miércoles, 17 de diciembre de 2014

Las lecciones que España puede aprender de la crisis rusa

Juan Rallo analiza la lección que España puede aprender de la actual crisis rusa, al respecto de estar como propugnan algunos fuera del Euro para monetizar la deuda y devaluar la moneda como remedio para todos nuestros males. 

Y esto es del todo incorrecto y más para el caso de España y sus problemas, pues las consecuencias serían altamente negativas (tipos de interés muy elevados, inflación muy alta, importaciones disparadamente caras, lo que reduciría y haría prohibitivas muchos de los productos que compramos y disfrutamos hoy, insumos y materias primas disparadas al alza aumentando el coste energético y el coste de producción de muchísimas empresas afectando a su competitividad y producción, fuga de capitales, probable petición a la larga de préstamos a organismos internacionales, a cambio de medidas serias de ajuste. 

Unos problemas originados por el sobredimensionamiento del sector público en España, fruto del excesivo gasto público, y que efectivamente, es algo ya estructural y que no se quiere abordar responsablemente. 

Artículo de El Economista:

Durante toda esta crisis hemos escuchado que el problema de la crisis económica española se debía esencialmente a que habíamos perdido nuestro margen de maniobra sobre la política monetaria al integrarnos dentro del euro: si no fuera por la maldita moneda única, España podría haber monetizado toda la deuda pública que quisiere, financiar cuantos planes de estímulo necesitare para relanzar la economía y depreciar a placer su divisa para revigorizar sus exportaciones.

Dentro del euro todo han sido calamidades fruto del rigor monetario (altos tipos de interés de la deuda pública, austeridad impuesta y deflación); fuera del euro, todo habrían sido virtudes salvíficas.

La actual crisis monetaria del rublo debería, sin embargo, ofrecernos un claro contraejemplo de que la mal llamada soberanía monetaria no blinda a una economía frente al riesgo de insolvencia: ante los temores de una suspensión de pagos derivada del hundimiento del precio del petróleo, el Banco central de Rusia ha tenido que elevar sus tipos de interés al 17% para detener la fuga de capitales, frenar la depreciación del rublo y contener el riesgo de estallido inflacionista.

No en vano, un rublo mucho más barato equivale, por un lado, a un tijeretazo en toda regla a las compras que los ciudadanos y las empresas rusas pueden efectuar al extranjero (interrumpiéndose así la provisión de mercancías que pueden ser esenciales para su bienestar o para proseguir con su actividad productiva) y, por otro, a un notable aumento del saldo real de las deudas rusas denominadas en moneda extranjera: una depreciación muy acusada, en suma, va de la mano de una crisis económica mucho más intensa.

Paralelismos con España en 2012

Los acontecimientos guardan más que visibles paralelismos con la situación que atravesó España en 2012: en aquel entonces, los temores de una suspensión de pagos derivada de nuestro estancamiento económico y de nuestro voraz apetito por el déficit público provocaron una fuga de capitales del país, un muy importante encarecimiento de las emisiones de deuda estatal y la necesidad de aplicar recortes de cara a la galería para convencer a nuestros acreedores de que estábamos regresando a la senda de solvencia.
Si actualmente en Rusia el activo apestado en última instancia es su moneda, en España el activo apestado en última instancia era nuestra deuda pública. Una crisis monetaria y una crisis de deuda pública son, pues, dos caras de la misma moneda de insolvencia: las dos conllevan fugas de capitales, alzas en los tipos de interés y un duro shock sobre la actividad interna del país.

Por ello, resulta del todo ingenuo e ilusorio echarle la culpa de nuestra crisis de solvencia al euro: de haber seguido en la peseta en el año 2012 y de haber optado Rajoy por monetizar en el Banco de España sus emisiones de deuda pública para financiarse en términos más asequibles, la fuga de capitales se habría producido igualmente y los "ataques de los mercados" lejos de concentrarse en los pasivos estatales se habrían dirigido contra la peseta. En ese momento, los malos de la película no habrían sido los especuladores del mercado de renta fija, sino los especuladores del mercado de divisas. Pero, más allá de rasgos auxiliares, el retórico recurso al chivo expiatorio de los mercados financieros habría sido calcado al que vivimos.

Inflación y depreciación

Una España fuera del euro, en definitiva, habría sucumbido ante una enorme inflación y una pronunciada depreciación de la peseta, que muy probablemente habrían intentado ser contrarrestadas con alzas en los tipos de interés incluso mayores a las que vivimos dentro del euro. Alternativamente, si la indisciplina de un Banco de España teledirigido por el manirroto e inescrupuloso Montoro le hubiesen llevado a emular al Banco central de Venezuela, el descrédito se habría apoderado de nuestra divisa de juguete y tarde o temprano nos habríamos visto forzados a emitir deuda en moneda extranjera, multiplicando así las consecuencias nocivas de la depreciación monetaria.

De hecho, con una depreciación monetaria lo suficientemente intensa nos habríamos visto empujados a reclamar una línea de crédito de divisas extranjeras al FMI o a la Unión Europea... sometiéndonos a sus respectivos memorándums de entendimiento. ¡Qué distintas habrían sido las cosas con la peseta!

En pocas palabras, el problema de España en 2012 era un problema de solvencia: y un problema de solvencia no se soluciona imprimiendo moneda, sino restableciendo nuestro equilibrio financiero. La reducción de nuestro déficit público y de nuestro déficit exterior habría sido requerida tanto fuera como dentro del euro.

Y, justo por ello, ahora mismo no deberíamos estar viviendo de las rentas de ese rescate encubierto que implementó Mario Draghi a mediados de 2012 y conocido por el nombre de OMT: deberíamos estar actuando con decisión para solventar un problema que estamos lejos de haber remediado, esto es, nuestro sobreendeudamiento público derivado de la sangría de un sobregasto estatal que se ha consolidado como estructural.


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