martes, 22 de abril de 2014

Gasto Público Moral

Eduardo García da de lleno en este artículo sobre la metamorfosis experimentada en las formas de gobierno, donde se ha abandonado la buena gestión y se ha transformado y moldeado la mente de los gobernados también.

De esta manera, se ha generalizado y dado respaldo moral al gasto por el gasto, a gastar el dinero de otros. Todo vale justificándolo como social. Y cuanto más se gaste mejor. Es un deber. Y no gastar más es algo inmoral.

Los razonamientos poco importan, pues se emplean y manipulan los sentimientos, transfiriéndose toda responsabilidad personal al Estado, que cree y hace creer erróneamente que todo se soluciona gastando más y más.

Las consecuencias y el fraude de esta argumentación poco importan...


Artículo de ContraPeso:
 
 
Una de las características centrales del mundo político-moral es el entusiasmo generalizado por gastar el dinero de otros.” Kenneth Minogue

Es parte de la política actual. De la política que ha dejado de gobernar.

De la política que se ha definido como gastar.

Es una de las mutaciones de nuestros tiempos. Una realidad que debe examinarse un poco más de cerca.

Las evidencias son abundantes. Bastaría ver la deuda pública estadounidense para comprobarlo.
O, en una escala más humilde, lo hecho por un Secretario de Desarrollo Social de Nuevo León, México: 150,000 pesos pagados para celebrar la fiesta de quince años de 48 mujeres, justificados por:
“Es algo que la gente nos ha pedido”, expresó. “Si este tipo de esfuerzos y el estar cercano a la gente y el estar viendo cuáles son las necesidades y las preocupaciones me van a traer críticas, adelante, bienvenidas. Yo seguiré enfocado, seguiré trabajando, y seguiremos haciendo este tipo de eventos si la gente es lo que está pidiendo” Federico Vargas, (El Norte, 6 abril 2014)
El gastador de esos fondos, según el reporte, “Vargas descartó que sea un acto populista y dijo que acepta cualquier crítica por realizar programas que beneficien a las personas de grupos vulnerables”.

El gobernante lo expresó extraordinariamente bien: pagar fiestas de quince años no es populista y, beneficia a personas de grupos vulnerables. Me imagino que esto tenga el mismo rango que el gasto en policía o en educación.

El punto, me parece claro y comprobable con miles de evidencias de todas partes: la mutación gubernamental, convertido ahora en una agencia de gasto de dinero ajeno y recolectado por la fuerza.
Si el contribuyente pagó sus impuestos en Nuevo León, nunca se imaginó que se dedicarían a pagar un festejo de presentación en sociedad de jovencitas a quienes no conoce.

Lo notable es el marco mental al que se ha llegado en los dos personajes centrales de la historia: el gobernante y muchos de los gobernados. Comencemos por estos últimos.

Me refiero a los gobernados que sienten que tienen derecho a ser receptores de gasto público, los que en el caso de las jovencitas muestran una desvergüenza absoluta.

Piensan ellos seguramente que es dinero del gobierno y no del producto de impuestos a ingresos logrados con el esfuerzo de otros.

Me parece que hay algo distorsionado en la mente de quienes toman estos privilegios sin pensarlo, creyendo que tienen derecho a dinero que no han ganado. Sí, puede haber situaciones extremas, como en el gasto público en caso de calamidades naturales, pero ellas tienen un límite.

En la mente de estos gobernados hay una mutación desastrosa de la democracia: los mejores gobernantes, esos por los que debe votarse, son los que gastan dinero en cosas como ferias y bailes y regalos.

El otro personaje es el gobernante, también sufriendo una metamorfosis democrática: gobernar es gastar en programas que dan popularidad personal o partidista. Gastar dinero obtenido por coerción.
Más impuestos, según ellos, es más gasto y más gasto es mejor para la sociedad.

Hay en esto, en su fondo, algo que merece una segunda opinión.

Lo que ha dado fuerza al gasto público, creciente e irresponsable, es que él se ha convertido en un mandato moral. Gastar el dinero público es un deber moral. Sería inmoral el gobierno que limitara sus gastos.

La conversión sucede por un mecanismo mental que el gobernante ha creado: su papel como responsable de los grupos vulnerables y su acción de ayuda mediante el gasto público.
A más gasto público mayor cumplimiento con un deber moral del gobernante.

Ante esto no hay análisis que valga, ni complejidades que influyan, ni efectos colaterales que deban considerarse. Nada importa para esa justificación moral que manda a gastar el dinero de otros a paladas, con la mentalidad primitiva de que gastar por sí mismo es el remedio único a cuanto problema social se presente.

No hay fin en esto. La pobreza, por ejemplo, nunca será eliminada porque ha sido definida de manera relativa.

Si los pobres son por definición quienes ganan menos de la mitad de la media de ingreso, eso significa que siempre habrá pobres y eso es la mejor noticia para quien tiene obsesión por el gasto.
Esto presenta una advertencia para quienes defienden a la libertad económica. Usan ellos razonamientos sólidos, evidencias fuertes, que les dan la razón de un gobierno limitado y de bajo mantenimiento.

Pero así no ganarán la batalla, porque no es una batalla de razonamientos y pruebas.
Es una batalla de sentimientos, preocupaciones y lo social convertido en urgencia moral.
Es como haber creado un nuevo mandato moral que obliga a gastar y gastar porque esa es la mejor manera de solucionar todo problema que tengan los gobernados.

La fiesta de quince años ya no es responsabilidad familiar, sino estatal. Igual para el resto de las obligaciones que antes eran cuestión personal. Ahora son responsabilidad estatal y todas ellas se solucionan gastando más.

Ni siquiera las crisis económicas que esto crea serán lección suficiente para aprender el error."

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