miércoles, 20 de noviembre de 2013

Menú para diez mil millones de humanos.

Miguel del Pino sobre la polémica con los transgénicos mostrándose en defensa de la ciencia y la racionalidad.
Artículo de Libertad Digital:
"El Siglo XX marcó el apogeo de la electrónica y los balbuceos de la informática. En nuestro Siglo XXI la Biología pide paso y debe convertirse en la Ciencia capaz de vencer los grandes retos, como la victoria frente a las enfermedades resistentes y la lucha contra la desnutrición. Estos temas nos abocan directamente hacia la polémica sobre los transgénicos.

Mala prensa

Para algunos, ser moderno y de izquierdas supone manifestarse abiertamente en contra de los alimentos transgénicos; estar a favor significa automáticamente ser catalogado de ultraderechista y reaccionario. Pues bien, éste es un tema que no debe salir del campo científico y no hay ciencia de derechas o de izquierdas, hay, simplemente, Ciencia.
La mala prensa que acompaña a todo lo relacionado con la biotecnología hace retraerse a muchos políticos a la hora de aprobar el desarrollo de cultivos transgénicos en los territorios de su jurisdicción. Los productos transgénicos son rodeados muchas veces de aureolas de peligro poco menos que esotéricas, y aunque no es la primera vez que el desarrollo científico se ve frenado por la superstición o los intereses económicos, conviene recordar que ya hemos dejado muy atrás la Edad Media. Hay que pedir paso franco a la investigación biológica, si bien, en casos como éste deba estar sometida a los más exigentes controles.

¿Qué son los transgénicos?

Hemos comenzado centrándonos en el tema de la alimentación, y a él dedicaremos la mayor parte de nuestro comentario. Recordemos sin embargo que la ingeniería genética, es decir, la capacidad de recortar genes y transferirlos de un organismo a otro, ha obtenido ya éxitos decisivos y no cuestionados por la opinión pública. Lo ha hecho en el campo de la medicina, ya sea en la consecución o mejora de productos farmacéuticos, en la producción de vacunas recombinantes, en la obtención de productos como la insulina modificada para el hombre a partir de la bovina o en la utilización en el ámbito biosanitario de algunos animales transgénicos, técnica que permite albergar interesantes esperanzas para los trasplantes de órganos.
Ciertas aplicaciones de la ingeniería genética están dedicadas al tratamiento de enfermedades humanas congénitas. La tecnología del ADN recombinante es capaz de localizar en los cromosomas genes defectuosos, eliminarlos y sustituirlos por otros sanos. Estas terapias figuran a la cabeza en las perspectivas futuras del tratamiento del cáncer, y nadie en su sano juicio será capaz de oponerse a tales estudios científicos sin ser consciente de que proclamaría una vuelta a la oscuridad medieval. Bien diferente es la postura de una parte del ecologismo en lo que se refiere a los alimentos obtenidos por ingeniería genética.

La polémica aparece en la aplicación agrícola

La mejora genética de las plantas no es tarea sencilla, ni mucho menos rápida. Una de las amenazas para el futuro de la producción de la suficiente variedad de alimentos vegetales en gran escala es que utilizamos muy pocas especies, y a veces escasas variedades de cada una de ellas. Cada vez que plantamos tubérculos de patata estamos obteniendo clones, es decir patatas idénticas genéticamente a las progenitoras, algo que en ganadería llamaríamos consanguinidad y que en absoluto es recomendable.
La inserción de ADN foráneo en células vegetales suele conseguirse utilizando un vehículo procedente de determinadas bacterias al que se denomina plásmido, la incorporación de un nuevo fragmento en el cromosoma del huésped gracias a su ayuda transmite a la planta nuevas propiedades: es cuestión de seleccionar las que han recibido inserciones afortunadas.
Por medio de este tipo de técnicas, la agricultura puede conseguir plantas resistentes a virus, bacterias y hongos; o al ataque de los insectos, como ocurre al utilizar genes de la bacteria Bacillus thuringiensis que codifican una proteína tóxica para la mayoría de las larvas de los parásitos, también se pueden obtener ventajas notables desde el punto de vista nutricional. Vamos a centrarnos en este último punto.

Arroz dorado, tomates ricos en floatos...

Libertad Digital ha tratado muy recientemente de forma clara el tema del "arroz dorado". El fruto del arroz (Oryza sativa) contiene una proteína, la orycenina en la que basa la mayor parte de sus necesidades de alimentos plásticos una proporción muy importante de la especie humana, precisamente la perteneciente a los países más poblados como buena parte de los sItuados en Oriente. El arroz es para ellos lo que el trigo para los mediterráneos, el centeno para la Eurasia fría y el maíz para los americanos.
Recordemos por otra parte que la vitamina A es fundamental para diversas funciones vitales y que su déficit puede producir ceguera (xeroftalmía), especialmente en los niños. La inserción del componente genético capaz de producir caroteno de zanahoria, precursor de la vitamina A, en el arroz puede terminar con estos problemas en los países peor desarrollados, algo que parece intolerable para muchos fundamentalistas antitransgénicos.
Los tomates enriquecidos en su componente de folatos son otro producto transgénico de nueva generación. El componente básico, llamado ácido fólico, es una vitamina no demasiado abundante en fuentes de alimentos convencionales. Es éste otro producto transgénico con grandes posibilidades de futuro.
Pronto llegarán al mercado, en cantidades importantes, patatas modificadas genéticamente para ofrecer un 20% más de resistencia a ciertos tizones que las patatas convencionales. Es posible que en los países capaces de tirar cosechas enteras para abaratar los precios o de entrar en guerras fronterizas con asaltos y destrucción del contenido de los camiones cargados de alimentos no se valore lo suficiente lo que supone un 20% de aumento en la producción de un alimento básico. Quizá lo entendieran mejor nuestros antepasados que en plena Guerra Civil consideraban alimento providencial las peladuras del tubérculo, tan transgénico en Europa que todos sus genes proceden del continente americano sin que hayan contaminado a ningún vegetal autóctono.
Vamos a reconocer, a favor del ecologismo antitransgénico, la necesidad de algo muy científico: aplicar el principio de prudencia. No se puede lanzar a la naturaleza cualquier producto modificado sin los suficientes estudios y controles previos, pero de aquí a satanizar la ingeniería genética hay un verdadero abismo.
Los países en vías de desarrollo tienen mucha razón al criticar nuestra predilección por las cosechas impropiamente llamadas "ecológicas" que, volcándose en la presunta exquisitez de los lujosos productos obtenidos con supuesta naturalidad, prefieren producciones mínimas a resultados capaces de alimentar a mayor número de seres humanos, precisamente a los más pobres. ¡Y esto se predica como un postulado progresista!
Hay un último aspecto que considerar: éste de carácter moral, y en su incumplimiento sí tienen toda la razón las críticas ecologistas; nos referimos a la necesidad de que descubrimientos biológicos, tan importantes como los que acabamos de recordar, puedan ser objeto de patentes exclusivistas que lanzan los productos obtenidos por bioingeniería a la competencia de los mercados, Tanto los medicamentos de importancia vital como los alimentos de primera necesidad obtenidos por ingeniería genética deben ser necesariamente patrimonio de la humanidad. Por esta causa sí merece que luchen juntos científicos, ecologistas y políticos."

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