miércoles, 10 de diciembre de 2014

Independiente o no, cerremos RTVE

Juan Rallo sobre la necesidad del cierre de RTVE, su empleo como herramienta política, y la cuestión de la "objetividad" e "independencia" que se pretende en ella, que no es otra cosa que la subjetividad y el control de aquéllos que la controlan, sean políticos, sindicatos o trabajadores.

Artículo de El Economista:

Siempre he defendido que la mejor televisión pública es aquella que no existe. Una sociedad sana no necesita de órganos de propaganda política costeados coactivamente por el conjunto de los contribuyentes. Si algún grupo político desea bombardear a los ciudadanos con soflamas partidistas, es muy libre de hacerlo, pero siempre costeado por aquellos militantes y simpatizantes que quieran contribuir voluntariamente a tal causa ideológica.

La réplica habitual frente a esta perspectiva liberal sobre los medios públicos es que éstos resultan necesarios, pero no como órganos de propaganda del Gobierno de turno, sino como herramientas al servicio de una objetividad informativa alejada de las manipulaciones de las megacorporaciones de turno: el ya clásico argumento de que necesitamos una BBC en España.
 
El problema de tan beatíficos razonamientos es, empero, el mismo de siempre: quis custodiet ipsos custodes? A saber, quién vigila a los vigilantes o, mejor, quién es el guardián de tan sacrosanta objetividad informativa. No en vano, incluso la ejemplar BBC es en muchas ocasiones criticada por su parcialidad y sesgos informativos (sin ir más lejos, se la ha acusado de tomar posturas antisecesionistas en el reciente referéndum de Escocia).

La cuestión de la objetividad

¿Cómo garantizar, por tanto, la objetividad? Una posibilidad es encomendársela a un órgano de dirección del ente público que sea electo democráticamente: ese órgano ejercería de censor y de centinela de la verdad. El problema, claro está, es que en tal caso la televisión pública no se convierte en la protectora de la objetividad, sino de la opinión subjetiva de la mayoría de ciudadanos.

Por ejemplo, la mayoría de la población aboga hoy en día por un Estado de Bienestar omniabarcante y, por tanto, una dirección de RTVE escogida democráticamente tendería a estar sesgada en la defensa del Estado de Bienestar.

¿Significa ello que la objetividad informativa equivale a hallarse sesgado en favor del Estado de Bienestar? No: significa que ese es un sesgo compartido por mucha gente. Pero, entonces, ¿por qué debemos, por ejemplo, los liberales financiar coactivamente una información sesgada que incluso podemos reputar como propaganda antiliberal?

Evidentemente, pues, el problema de la objetividad no se solventa delegando el significado de "verdad" a unos comicios electorales. De ahí que en ocasiones se proponga una alternativa que suele gozar de buen predicamento, en especial entre los trabajadores del ente público: la clave está en que cada periodista sea independiente y pueda desarrollar sin presiones su trabajo dentro de la televisión pública. Huelga señalar que, nuevamente, en este caso se confunde objetividad con la subjetividad del periodista de turno: un periodista independiente no es un periodista objetivo, sino un periodista que puede desplegar su parcialidad sin presiones de sus superiores.

Habitualmente son pocos quienes se atreven a alzar la voz contra la independencia de los periodistas: parece que criticar la independencia equivalga a defender su dependencia, cuando para muchos simplemente se trata es de no justificar la existencia de medios públicos so pretexto de una independencia periodística que en absoluto garantiza la objetividad de la información transmitida. Pero, por fortuna, en ocasiones se producen hechos que ponen de manifiesto que la independencia periodística no es garantía de objetividad y que, por tanto, no sirve para justificar los medios públicos.

Así, el viernes pasado, Sergio Martín, director de Canal 24 horas, entrevistó al secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. Como ya es sabido, en un momento de la misma, Martín le preguntó a Iglesias si estaba de enhorabuena por la reciente excarcelación de etarras y, a partir de ahí, las exigencias de cese del director de Canal 24 horas se volvieron generalizadas.

Sin embargo, no es necesario ser partidario ni del fondo ni de las formas de Martín para apreciar que semejantes presiones suponen un ataque directo contra su independencia: acaso un ataque justificado, pero un ataque al fin y al cabo. De hecho, muchos tradicionales abanderados de la defensa de la independencia de los periodistas dentro de RTVE reclaman hoy la cabeza de Sergio Martín: "independencia sí, pero sólo dentro de los límites que yo considero aceptables".

En el fondo, por consiguiente, lo que todas las partes en liza reivindican en esta materia no es una incómoda independencia que garantice una mitificada objetividad, sino su irresistible afán por controlar e instrumentar los medios públicos en su propio beneficio.

El PP quiere controlar la televisión pública para canalizar su propaganda; el PSOE quiere controlar la televisión pública para canalizar su propaganda; los sindicatos quieren controlar la televisión pública para canalizar su propaganda; y Podemos, también, quiere controlar la televisión pública para canalizar su propaganda. La solución no es entregarles las llaves del ente a ninguno de estos grupos de presión, sino permitirnos a todos dejar de sufragarlo coactivamente: con periodistas independientes o sin ellos, acabemos con la financiación estatal RTVE.

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