viernes, 7 de septiembre de 2012

El socialismo en la práctica: El laboratorio letal. (Política, Economía. 870)

La naturaleza exhaustiva del fracaso del socialismo no se enseña en los libros universitarios de texto. El asunto se encubre cuando es posible...

"¿Cuál ha sido el experimento socialista más largo? ¿Cuál ha sido su éxito?
Si alguien os pide defender la idea de que el socialismo ha fracasado, ¿qué ofreceríais como ejemplo?
¿Dónde empezó el socialismo moderno? En Estados Unidos.
Es verdad: en la tierra de los libres y el hogar de los valientes. En las reservas indias.
Se inventaron para controlar a los guerreros adultos. Tenían como objetivo mantener a la población nativa en la pobreza y la impotencia.
¿Funcionó el sistema? Podéis apostar a que sí.
¿Ha sido el experimento un fracaso? Todo lo contrario: ha sido un éxito.
¿Cuándo fue la última vez en la que oísteis que un levantamiento indio tuviera éxito?
¿Es pobre este pueblo? Son los más pobres de Estados Unidos.
¿Están en paro? Por supuesto.
El año pasado, el Departamento de Agricultura de EEUU asignó 21 millones de dólares a proporcionar electricidad subvencionada a los residentes en las reservas cuyas casas están más distantes de los trabajos y las oportunidades. Podéis leer aquí acerca de esto. Esto les mantendrá pobres. Poder tribal significa impotencia tribal.
Las tribus son dependientes. Seguirán siéndolo. Eso pretendía el programa.
Por alguna razón, los libros de texto no ofrecen una página o dos sobre la corrupción, la burocratización y la pobreza multigeneracional creadas por el socialismo dirigido tribalmente. Aquí tenemos una serie de laboratorios sociales dirigidos por el gobierno. ¿Qué éxito han tenido? ¿Dónde están las reservas que han sacado sistemática a la gente de la pobreza?
La próxima será la primera.

Paraísos de los trabajadores

La Unión Soviética duró como un paraíso socialista de los trabajadores de 1917 a 1991. Como resultado directo de ese experimento murieron al menos 30 millones de rusos. Pueden haber sido el doble. El experimento de Chine fue más corto: de 1949 a 1978. Tal vez murieron 60 millones de chinos.
El sistema con consiguió dar los frutos prometidos. No puedo pensar en un tema más apropiado para una clase de economía que una explicación del fracaso del socialismo. Lo mismo valdría para un curso sobre historia mundial moderna. Un curso de ciencias políticas debería ocuparse con detalle de este fracaso.
Por supuesto, no lo hacen. No empiezan con la refutación esencial de la teoría económica, el ensayo de Ludwig von Mises de 1920, El cálculo económico en la comunidad socialista. ¿Por qué no? Porque la mayoría de los sociólogos, economistas e historiadores nunca han oído hablar de él. Entre la gente de más de 50 años que sí oyó hablar de él, lo hizo de algún prosocialista o defensor keynesiano, que escribió lo que se le había dicho al la universidad en la década de 1960, que es que el artículo fue completamente refutado por Oskar Lange en 1936.
Nunca se les dijo que cuando Lange, un comunista, volvió a Polonia en 1947 para ocupar varios altos cargos, el gobierno comunista no le invitó a implantar su gran teoría del “socialismo de mercado”. Nunca lo hizo ninguna otra nación socialista.
Durante 50 años, los libros de texto, si mencionan a Mises en absoluto, decían solo que Mises había sido totalmente refutado por Lange. La academia del establishment echó a Mises al pozo de la memoria de Orwell.
El 10 de septiembre de 1990, el multimillonario autor economista socialista Robert Heilbroner publicó un artículo en el New Yorker. Se titulaba “Después del comunismo”. La URSS estaba derrumbándose visiblemente. En él, repetía la historia de la refutación de Mises. En la universidad, a él y a sus compañeros se les enseñaba que Lange había refutado a Mises. Luego anunciaba: “Mises tenía razón”. Aún así, en su libro de texto superventas sobre historia del pensamiento económico, The Worldly Philosophers, nunca se refería a Mises.

Los fracasos visibles

El fracaso universal del socialismo del siglo XX empezó en los primeros meses de la toma del poder en Rusia por Lenin. La producción disminuyó de golpe. Empezó una reforma marginalmente capitalista en 1920, la Nueva Política Económica. Eso salvo al régimen del colapso. La NPE fue abolida por Stalin.
Década tras década, Stalin asesinaba gente. El mínimo estimado es de 20 millones. Esto era negado por prácticamente toda la intelectualidad en Occidente. Solo en 1968 publicó Robert Conquest su libro monumental, The Great Terror. Su estimación actual: cercana a 30 millones. Se ridiculizó el libro. La entrada de Wikipedia sobre el libro es adecuada.
Publicado durante la Guerra del Vietnam y durante un recrudecimiento del sentimiento marxista revolucionario en las universidades y círculos intelectuales occidentales, The Great Terror recibió una recepción hostil.
La hostilidad hacia la investigación histórica de Conquest fue resaltada básicamente por dos factores:
El primero era que él se negaba a aceptar la versión de los hechos presentada por el propio líder soviético Nikita Jrushchov, a partir de la denuncia realizada por éste a los excesos de su antecesor Iósif Stalin, desde el posteriormente célebre discurso secreto del 25 de febrero de 1956. La evaluación de Jrushchov, apoyada por varios izquierdistas occidentales, de que Stalin y sus purgas eran una «aberración» de los ideales de la revolución y que eran contrarias a los principios del leninismo. Por su lado, Conquest argumentaba que el estalinismo era un a «consecuencia natural» del sistema político totalitario establecido por Lenin, aunque no obstante reconocía que los rasgos característicos de la propia personalidad de Stalin habían en gran parte contribuido causado los «horrores» particulares que tuvieron lugar en la Unión Soviética a mediados y a fines de la década de 1930, durante el período de la Gran Purga. Al respecto, Neal Ascherson notó: «Todo el mundo para ese entonces podía estar de acuerdo en que Stalin era un hombre muy malvado, pero nosotros todavía queríamos creer en Lenin; y Conquest dijo que Lenin era tan malo y que Stalin simplemente había realizado el programa de Lenin.»
El segundo factor era la aguda crítica de Conquest hacia los intelectuales occidentales, hacia lo que él veía como «ceguera» (ideológica) de ellos hacia la realidad de la Unión Soviética, tanto durante la década de 1930 como incluso en el decenio de 1960. Figuras relevantes de la intelectualidad y la cultura de izquierda, como Beatrice y Sidney Webb, George Bernard Shaw, Jean-Paul Sartre, Walter Duranty, sir Bernard Pares, Harold Laski, D. N. Pritt, Theodore Dreiser y Romain Rolland fueron acusados por Conquest de haber sido «tontos» al servicio de Iósif Stalin y «apologistas» de su régimen totalitario, debido a varios comentarios que ellos habían hecho negando, excusando o justificando varios aspectos de las purgas.
La izquierda sigue odiando el libro, sigue intentando decir que exageraba las cifras.
Luego llegó El libro negro del comunismo (1999) que coloca la estimación mínima de ciudadanos ejecutados por el comunismo en 85 millones, probablemente 100 millones o más. El libro fue publicado en Estados Unidos por la Harvard University Press, así que no podía rechazarse como un panfleto de derechas.
La izquierda trata de ignorarlo.

La gallinita ciega

La respuesta de la universidad sido considerar a todo el experimento como mal dirigido, pero no propiamente malvado. Raramente se menciona el coste en vidas. Antes de 1991, se mencionaba aún más raramente. Antes del Archipiçélago Gulag (1973) de Solzhenitsyn, se consideraba atentar contra la etiqueta que un docente universitario hiciera algo más que mencionarlo de pasada, limitándolo a las purgas de Stalin del Partido Comunista a finales de la década de 1930 y no nombrando casi nunca las muertes por hambre como política pública. “¿Ucrania? Nunca oí hablar de ella”. “¿Los kulaks? ¿Qué son los kulaks?”
No se menciona el estado decrépito de todas las economías socialistas de principio a fin. Sobre todo, no hay referencia a las críticas en Occidente que advertían que estas economías eran pueblos Potemkin: pueblos falsos creados por el gobierno para engañar la fe de los izquierdistas que venían a ver el futuro. Volvían a casa con relatos deslumbrantes.
Hay un libro acerca de estas almas ingenuas y confiadas, que estaban completamente convencidas: Political Pilgrims: Travels of Western Intellectuals to the Soviet Union, China, and Cuba, 1928–1978, de Paul Hollander. Lo publicó la Oxford University Press en 1981. Fue ignorado por la intelectualidad durante una década.
La mejor descripción de esta gente que yo haya leído nunca viene de Malcolm Muggeridge, que fue durante los primeros años de la década de 1930 reportero del Guardian en Moscú. Todo lo que escribía era censurado antes de enviarse a Inglaterra. Lo sabía. No podía reportar la verdad y el Guardian no la hubiera publicado si lo hubiera hecho. Esto proviene del tomo 1 de su autobiografía, Chronicles of Wasted Time.
Para los periodistas extranjeros residentes en Moscú, la llegada de los distinguidos visitantes era asimismo una ocasión de gala, por una razón distinta. Nos proporcionaba nuestra mejor (casi nuestra única) diversión. Por ejemplo, cuando oímos que [George Bernard] Shaw, acompañado por Lady Astor (que fue fotografiada cortándose el pelo), declaraba que estaba encantado de descubrir que no había escasez de comida en la URSS. O [Harold] Laski cantando las glorias de la nueva Constitución Soviética de Stalin. (…) Nunca he olvidado a estos visitantes o dejado de maravillarme ante ellos, ante cómo han ido cada vez a más, continuando iluminando nuestra oscuridad y y guiándonos, aconsejándonos e instruyéndonos; a veces momentáneamente avergonzados, pero siempre dispuestos a levantarse, ponerse sus cascos de cartón, montar a Rocinante e ir galopando de nuevo en otra incursión a favor de los aplastado y oprimidos. Son incuestionablemente una de las maravillas de nuestra era y atesoraré hasta que muera como un bendito recuerdo su espectáculo viajando con radiante optimismo en un país famélico, vagando en felices bandadas sobre pueblos escuálidos y abarrotados, escuchando con fe inconmovible la fastuosa labia de guías cuidadosamente formados y adoctrinados, repitiendo como escolares una tabla de multiplicar, las fabulosas estadísticas y lemas sin sentido entonados inacabablemente ante ellos. He ahí, pensaba, un serio oficinista en alguna sucursal local de la Liga de las naciones Unidas, ahí un devoto cuáquero que una vez tomó el té con Gandhi, ahí alguien que arremete contra los tests de inteligencia y las leyes contra la blasfemia, ahí un declarado defensor de la libertad de expresión y los derechos humanos, ahí una persona indomable contra la crueldad a los animales, ahí veteranos dignos y llenos de cicatrices de cien batallas por la verdad y la justicia; todos, todos cantando las bondades de Stalin y su dictadura del proletariado. Era como si una sociedad vegetariana hubiera hecho una reclamación apasionada a favor del canibalismo o Hitler hubiera sido nominado póstumamente al Premio Nobel de la Paz.
Este fenómeno no acabó en la década de 1930. Se mantuvo hasta el último aliento del engaño económico de los soviéticos. La quiebra intelectual y moral a largo plazo de los líderes intelectuales occidentales se hizo patente finalmente en 1991 con la reconocida quiebra económica y tiranía de los regímenes marxistas que Occidente había aceptado como una alternativa válida al capitalismo.
No puede encontrarse un ejemplo mejor de este autoengaño intelectual que en el caso de Paul Samuelson, profesor de economía en el Massachusetts Institute of Technology, el primer estadounidense en ganar el Premio Nobel de economía (1970), antiguo columnista de Newsweek y autor del que es con mucho el libro de texto de economía más influyente en el mundo de posguerra (1948-hoy): al menos 3 millones de ejemplares, 31 idiomas. Anunciaba en la edición de 1989 de su libro de texto: “La economía soviética es una prueba de que,. Contrariamente a lo que muchos escépticos habían creído antes, una economía socialista dirigida puede funcionar e incluso prosperar”.
Mark Skousen encontró esa perla. También encontró esta, mucho más condenatoria.

El experimento soviético

Felix Somary registra en su autobiografía una discusión que tuvo con el economista Joseph Schumpeter y el sociólogo Max Weber en 1918. Schumpeter era un economista austriaco que no era una economista de la Escuela Austriaca. Posteriormente escribió la monografía más influyente sobre la historia del pensamiento económico. Weber fue el más prestigioso sociólogo académico en el mundo hasta su muerte en 1920.
Schumpeter expresaba alegría respecto de la Revolución Rusa. La URSS sería un test de prueba para el socialismo. Weber advertía que esto causaría una miseria sin precedentes. Schumpeter replicó: “puede ser, pero sería un buen laboratorio”. Weber respondió: “¡Un laboratorio lleno de cadáveres humanos!” Schumpeter contestó: “Todas las aulas de anatomía son así”.[1]
Schumpeter era moralmente un monstruo. No nos andemos con rodeos. Era un hombre muy sofisticado, pero en el fondo era moralmente un monstruo. Quien pueda desdeñar así las muertes de millones es moralmente un monstruo. Weber salió inmediatamente de la habitación. No le culpo.
Weber murió en 1920. Fue el año en que apareció el ensayo de Mises: Economic Calculation in the Socialist Commonwealth. Weber lo incluyó en una nota a pie de página en su obra maestra, publicada póstumamente como Economía y sociedad (p.107). Weber entendió su importancia tan pronto como lo leyó. Los economistas académicos, no. Todavía hoy hay pocas referencias a él.
Mises explicaba analíticamente por qué es irracional el sistema socialista: no hay mercados de capital. Nadie sabe lo que debería costar nada. Decía que el sistema o bien violaría el compromiso con la planificación total o fracasaría completamente. Nunca se le perdonó este abandono de la etiqueta. Tenía razón y los intelectuales se equivocaban. Las comunidades socialistas han colapsado, excepto Corea del Norte y Cuba. Lo que es peor, tenía razón en términos de una simple teoría de mercado que cualquier persona inteligente puede entender. Ese artículo es un testimonio para los intelectuales de Occidente: “No hay nadie tan ciego como el que rechaza ver”.

La prueba del pudding

Mises creía que la prueba del pudding estaba en la receta. Si añade sal en lugar de azúcar, no será dulce. Pero la intelectualidad está comprometida oficialmente con el empirismo. Cree que las pruebas estadísticas deberían confirmar la teoría. Pero las pruebas han durado décadas. Las economías socialistas suspendían y luego publicaban estadísticas falsas. Pero aun así los intelectuales occidentales insistían en que el ideal socialista era moralmente sólido. Insistían en que los resultados acabarían demostrando que la teoría era correcta.
Es conocido que Nikita Jrushchov dijo esto a Nixon en su famoso “debate de cocina” de 1959. Aquel había sido un burócrata que sobrevivió a Stalin supervisando la matanza de decenas de miles de personas en Ucrania. Dijo a Nixon: “Os enterraremos”. Se equivocaba.
A los universitarios no se les informa ni de la teoría del socialismo ni de la magnitud de sus fracasos, tanto económica como demográficamente. En la era anterior a 1991 era más fácil que ahora. La intelectualidad tiene ahora que admitir que el capitalismo es más productivo que el socialismo. Así que ahora la táctica es decir que es moralmente deficiente. Peor aún, que ignora la ecología. Esta fue la estrategia recomendada por Heilbroner en su artículo de 1990. Decía que los socialistas tendrían de pasar de acusar al capitalismo de ineficiencia y derroche a acusarle de destrucción medioambiental.

Conclusiones

La naturaleza exhaustiva del fracaso del socialismo no se enseña en los libros universitarios de texto. El asunto se encubre cuando es posible. Era más fácil imponer sanciones contra alguien en los mundos relacionados de la universidad y el periodismo antes de 1991.
Deng Xiaoping anunció su versión de la Nueva Política Económica de Lenin en 1978. Pero no tuvo mucha publicidad.
En 1991 se cayó Humpty Dumpty. Ni todos los caballos del rey ni todos los hombres del rey pudieron volver a componerlo. Gorvachov fue presidente hasta el último aliento en 1991. Recibió el premio del “hombre de la década” de la revista Time en 1990. En 1991 se convirtió en un exdictador asalariado. El socialismo fracasó (totalmente). Pero la intelectualidad sigue rechazando adoptar la filosofía del libre mercado de Mises, el hombre que predijo los fracasos del socialismo y proporcionó argumentos para apoyar su condena universal.
Por eso es una buena idea predecir la desaparición de las malas políticas económicas, njunto con vuestro análisis. “Os lo dije y os dije por qué” vence a “Os lo dije”.
[1] Felix Somary, The Raven of Zurich (Nueva York: St. Martin’s, 1986), p. 121.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí."

Fuente: Instituto Mises Hispano

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