miércoles, 28 de enero de 2015

El desastre al que nos llevan las sociedades democráticas ilimitadas

Y es que ya se sabe. Al pensamiento único nunca le ha importado (de hecho ha sido siempre una constante) retorcer y cambiar el significado de las palabras (y por tanto de los hechos reales) para adecuarlas a su gusto.

Como bien indicaba Hayek, no hay nada peor que una democracia ilimitada, que concede a los políticos el poder de otorgar beneficios especiales a aquéllos cuyo apoyo necesitan para gobernar. Esta tendencia basada en ideales socialistas convierte a la política en una lucha por repartirse el producto global, haciendo inviable un gobierno honesto.

Y es ya más que "evidente que toda presión sobre el gobierno a fin de que emplee sus poderes coactivos para beneficiar a grupos particulares es perniciosa para la generalidad de los individuos".
Porque "si esta asamblea tiene poder para conceder beneficios especiales, la cohesión de una mayoría sólo se puede mantener normalmente remunerando a todos los grupos específicos que la integran . En otras palabras, bajo el falso nombre de democracia se ha creado un mecanismo en el que no decide la mayoría, sino que todos sus miembros, para perseguir sus propios fines, deben prestarse a muchas corrupciones para obtener el apoyo de la mayoría".

"En esta sociedad, tener peso político resulta mucho más rentable que contribuir a la satisfacción de las necesidades del prójimo. Como todo tiende a convertirse en problema político (para el cual puede invocarse la intervención de los poderes coactivos del gobierno), una parte cada vez mayor de la actividad humana se desvía del campo productivo (sociedad civil y acuerdos voluntarios en el mercado) al político (coacción), y no solo hacia el mecanismo político en sí mismo, sino, peor aún, hacia el aparato para-estatal en rápida expansión, concebido para presionar sobre el gobierno precisamente en vista a favorecer intereses particulares." 

Esta es la sociedad en la que estamos, que va a más y que implica la absoluta insostenibilidad del mal llamado Estado del Bienestar, el robo constante y creciente al ciudadano, las luchas de poder entre los distintos grupos organizados para obtener rentas a costa de terceros, la creciente corrupción del sistema y un poder creciente del Estado que acorrala y reduce las libertades del individuo.
Pero todo, vendiéndotelo con muy buenas palabras...así de inconscientes somos....

En este sentido, Carlos Rodríguez Braun comenta en el siguiente artículo el camelo de la austeridad como causa o agravamiento de la crisis.

Sociedades cada vez más irresponsables y grupos de interés y políticos pretendiendo que el juego llegue al infinito y más allá.

Artículo de Expansión:

"Austeridad espartana"
Cuenta Plutarco que los espartanos valoraban tanto la austeridad y eran tan frugales que ahorraban hasta en las palabras. En cambio, el pensamiento único, al analizar la Grecia que votó ayer, no sólo no ha sido lacónico como los lacedemonios, sino que ha insistido en que ha sido precisamente la austeridad la que ha agravado las dificultades económicas derivadas de la crisis y ha provocado el auge de Syriza. 
Ahora bien, seamos o no partidarios de un gasto público menor, lo que sí cabe constatar es que el zarandeado “fracaso de las políticas de austeridad” es un fabuloso camelo, porque no ha habido tales políticas. Curiosamente, el acuerdo en sentido contrario alcanza dimensiones universales en nuestros días. Antes, unos decían que los gobiernos habían recortado el gasto público por responsabilidad, porque era doloroso pero imprescindible, por la presión de los mercados, para sortear el temido rescate o para impedir que España se hunda; mientras que otros los acusaban de desmantelar el Estado del Bienestar en multitudinarias manifestaciones que adoptaron el nombre de “mareas” de muchos colores pero una sola consigna: evitar la privatización de todo. 
Con el tiempo y la recuperación de la economía se extiende una visión común en todos los partidos y también en las supuestamente “liberales” burocracias internacionales, como el FMI: ahora hay que dejar de ser tan terriblemente austeros, porque el menor gasto público tiene efectos depresivos sobre la actividad, y es necesario lograr un “equilibrio entre austeridad y crecimiento”. 
El mensaje político, como siempre, se rodea de dilemas dramáticos. Alexis Tsipras escribió el miércoles pasado en EXPANSIÓN: “Pongamos fin a la austeridad en Grecia antes de que acabe con nuestra democracia”. Vamos, que el menor gasto público no sólo ahoga la economía, sino que además pulveriza el marco institucional. 
Gasto privado 
Pero en ningún país ha bajado el gasto público de modo radical, y las privatizaciones generalizadas han brillado por su ausencia. Los frenos o disminuciones del gasto que sí se han registrado no obedecieron más que a su propia expansión precedente: digamos, era imposible que Grecia continuara expandiendo ese gasto al ritmo descomunal con que aumentó en la década anterior a 2009. Lo que sí bajó en todas partes fue el gasto privado, por las salvajes subidas de impuestos con las cuales las autoridades de todo el mundo descargaron sobre el sector privado el ajuste que se negaron a hacer en el sector público, para preservar el Estado de bienestar y, sobre todo, para preservarse ellas. 
La clave de que todo el discurso sobre la excesiva reducción del gasto público es mentira la dio el propio Tsipras en este mismo periódico, cuando afirmó: “La austeridad ha disparado el nivel de deuda en toda Europa”. 
Un momento. ¿Cómo puede ser que unas políticas de reducción del gasto aumenten la deuda pública? Su resultado debería ser justo el opuesto. Salvo, claro está, que la austeridad espartana no haya existido.

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