pasado. Aquí con tal de no pisar callos y contentar a todos, se han cometido las barbaridades que salen en los papeles un día sí y otro también. Pero, macho, estos pisan con donaire el fango en el que los demás nos ahogamos…
No había otra, un testimonio tan impresionante y tan revelador de cómo la casta sigue instalada en los despachos ajena a la realidad de buena parte de los españoles tenía que encontrar acomodo en este blog. De hecho, me ha traído a la memoria una conversación también relativamente reciente con quien fuera consejero delegado, tiempo ha, de una importante constructora nacional. Su discurso es muy revelador y defiende la tesis de que el Ministerio de Fomento debería dejar de ser centro de ‘costes’ para convertirse en fuente de ingresos para el Estado. Para ello sería imprescindible llevar a cabo un proceso de privatizaciones y liberalizaciones similar al que realizó en su día Margaret Thatcher en Reino Unido a finales de los 80. Allí la mayoría de las infraestructuras están en manos privadas y la Administración Central se limita a regular, supervisar y garantizar el cumplimiento de unos niveles mínimos de servicio para la mayoría de los ciudadanos. El concepto de estratégico no es incompatible con una gestión privada que genere ingresos upfront y flujos recurrentes.Ahí fuera lo han hecho, está todo inventado.
El problema, vuelta la burra al trigo, es doble: el carácter provinciano que rodea buena parte de las decisiones de inversión, vacías de contenido económico que las respalde, y el inmovilismo y la incapacidad de decir ‘no’, fruto de ese afán por contentar a todos que podría llevar a afirmar ‘de puro bueno que son, no pueden ser más tontos’. Ambos factores han conducido a que el valor de buena parte de los bienes susceptibles de ser privatizados sea, a día de hoy, irrisorio. Habría, por tanto, que actuar primero sobre esa realidad. El desmantelamiento de las ineficiencias, que son casi todas, del modelo autonómico y la profesionalización de la gestión, en la que se están dando ya primeros y significativos pasos, facilitaría, entre otras cosas, el…
  1. racionalizar, en la medida en que se pueda, el desvarío faraónico de la última década, tarea complicada pues el mal está hecho. Mejor un buen cierre que un mal gasto recurrente o una subvención absurda por pasajero;
  2. mejorar las cuentas operativas -ingresos y costes- de los activos viables, que no son todos ni mucho menos. Actuar sobre tasas, frecuencias, horarios…;
  3. reducir la deuda asociada a los mismos, en algunos casos imposible de repagar si no se abordan cambios sustanciales… y aún así;
  4. congelar las inversiones en tanto se mantenga el exceso de capacidad y solo acometer aquellas que tienen un racional financiero (como las ferroviarias para mercancías: conexiones portuarias y eliminación de curvas);
  5. penalizar el transporte por carretera, mucho más contaminante y que exige labores constantes de mantenimiento en la red, a través de la fijación de cánones similares a los de las compañías aéreas por el uso de los aeropuertos.
Y permitir de este modo que el Estado, como cualquier otra empresa, pueda maximizar el valor de sus activos y obtener por ellos un precio más que razonable. Que con un 60% de los pasajeros de AENA, BBA casi le doble en EBITDA (beneficio antes de intereses, impuestos, amortizaciones o depreciaciones); que la gran mayoría de las líneas de alta velocidad no pague siquiera sus costes de mantenimiento, cuánto más su amortización, y sobren trenes a espuertas; que cualquier país con un tránsito importante de camiones cobre la llamada Euroviñeta y España no, son tres ejemplos de que está todo por hacer. Lo peor que podría suceder es que con las prisas se perdiera esta magnífica oportunidad de monetizar recursos y asegurarse rentas que, llega tarde, pero aún está ahí.
Eso sí, mientras la orquesta del Titanic que configura la política regional y local, derivación de la nacional, toque alegremente ajena a la desgracia que se produce a su alrededor, no hay nada que hacer. Seguirán existiendo dos mundos paralelos: el asfixiante del común de los mortales y el imaginario del de las poltronas de mando, regido por otro tipo de prioridades. Ahí siguen todas las teles autonómicas, emitiendo 24 horas siete días a la semana. Dicen que Europa está forzando el cambio que nuestro viciado sistema democrático no es capaz de llevar a cabo por sí solo. Ojalá sea así. Ya estamos de fango hasta el cuello. Tenemos muy poco más que perder y, aunque tampoco haya mucho a ganar, si al final del camino hay una reconciliación de intereses entre ciudadanos y representantes públicos, habrá merecido la pena. Que haya habido que llegar a este punto... En fin."

Fuente: Cotizalia

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