domingo, 27 de abril de 2014

El engaño del salario mínimo y la muerte del sentido común

Un buen y esclarecedor artículo de James A. Dorn sobre el engaño de hacer creer que el salario mínimo es bueno para el empleo, para la reducción de la pobreza y para la mejora adquisitiva de los menos cualificados.

La aceptación de esta errónea creencia es que intuitivamente (como en tantos otros temas económicos, de ahí el éxito que tienen y lo aceptadas que son las medidas populistas pese al rotundo fracaso de su puesta en marcha, especialmente en el medio y largo plazo), a uno le pueda parecer así. Pero desgraciadamente, la realidad es justo todo lo contrario.

"El senador Edward Kennedy una vez llamó al salario mínimo “uno de los mejores programas anti-pobreza que tenemos”. Jared Bernstein, ex asesor económico principal para el vicepresidente Joe Biden, piensa que “eleva el salario de los trabajadores con ingresos bajos sin perjudicar sus prospectos de obtener un empleo”. Ralph Nader cree que los trabajadores con ingresos bajos se merecen un aumento de salario —y que el Estado lo debería proveer.
¿Por qué esas creencias persisten en vista del sentido común económico? Ningún legislador alguna vez ha derogado la ley de la demanda, que dice que cuando los precios de cada trabajador aumenta, la cantidad demandada caerá (asumiendo que las demás cosas se mantienen constantes). Esa misma ley nos dice que la cantidad demandada (es decir, la cantidad de empleos para trabajadores con poca preparación) disminuirá más a largo plazo que en el corto plazo, conforme los empleadores se desplazan hacia métodos de producción que ahorren mano de obra —y el desempleo aumentará.
La creencia de que aumentar el salario mínimo es socialmente beneficioso es un engaño. Es cortoplacista e ignora la realidad evidente. Los trabajadores que retienen sus empleos pasan a una mejor situación solamente a costa de los trabajadores con poca cualificación y, en gran medida, jóvenes que o pierden sus empleos o no logran encontrar uno con el salario mínimo legal.
Un salario mínimo más alto atrae nuevos candidatos al mercado laboral pero no les garantiza un empleo. Lo que ocurre en el lado de la demanda del mercado no es sorprendente: si el salario mínimo excede el salario predominante en el mercado (determinado por la oferta y la demanda), algunos trabajadores perderán sus empleos o verán sus horas reducidas. Hay abundante evidencia de que un aumento de un 10 por ciento en el salario mínimo conduce a una disminución de entre 1 y 3 por ciento a corto plazo en el empleo de trabajadores con poca cualificación (utilizando a los adolescentes como un grupo representativo), y a una disminución mayor a largo plazo, junto con un creciente desempleo.
Los empleadores tienen más flexibilidad a largo plazo y encontrarán formas de economizar en trabajadores disponibles a un precio mayor. Nuevas tecnologías se introducirán junto con inversiones de capital que ahorren trabajadores, y los trabajadores de alta cualificación tenderán a reemplazar a los de poca calificación. Esas sustituciones ocurrirán incluso antes de que se de un aumento del salario mínimo, si los empleadores creen que tal aumento es inminente. Habrán menos empleos para los trabajadores de baja cualificación y tasas de desempleo más altas —especialmente para las minorías— y las tasas de participación caerán conforme los trabajadores afectados por el salario mínimo se salgan del mercado laboral formal.
El salario mínimo viola el principio de la libertad al limitar el rango de opciones a disposición de los trabajadores, prohibiendo que acepten empleos por debajo del mínimo legal.

También prohíbe que los empleadores contraten a esos trabajadores, incluso si ambas partes se beneficiarían. De manera que, contrario a lo que dicen los partidarios del salario mínimo, el gobierno no aumenta las oportunidades para los trabajadores con poca cualificación aumentando el salario mínimo. Si un trabajador pierde su empleo o no puede encontrar uno, su ingreso es cero. Los trabajadores no le pagarán a un trabajador $9 por hora si ese trabajador no puede producir por lo menos esa cantidad.
Los políticos le prometen a los trabajadores de baja calificación un salario más alto, pero esa promesa no puede ser honrada si los empleadores no pueden lucrarse de retener a esos trabajadores o de contratar a trabajadores similares. Los empleos se perderán, en lugar de ser creados; y el desempleo aumentará conforme más trabajadores busquen trabajo pero no lo encuentren a un salario que está por encima de aquel que determina el mercado.
La mayoría de los empleadores no pueden simplemente aumentar los precios para cubrir el salario mínimo más alto, particularmente en el competitivo sector de servicios. Y si de hecho aumentan los precios, los consumidores comprarán menos o tendrán menos dinero para gastar en otras cosas, lo que implica menos trabajos al final del día. Además, si el salario mínimo reduce las ganancias, habrá menos inversión de capital y el crecimiento del empleo será lento.
Un estudio reciente de Jonathan Meer y Jeremy West, economistas de la Universidad de Texas A&M, concluyó que “el efecto más destacado de las leyes de salario mínimo es una disminución en la contratación de nuevos empleados”. Ese efecto se da a lo largo del tiempo conforme los empleadores se desplazan hacia métodos de producción que ahorran la mano de obra. Como el salario mínimo tiene el mayor impacto sobre los trabajadores con poca cualificación que tienen pocas alternativas, sus ganancias a lo largo de su vida serán afectadas de manera negativa al retardar su ingreso a la fuerza laboral y hacerles perder una valiosa experiencia en el trabajo.
A los partidarios del salario mínimo como John Schmitt, un académico titular del Center for Economic and Policy Research en Washington, les gusta argumentar que el efecto promedio del salario mínimo sobre los empleos para los trabajadores con poca cualificación es cercano a cero. Pero una abundante evidencia ha mostrado que no hay efectos positivos sobre el empleo de los trabajadores con poca cualificación que compensen los efectos negativos de un aumento en el salario mínimo. El truco es hacer ajustes considerando otros factores (“variables de confusión”) que afectan la demanda de trabajadores y asegurarse de que los datos y el diseño de la investigación son válidos. El enfoque debería estar en esos trabajadores afectados de manera negativa por el salario mínimo —principalmente, los individuos más jóvenes con poca educación y pocas habilidades.
En un estudio de caso reciente que realiza ajustes considerando factores de confusión que dificultan aislar el impacto de un incremento en el salario mínimo sobre el empleo de trabajadores con poca cualificación, Joseph Sabia, Richard Burkhauser y Benjamin Hansen concluyen (en inglés) que cuando el estado de Nueva York aumentó el salario mínimo de $5,15 a $6,75 por hora en 2004-06 hubo una “reducción de entre 20,2 y 21,8 por ciento en el empleo de individuos más jóvenes con menos educación”.
A los partidarios del salario mínimo les gusta señalar el “experimento natural” que David Card y Alan Krueger realizaron para ver si el alza del salario mínimo en Nueva Jersey afectó de manera adversa el empleo en la industria de comida rápida en comparación con Pennsylvania, que no aumentó su salario mínimo. Basándose en encuestas telefónicas, los autores concluyeron (en inglés) que el alza del salario mínimo aumentó considerablemente los empleos para trabajadores de baja calificación en la industria de comida rápida en Nueva Jersey. No sorprende que sus resultados no fuesen reversados con investigaciones más cuidadosas que encontraron un efecto adverso sobre el empleo (ver David Neumark y William Wascher, American Economic Review, 2000).
Debería ser obvio que limitar el estudio a los restaurantes franquiciados como McDonald’s ignora a los independientes más pequeños que son perjudicados por los aumentos en el salario mínimo y quienes no pueden competir con sus rivales más grandes. Nadie entrevistó a aquellos trabajadores que perdieron sus empleos o no pudieron encontrar uno con el salario mínimo más alto. Los partidarios del salario mínimo se enfocan en trabajadores que retuvieron sus empleos y obtuvieron un salario más alto, pero ignoran a aquellos que pierden sus empleos y obtienen un salario más bajo o ningún salario. Utilizando la econometría para pretender que la ley de la demanda está muerta es un engaño peligroso.
Si uno obtiene resultados empíricos que van en contra de la esencia de leyes económicas sostenidas desde hace mucho tiempo, uno debería ser muy cuidadoso acerca de defender políticas basadas en esos resultados. Uno tampoco debería detenerse con los efectos a corto plazo del salario mínimo sino rastrear los efectos a largo plazo sobre el número de empleos y sobre las tasas de desempleo para los trabajadores afectados.
Hoy el desempleo entre los jóvenes afroamericanos es más de 40 por ciento; casi el doble de lo que es para los adolescentes blancos. En 2007, antes de la Gran Recesión, el desempleo entre los jóvenes afroamericanos era de alrededor de 29 por ciento. No hay duda de que el aumento en el salario mínimo federal de $5,15 a $7,25 por hora contribuyó a la mayor tasa de desempleo. Si el congreso aprueba una nueva ley de salario mínimo que ilegalice que los empleadores paguen menos de $9 por hora, y que los trabajadores acepten algo por debajo de esa cantidad, podemos esperar una erosión todavía mayor del mercado para los trabajadores con poca cualificación, especialmente para los adolescentes afroamericanos.
Con tantos trabajadores jóvenes y con pocas cualificaciones buscando un empleo, los empleadores pueden elegir y descartar. Pueden reducir los beneficios y las horas; y pueden sustituir trabajadores menos cualificados con los que tienen mayor preparación. Los estudios recientes basados en datos de condados contiguos más allá de las fronteras de un estado han ignorado la sustitución de trabajadores con otros trabajadores y equivocadamente han concluido que los salarios mínimos más altos no afectan de manera adversa al empleo.
Arindrajit Dube, T. William Lester y Michael Reich, por ejemplo, utilizan datos a nivel de condados para un periodo de más de 16,5 años para examinar el impacto de diferencias locales en los salarios mínimos sobre el empleo en restaurantes, los cuales contratan principalmente trabajadores de baja cualificación. Basándose en su análisis y presunciones, no encuentran “efectos adversos sobre el empleo” (en inglés).
Los partidarios de un salario mínimo más alto han basado su caso en este estudio y otros relacionados a este —como el de Sylvia Allegretto, Dube y Reich, quienes concluyeron que “los aumentos de salario mínimo —dentro del rango de lo que ha sido implementado en EE.UU.— no reducen el empleo entre los adolescentes”. Neumark, Salas y Wascher, en un estudio de enero de 2013 (en inglés), argumentan que “ni las conclusiones de estos estudios ni los métodos que utilizan están respaldados por los datos”. De hecho, el estudio de Dube, Lester y Reich admite que sus datos previenen que ellos puedan evaluar “si los restaurantes responden a los aumentos en el salario mínimo contratando a más trabajadores mejor cualificados y a menos trabajadores con menor preparación”.
La evidencia existente respalda la sustitución de un tipo de trabajadores con otro tipo de estos como respuesta a un salario mínimo más alto —especialmente a largo plazo. Los empleadores tienen un incentivo fuerte de retener adolescentes mejor educados y entrenarlos, y de contratar a trabajadores altamente cualificados para operar equipos que ahorran mano de obra. Contrario a las aseveraciones de Bernstein y otros que respaldan el salario mínimo, un mínimo más alto (otras cosas constantes) disminuirá las oportunidades de empleo para los trabajadores menos preparados. Los trabajadores que retienen sus empleos serán trabajadores con productividad más alta —no los trabajadores con ingresos bajos en familias con ingresos bajos. Las leyes de salario mínimo perjudican a los mismos trabajadores que pretenden ayudar.
Las pequeñas empresas ya están despidiendo a trabajadores de poca calificación e invirtiendo en tablets, robótica, y otros equipos de auto-servicio que ahorren mano de obra, anticipándose al salario mínimo más alto; y las horas están siendo recortadas. Esas tendencias continuarán, especialmente si el salario mínimo es ajustado a la inflación.
Los partidarios de los salarios mínimos más altos confunden la causa y el efecto. Piensan que un salario mínimo más alto causa que los ingresos de los trabajadores con poca cualificación aumenten y no destruye empleos. Se asume que los trabajadores tienen salarios más altos y que retienen sus empleos como resultado de la política estatal —aún cuando éstos no han hecho nada para mejorar sus habilidades. Pero si un trabajador está produciendo $5,15 por hora y ahora el empleador debe pagar $9 por hora, habrá pocos incentivos para retenerlo. También habrá pocos incentivos para contratar nuevos trabajadores. Sin un aumento en la demanda de trabajadores —esto es, un aumento en la productividad laboral debido a mejores tecnologías, más capital por cada trabajador o educación adicional— un salario mínimo más alto simplemente expulsará del mercado a algunos trabajadores (los menos productivos) y estos tendrán un ingreso de cero.
El salario mínimo no es una panacea para la pobreza. De hecho, Neumark, Schweitzer y Wascher examinan la evidencia y concluyen que “el efecto neto del salario mínimo más alto es…incrementar la proporción de familias que son pobres y que están próximas a ser pobres” (Journal of Human Resources, 2005”). Por lo tanto, el salario mínimo tiende a aumentar, no a disminuir, la tasa de pobreza.
El mejor programa anti-pobreza no es el salario mínimo sino la libertad económica que expande las opciones disponibles a los trabajadores y que permite a los empresarios contratar libremente a trabajadores sin que el gobierno decrete los términos del intercambio, excepto para prevenir el fraude y la violencia. Cuando los empresarios adoptan tecnologías nuevas y hacen inversiones de capital de manera autónoma —esto es, sin ser inducidos a hacerlo debido a aumentos decretados por el gobierno en el salario mínimo— hay un empujón hacia arriba en la productividad laboral, en el nivel de empleo y en los ingresos. Pero cuando el gobierno aumenta el salario mínimo por encima del salario predominante en el mercado para los trabajadores de baja cualificación, las empresas tendrán un incentivo para utilizar más las técnicas de producción que ahorran mano de obra y destruyen empleos y menos trabajadores con baja productividad —especialmente aquellos que son parte de las minorías— y previene que los trabajadores prosperen en la escala de ingresos. 
Los sindicatos son partidarios esenciales de los salarios mínimos más altos porque la demanda de trabajadores sindicalizados tiende a aumentar junto con las tasas de salarios luego de un incremento del salario mínimo. De igual forma, los grandes cadenas de tiendas al por menor y restaurantes franquiciados que ya están pagando por encima del salario mínimo podrían respaldar un aumento en el mínimo legal porque esto ayuda a proteger a sus empresas de competidores más pequeños. Algunos de los que abogan por reducir la pobreza también favorecen al salario mínimo porque es una política que hace que uno se sienta bien y porque creen que conducirá a ingresos más altos para los trabajadores de ingresos bajos, sin ver las consecuencias a un plazo más largo sobre los empleos y el desempleo.
Ignorar la ley de demanda para adoptar un salario mínimo más alto con la esperanza de ayudar a los trabajadores con ingresos bajos es un gran engaño. La persistencia de esta falsa creencia ignora la realidad económica. Esto es algo que distrae nuestra atención de políticas alternativas que aumentarían la libertad económica y la prosperidad de todos los trabajadores."
Este artículo fue publicado originalmente en Forbes.com (EE.UU.) el 7 de mayo de 2013.

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