viernes, 10 de octubre de 2014

El perro, el virus y el odio

Otro razonable artículo (ante tanta irracionalidad que se lee en los medios sociales sobre este tema) sobre el tema del virus Ébola en España, el perro y el odio suscitado.


Artículo de The Cult.es (vía Barcepundit):

Por si leen estas líneas dentro de cierto tiempo, les pondré en situación. Un error, al que le siguieron otros, en el protocolo durante el tratamiento del segundo religioso repatriado a España por ébola ha generado el primer caso de contagio dentro de Europa. La infectada, una auxiliar de enfermería llamada Teresa Romero Ramos, tiene un perro, y su marido, Javier Limón, ha emprendido una campaña para evitar que éste sea sacrificado, ante la sospecha de que el animal pueda ser un portador del virus y generar nuevos contagios.

Las redes sociales y los medios de comunicación han convertido esa campaña en una mezcla de irresponsabilidad, de buenos sentimientos y de sensacionalismo, como si nos hallásemos ante la versión real de El gran carnaval (1951), aquella obra maestra de Billy Wilder.

Fíjense hasta qué punto llega el paralelismo que, más allá del ruido mediático, nos encontramos con que el marido de la enferma cede la custodia del animal a un comunicador, Carlos Rodríguez, veterinario y director del programa Como el perro y el gato, de Onda Cero. El grupo animalista de dicho espacio, Mascoteros Solidarios, se encarga de difundir este vínculo, y en su red social, nos encontramos con mensajes de solidaridad como este que cito a continuación: "El perro que sea ayudado como fueron los curas y la monja. Tiene tanto derecho o más... El perro esta solito y los curas cuando se fueron ya sabían a lo que se exponían... Que los hubieran dejado allí también solos, como quieren hacer al perrín".

No lo he elegido al azar. Coincide con otras muchas opiniones que ustedes pueden encontrar en los medios de comunicación o en las redes.

Me parece tremendo que se cuestionara y se cuestione que se repatriara a ciudadanos españoles enfermos de ébola hasta la saciedad, que se critique ahora la falta de medidas de protección que supuestamente se han producido... y que después se monte una campaña para que no sacrifique al perro de la enferma, con el hashtag ‪#‎salvemosaExcalibur.

En primer lugar, la repatriación de enfermos de ébola es lo que dicta la Organización Mundial de la Salud. España ha hecho lo mismo que todos los países con ciudadanos infectados. No obstante, el caso del perro ha llegado al extremo de que citan su posible eutanasia en la revista People, pero no se da noticia alguna del estado de la enfermera o su marido. Y en las redes sociales apenas han tenido repercusiones dos grandes noticias: dos personas aisladas por posible contagio han sido dadas de alta. Una de ellas era la segunda persona a la que muchos diarios, por cierto, daban por infectada ya.

En cuanto al perro, si puede ser un peligro, y eso deben decidirlo las autoridades, yo no puedo decantarme: habrá que sacrificarlo. Aunque eso nos provoque dolor a quienes amamos a los animales. Créanme, sé por experiencia propia lo que significa perder a una mascota muy querida. Sé el desgarro que produce la eutanasia de un animal que ha compartido cerca de 10 años de tu vida y con el que has creado lazos de afecto inolvidables. De hecho, colaboro con protectoras de animales, porque considero que el maltrato a un ser vivo, como un perro o un gato, es inadmisible. Asimismo, todos los animales que he tenido a lo largo de mi vida han sido rescatados de protectoras, porque no me parece ética la compra y venta de animales. Y a pesar de todo ello, si mi perro fuera el foco de una enfermedad infecciosa que se trasmite a los humanos, no lo pondría por delante de ningún ser humano.

El sentimentalismo irracional de las redes sociales no debería nublar la objetividad con la que ha de ser tratado este problema, finalmente convertido –una vez más– en una trampa colectiva en la que estallan nuestros odios políticos, nuestros miedos más acendrados y nuestra desconfianza ante los medios de que disponemos para solucionar estas emergencias.

A todo ello se añade nuestra incapacidad de guardar silencio ante un tema fundamentalmente técnico, del que muy pocos tienen una idea clara.

El ébola es un virus que se contagia por zoonosis. Estamos hablando de contener un virus mortal que se transmite por fluidos. Aunque no se ha demostrado de forma concluyente, un perro enfermo podría contagiar el virus por la saliva, la orina y las heces. ¿Están dispuestos a asumir el riesgo? O mejor dicho, ¿están dispuestos a que otros asuman los riesgos?

En un diálogo virtual, después de exponer estos argumentos, otra persona, aparentemente ilustrada, me espetó que "deberían sacrificarse a otros individuos por el mal que hacen a este planeta en general."

¿Estamos hablando, quizá, de la pena de muerte? Porque yo no logro dar otra interpretación a sus palabras. ¿Hemos llegado ya a ese punto de irracionalidad en el que se puede pedir la muerte de un responsable político en lugar de la de un perro potencialmente infectado? Porque eso es lo que se decía en las redes sociales. Pueden echar un vistazo en Twitter o Facebook para comprobar cuánta gente está repitiendo ocurrencias sobre el sacrificio de la ministra.

Si les soy sincera, después de este intercambio de opiniones que acabo de mencionar, pasé de la perplejidad a la tristeza y la rabia. No creo en la pena de muerte, y nunca lo haré. Creo en la depuración de responsabilidades, en las inhabilitaciones, en la justicia, una vez que sepamos exactamente qué ha ocurrido.

En casos como este, también tercian quienes asumen el papel de defensores de la prudencia. Dejemos al perro en cuarentena, dicen. Analicemos científicamente cómo evoluciona en su cuerpo el virus. Dejémosle vivir cuando comprobemos que ya no está enfermo.

“No hay que matar al perro, porque es importante desde el punto de vista científico”. El entrecomillado es una declaración de Eric Leroy, director general del Centro Internacional de Investigaciones Médicas de Franceville, en Gabón, autor del único estudio sobre el efecto en los perros de un brote de ébola.

En un mundo perfecto, el doctor Leroy tendría toda la razón. El problema es que ni este es un mundo perfecto ni es posible garantizar el riesgo cero. Lamentablemente, el periodista que habla con Leroy no le hace tres preguntas clave: ¿existe algún equipo de investigación en España especializado en esta cuestión tan específica? ¿Se podría establecer una cuarentena del animal con riesgo cero? ¿Le parece sensato abrir una segunda vía de riesgo cuando el caso español demuestra que el protocolo con humanos también es vulnerable?

Lo que sí han dicho los expertos es que en España no hay equipamientos para investigar virus de este nivel. Por cierto, ¿esa es la vida que quieren para este perro? ¿Que se convierta en sujeto de experimentación? A mí me parece más compasivo sacrificarlo que experimentar con él, aunque fuera más provechoso para la ciencia.

Por otro lado, que los fallos son inevitables no solo se ha demostrado en España. En Estados Unidos se ha montado del mismo modo un enorme revuelo por los fallos en el protocolo, por pacientes sanos, como el del cámara freelance de Alaska, que han acabado dando positivo en ébola. No ha sido el operativo español el único que ha fallado. Y con ello no pretendo excusarlo, solo decir que cuando hay seres humanos de por medio, los fallos son casi inevitables. Y en este caso, un fallo conlleva consecuencias gravísimas.

El periodismo, obviamente, también se guía por ciertos intereses. Por escasa simpatía que se sienta por el gobierno actual, ¿es razonable sacar a relucir la política en este momento? Cuando la improvisación de un tertuliano vale tanto como el análisis de un epidemiólogo, estamos pervirtiendo a la opinión pública.

A propósito de esta deriva suicida, el estadounidense Stephen Colbert hizo en su programa televisivo una broma a propósito de un organismo tan importante como el CDC (Centers for Disease Control and Prevention / Centros para el Control y Prevención de Enfermedades).

"No confío en el CDC, o Coven of Deviants and Charlatans (Aquelarre de Pervertidos y Charlatanes). Escucho a expertos de televisión, porque tratamos todo como si fuera el fin del mundo".

Creo que no hace falta explicar la ironía. El problema es que Colbert tiene razón. Estamos en manos de manipuladores apocalípticos.

En África han muerto, según la OMS, 3.338 personas. En Sierra Leona, en un solo día, 121. ¿Saben cuántos niños se han quedado huérfanos? ¿Cuánto tardarán esos países en recuperarse de una epidemia que no remite? ¿Y cuántos de los que defienden ahora al perro han salido a manifestarse para que de una vez se haga algo contra esta epidemia, que es pandémica en África desde los años 70? O sea, ¿los 3.338 africanos no despiertan tanta empatía pena como un perro? A juzgar por la movilización que ha originado este pobre animal, por cuya salvación se han recogido en escasas horas más de 300.000 firmas, parece que así es.

Tal vez, las cifras de muertos en África les dejen insensibles porque creen que no pueden hacer nada, y porque tal vez, solo tal vez, Occidente haya preferido durante todo el siglo XX y XXI mirar hacia otro lado mientras África se desangra por hambrunas, guerras y enfermedades.

Mientras tanto, se da una casualidad que yo conocía desde hace años, y que, sin embargo, ahora todo el mundo parece olvidar: España es el líder en abandono de perros de la Unión Europea. En 2013, se abandonaron según la FAPAM, Federación de las Asociaciones de Protección Animal de la Comunidad de Madrid, más de 300.000 perros, es decir, uno cada 3 minutos. ¿Están en contra del maltrato animal? Créanme, yo también. Con absoluta contundencia. Hagan lo que hice yo, vayan a un refugio para animales y rescaten a un perro abandonado. En cuanto a la contención del ébola, dejémoslo en manos de los expertos. Y volvamos a centrar nuestra atención en la enfermera contagiada que lucha por su vida, en su marido, aislado y que tiene que estar viviendo una pesadilla, y en las personas aisladas, que no saben si van a tener que enfrentarse a una enfermedad terrible.
El momento de exigir responsabilidades políticas llegará –ojo, no hablo de una revancha–. Seré la primera en exigir que el peso de la ley caiga sobre el responsable de que este drama haya ocurrido y haya puesto en peligro a ciudadanos españoles que solo cumplían con su trabajo, y a sus seres queridos.

Nota al margen: Aquí les dejo el estudio de Eric Leroy sobre el contagio de ébola entre perro y humanos.

Resumo unos cuantos puntos, dando por sentado que escapa en parte a mi capacidad de análisis, porque no soy viróloga, ni zoóloga, ni bióloga. Pero sí he entendido varios detalles:

1) El ébola entre perros y humanos se transmite.
2) El ébola en perros es asintomático, de modo que el perro puede contagiar al humano sin que este sea consciente, al contrario de lo que ocurre con chimpancés, que sí muestran graves síntomas de infección.
3) Ha habido brotes en el Congo directamente relacionados con el contagio entre perros y humanos.
4) Para desarrollar un estudio tan específico sobre animales posiblemente infectados, se necesitan unas instalaciones especiales y un personal veterinario altamente entrenado, no solo en infecciones animales, sino también en virología, y que además conozca el ébola muy en profundidad.
5) Los perros utilizados en estos estudios han sufrido considerablemente durante la experimentación. Se los ha tratado como objetos de investigación. Es decir, como cobayas.

Actualización: Desgraciadamente, el animal fue sacrificado un día después de escribir estas líneas. Entrevistado en El País, el veterinario José Manuel Sánchez Vizcaíno, catedrático de Sanidad Animal en la Universidad Complutense de Madrid, fundador y diseñador del primer laboratorio de alta seguridad biológica, en Valdeolmos (Madrid), declaró: “Había que sacrificar al perro. Lo ideal habría sido trasladarlo en condiciones de bioseguridad, cosa que no tenemos en España, ponerlo en observación, esperar 21 días y darle el alta, pero no tenemos instalaciones apropiadas en España para dejar al animal [un animalario de nivel 4, el de máxima seguridad]. Desde el punto de vista de la bioseguridad, sacrificar al perro fue la mejor decisión, dura y triste, pero no quedaba otra opción. No se podía correr el riesgo de que se infectaran dos cuidadores y tres veterinarios. Curar a ese animal, con ese virus, habría sido lo mejor de mi vida, pero si no tienes los medios, no puedes arriesgarte”.

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