lunes, 12 de noviembre de 2012

El huracán de intervencionismo que recorre Nueva York. (Política, Economía. 992)


Efectivamente, el intervencionismo no para de crecer, también especialmente, en la otrora ciudad de la libertad. Nuevamente, las consecuencias son mucho más perniciosas para la sociedad de lo que les cabe en la cabeza, pero es tan fácilmente vendible...


""Empty America" es un curioso proyecto artístico en el que se muestra cuál sería el aspecto de las principales ciudades de Estados Unidos si estuvieran completamente desiertas. Tiene su gracia que publicaran el montaje que mostraba una desolada Nueva York, al puro estilo ‘Soy Leyenda’, precisamente el 29 de octubre, día de la llegada del huracán Sandy a la ciudad que nunca duerme. No hizo falta un enorme esfuerzo para imaginarse la ciudad vacía, pues ese día se hizo realidad. Los neoyorkinos se refugiaron en sus casas con la esperanza de que Sandy tuviera piedad y no causara demasiados estragos.

El mundo estaba expectante por ver el impacto de la denominada "tormenta perfecta" sobre esa locomotora económica que es la ciudad de Nueva York. Y lo cierto es que el impacto no ha sido para nada despreciable. Sandy se considera el mayor huracán registrado, y el segundo en daños provocados tras la tragedia del Katrina en Nueva Orleans en 2005. Nueva York tardará meses en volver a la normalidad por los destrozos causados, por las zonas inundadas, las instalaciones dañadas y edificios afectados. Eso, claro, sin contar las más de 120 víctimas mortales que el huracán se ha cobrado por la Costa Este de Estados Unidos.

En las catástrofes, sean donde sean, tienden a producirse dos curiosos efectos humanos. El primero es que el comportamiento de los ciudadanos suele ser ejemplar. Algunas veces, incluso heroico. La gente rápidamente extiende una admirable red de colaboración y ayuda para atender a quienes lo necesiten. El segundo efecto es que los políticos suelen pecar de soberbia y demagogia. El paso de Sandy ha confirmado esta natural tendencia. El afán intervencionista de los políticos se exacerba cuando se encienden los focos y toda la atención se centra en algún lugar. Sienten la necesidad de convertirse en los salvadores de la ciudad. Y, lo hagan a propósito o sin darse cuenta, terminan torpedeando el buen hacer de los ciudadanos para superar la situación.

El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, fue bautizado como "La Niñera" (‘The Nanny’) por su reciente prohibición de los refrescos de más de 16 onzas (algo menos de medio litro). No ha sido su única victoria en la cruzada alimenticia. Algunos meses atrás había aprobado una prohibición que ha tenido un duro impacto tras el paso del huracán Sandy, principalmente entre los más necesitados: había prohibido las donaciones de alimentos a los refugios de indigentes. El motivo alegado es que las autoridades no son capaces de controlar los niveles de sal, grasa, calorías y fibra de los alimentos donados. Por lo visto, aquí o comes sano, o no comes.

En las fechas previas a la llegada del huracán, las autoridades políticas se volcaron en lanzar amenazas a los comercios respecto a posibles subidas de precios debidas al huracán. Es un fenómeno al que despectivamente llaman price gouging. Es cierto que este tipo de intervencionismo de precios es muy fácil de vender. Cualquier político medianamente populista lo incluye en su repertorio. Basta decir que los malvados empresarios "se aprovechan" de las circunstancias, o que "depredan" a la gente. Pero, como dice David M. Brown en un artículo titulado "Price Gouging Saves Lives in a Hurricane", los precios nos dicen cómo bienes escasos son asignados de acuerdo con las condiciones reales. "Cuando se incrementa la demanda, los precios suben. Eso no es inmoral. (...) Y cuando la demanda de un bien se desploma o la oferta repentinamente aumenta, los precios bajan. ¿Debería ser ilegal también bajar los precios?". Para hacer una crítica a este tipo de intervencionismo no hace falta más que sacar los apuntes de economía del colegio.

Si, por cualquier motivo, no hay posibilidad de ofrecer la misma cantidad de bienes que en circunstancias normales, no se puede consumir al mismo ritmo de siempre. Así de simple. Es necesario que los precios se ajusten para que esos bienes escasos se asignen a aquellos consumidores que más los demandan. Como decía David M. Brown en el artículo anterior, "si eso es rapacidad, bienvenida sea". Bloquear este mecanismo de precios produce un grave impacto sobre la asignación de bienes. Cualquiera que haya estudiado un mínimo de economía, o simplemente tenga sentido común, sabe que limitar las subidas de precios, sean éstas repentinas por un cuello de botella puntual, como es el caso de un huracán, o por circunstancias más duraderas, provoca una cosa muy simple: desabastecimiento.

Las consecuencias de las amenazas de las autoridades ha tenido su efecto. Circulan por Internet espectaculares imágenes de desabastecimiento en tiendas y supermercados. Al limitar el proceso de mercado, los bienes no se han terminado asignando a quienes más los demandaban, sino a los que han llegado antes. Se ha sustituido el mecanismo de precios por el de "tonto el último". Y lo mismo ha pasado en el suministro de gasolina. Ha sido tal el desabastecimiento de combustible, que los políticos han vuelto a sacar su manual de intervencionismo y han aplicado la siguiente receta en la lista: la cartilla de racionamiento.

Si en un producto en concreto se han volcado los políticos en su amenaza por posibles subidas de precios, ese ha sido el de los combustibles. Bloomberg ordenó que haya al menos un policía en cada gasolinera de forma permanente para vigilar que no suban los precios. Ahora que se han encontrado con el desabastecimiento, el alcalde de Nueva York ha anunciado el racionamiento de la gasolina. La ridícula norma aprobada ordena que los días pares solo podrán ser atendidos en las gasolineras los coches cuya matrícula termine en número par, y los mismo con los impares.

Aunque en Europa la gente crea que Estados Unidos es el paraíso de la libertad, la realidad es que el intervencionismo crece a marchas forzadas. Y en Nueva York especialmente. El huracán Sandy ha servido para desnudar las vergüenzas intervencionistas de la que en su día fue la ciudad campeona de la libertad. Ahora América quiere ser como Europa, y está poniendo todo su empeño en lograrlo. Aún le falta para alcanzar el grado de perfección socialista del Viejo Continente. Pero a este paso pronto le alcanzará."

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