miércoles, 12 de septiembre de 2012

Vuelve la gran polémica pedagógica: ¿debemos dejar llorar a nuestros hijos? (Educación, Salud. 106)

Sobre la polémica al respecto de los problemas de paternidad ante los lloros continuos del recién nacido:

"De entre la multitud de responsabilidades y problemas que acarrea la paternidad en el día a día, los problemas para conciliar el sueño y las dificultades para descansar por la noche son dos de las más claras, como resultado de los lloros continuos del recién nacido. Este es, de hecho, uno de los factores que más influyen en la depresión postparto que tantas mujeres padecen en las semanas posteriores del alumbramiento. Por ello, cada vez más estudios se han dedicado a averiguar cuál es el comportamiento idóneo por parte de los padres hacia sus hijos con el objetivo de reparar fuerzas cada noche de manera adecuada sin ignorar las necesidades de sus hijos. El último de ellos es el realizado en la Universidad de Melbourne por un grupo de pediatras, en el que se asegura que dejar que el bebé llore hasta que se canse no le causa ningún daño a largo plazo.

“Las técnicas de sueño conductistas no muestran ningún efecto permanente a largo plazo, tanto positivo como negativo”, concluye el grupo de cinco científicos. “Los padres y los profesionales de la salud pueden emplear este tipo de herramientas con confianza para reducir los problemas a corto y medio plazo derivados de los problemas de sueño de los niños y de la depresión materna”. Los investigadores señalan en el artículo publicado en la revista Pediatrics que su principal preocupación es proveer a los padres con las herramientas necesarias para evitar los problemas de sueño derivados de su paternidad, el punto de vista que habitualmente ha adoptado el conductismo en su acercamiento a la crianza.

Los resultados se han obtenido después de cinco años de trabajo con una muestra de 326 niños cuyos padres señalaban que sus hábitos de sueño habían sido perjudicados por sus descendientes. El grupo de investigadores señaló que los infantes que habían sido sometidos a estas estrategias no mostraban ninguna diferencia sustancial respecto a los que habían sido criados de la manera tradicional a los seis años en lo referente a su salud mental, costumbres de de sueño, funcionamiento psicosocial y la regulación del estrés. Sin embargo, la salud de las madres parecía ser mucho mejor, ya que el riesgo de sufrir depresión postparto se había reducido.

Métodos empleados

La traducción que este descubrimiento tiene en términos prácticos alude, principalmente, a dos estrategias conductistas ampliamente utilizadas. Una es el controlled crying o llanto controlado, consistente en dejar pasar un tiempo determinado (unos cinco minutos) entre las respuestas que los padres ofrecen al niño cuando este se pone a llorar, con el objetivo de que se acostumbre a calmarse por sí mismo.

La otra es el camping out o acampada, que consiste en que los padres esperen en la habitación de sus hijos hasta que el niño caiga dormido, con el objetivo de que este sea capaz de adquirir hábitos de sueño sin que los padres jueguen un papel activo, por ejemplo, arrullando o meciendo al niño. Entre los pasos que se ha de seguir para llevar a cabo esta técnica se encuentran poner la silla al lado de la cama (a una distancia de unos 30 o 40 centímetros), no tocar al niño mientras este intenta conciliar el sueño y abandonar la habitación una vez ha caído dormido. Sólo se ha de volver a colocar la silla en caso de que el niño se despierte, y repetir el proceso.

Una polémica que viene de lejos

Los que estén atentos a las últimas novedades en este campo recordarán que en mayo de este mismo año se presentó un estudio semejante en el que se aseguraba todo lo contrario a lo que los investigadores de la Universidad de Melbourne afirman: que aquellos niños a los que se les deja llorar sin hacerles caso se sienten estresados incluso después de que parezcan haberse calmado.

La investigación, llevada a cabo por diferentes investigadores de la Universidad de Canadá y la Universidad de Texas fue publicada en Early Human Development y señalaba que el “llanto controlado” defendido por los conductistas provoca que los niveles de cortisol de los niños se disparen incluso una vez dejan de llorar.

La autora del estudio, Wendy Windlemiss, señala cómo descubrió que “las respuestas conductuales y fisiológicas de los niños se disocian, de manera que siguen experimentando una gran angustia mientras se quedan dormidos, tal y como se refleja en sus niveles de cortisol”. La científica recordaba que, al contrario de lo que señalan las teorías conductistas, los niños no aprenden a autorregularse gracias a estas técnicas, sino que simplemente desaparece la exteriorización del sentimiento de abandono.

La discusión también se ha trasladado al panorama editorial español, donde cada visión de la paternidad tiene sus adeptos y detractores. Una buena ilustración de esta disputa se encuentra en la diferencia de posicionamiento que, hace alrededor de un decenio, dos de los libros más vendidos mantenían respecto a este tema. Duérmete, niño (DeBolstillo, 2000) del doctor Eduard Estivill, adoptaba la misma perspectiva conductista que los investigadores de la Universidad de Melbourne (una evolución del Método Ferber), que propone herramientas semejantes y que se basan a grandes rasgos en dejar que el niño aprenda poco a poco y por su cuenta, a dormirse, dejar de llorar, etc. El ensayo no se encontró exento de polémica, de igual manera que ocurre con la mayor parte de esta teoría conductista y encontró su réplica sutil en Bésame mucho, cómo criar a tus hijos con amor (Temas de Hoy, 2003) del pediatra Carlos González que proponía un acercamiento completamente diferente al de los conductistas: el de la llamada crianza con apego, que bebe de las ideas del pediatra Wiliam Sears y el psicólogo John Bowlby, que defendían que los padres deben dar respuesta inmediata y afectuosa a las necesidades emocionales del niño.

El único consenso parece ser el de aquellos que señalan que lo ideal es mantener el equilibrio adecuado entre un modelo y otro, consultar con el propio médico y vigilar la evolución del niño. Hasta que se llegue a resultados más concluyentes, la guerra continuará, cómo no, en el campo de batalla de la ciencia y de los estudios académicos."

Fuente: El Confidencial

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