martes, 14 de abril de 2015

Brasil: víctima de un keynesianismo vulgar

Antony P. Mueller analiza la estanflación en Brasil, fruto de las políticas keynesianas de la última década (centradas en aumento de gasto público, incentivo de consumo sin respaldo de ahorro real, políticas expansivas de dinero fácil, mayor intervencionismo del Estado en la economía y proteccionismo económico).


Artículo de Mises Hispano:

 
Todos los caminos keynesianos llevan a la estanflación. Así fue en Europa y en Estados Unidos en la década de 1970, cuando estancamiento e inflación golpearon a las economías al mismo tiempo. Actualmente, esto pasa en Brasil.

Desde su llegada al poder en 2003, el gobierno laborista brasileño ha implantado religiosamente la doctrina política del crecimiento mediante gasto. Ahora el país ha caído en el estancamiento con una amenaza de recesión, mientras que la inflación está aumentando. Todos los indicadores económicos generan luces rojas: del crecimiento económico a la inflación y el tipo de cambio, de la productividad a la inversión y la producción industrial.

Auges y burbujas, al estilo brasileño

Una vez más, las políticas keynesianas han llevado a la estanflación. La realidad finalmente ha llegado. La ilusión de una riqueza fácil se ha hecho añicos. La maravillosa arma keynesiana ha resultado impotente. Los equipos de política económica en el Ministerio de Finanzas y el Banco Central no tienen idea de qué hacer. Después de todo, no conocen ninguna otra doctrina de política económica que estimular la economía gastando cada vez más. Aun así, con las arcas públicas vacías y la inflación alta y aumentando, las herramientas políticas del gasto en déficit y la expansión monetaria se han quedado sin combustible. Condiciones externas favorables como el auge de China y la alta demanda de materias primas habían beneficiado a la economía brasileña durante la presidencia de Luiz Inácio “Lula” da Silva. Estos factores externos, unidos a masivos estímulos internos, aceleraron el crecimiento económico. Con el fin del auge en las materias primas y la ralentización del crecimiento económico de China, los factores externos del entorno ya no ayudaron cuando al mismo tiempo el consumo interno se daba contra la pared, al tener que achicarse el consumo junto con el gobierno, al irse aproximando al límite de la carga de la deuda.

A principios de 2015 resultaba evidente que el país ha vivido en un mundo de ilusión bajo el Partido de los Trabajadores en los últimos doce años. Ahora parece una broma que el presidente Lula anunciara una vez que la economía de Brasil estaba a punto de superar la de Reino Unido y a partir de ahí subir en la escalera de las grandes economías. Aun así, cuando se anunció en 2007 que Brasil iba a alojar el Campeonato Mundial de Fútbol en 2014 y cuando el Comité Olímpico seleccionó a Río de Janeiro para los Juegos Olímpicos de 2016, parecía que había llegado el muy deseado reconocimiento internacional de los logros del presidente. La  alegría en casa se igualaba completamente a la euforia en el exterior sobre cómo Lula lideraría a Brasil en el siglo XXI.

Igual que muchos brasileños no quieren reconocerlo, también los observadores extranjeros cierran sus ojos al hecho de que el Partido de los Trabajadores de Brasil han estado practicando una de las formas más crudas de keynesianismo. El keynesianismo del tipo brasileño está profundamente mezclado con el marxismo de Michal Kalecki. En Europa y Estados Unidos sobrevivieron remanentes de buena economía con la llegada de la “nueva economía” y posteriormente recuperaron principios clásicos y neoclásicos. En Brasil ha habido una victoria casi completa del “keynesianismo kaleckiano”, con la mayoría de los demás tipos de macroeconomía arrumbados.

¿Puede el gobierno convertir las piedras en pan?

Incluso hoy, el economista polaco Kalecki sigue disfrutando de gran estima en algunas de las universidades brasileñas más importantes. La versión del “keynesianismo” que desarrolló en la década de 1930 se ha convertido en el principal paradigma para las políticas económicas, a pesar de que a este tipo de macroeconomía le falta cualquier base microeconómica y en buena parte carece de contenido realista. La versión kaleckiana del keynesianismo toma como reales los símbolos macroeconómicos y al moverlo de acuerdo con reglas básicas de álgebra, el modelo finalmente llega a la conclusión de que “los trabajadores gastan lo que ganan”, mientras que “los capitalismos ganan lo que gastan” (como fue resumida una vez por Kaldor esta teoría).

Kalecki y sus seguidores marxistas consecuentemente decidieron que cuando el estado asumiera la función capitalista el gobierno podría gastar para llevar al país a la riqueza mientras que los trabajadores conseguirían su justa porción como consumidores. Incluso más que Keynes, el evangelio de Kalecki predicaba que sus creyentes podrían convertir piedras en pan. El gasto público para cualquier fin, combinado con el consumo masivo, prometían una vía muy agradable a la prosperidad. Esta promesa ha sido el principio de política económica del gobierno del Partido de los Trabajadores de Brasil en los últimos doce años.

Durante buena parte de los dos mandatos presidenciales de da Silva, desde el inicio de 2003 al final de 2010, la receta kaleckiana-keynesiana pareció funcionar. El gobierno brasileño bajo el antiguo líder sindical gastó, los consumidores consumieron y la economía creció. Entretanto, la inflación de precios permaneció controlada y cayó la tasa de desempleo. No sorprende que el presidente Lula disfrutara de una inmensa popularidad durante sus dos mandatos y que el Partido de los Trabajadores de la Lula siguiera en el poder cuando su sucesora escogida ganó las elecciones a la presidencia en 2010 y 2014.

Sin embargo, Dilma Rousseff, política de profesión y antigua guerrillera urbana, lo pasó mal al ganar las elecciones. Cuando se presentó a su segundo mandato, nubes negras oscurecían el aún descarado optimismo del partido gobernante. En 2011, la tasa de crecimiento económico empezó a caer. El gobierno primero le quitó hierro como una caída temporal, pero cuando la tasa continuó bajando aún más de 2012, el gobierno empezó a entrar en pánico. Con las elecciones aproximándose en 2014, hizo lo que prescribe la receta kaleckiana-keynesiana y aceleró aún más sus políticas expansivas. Esto puede haberle hecho ganar las elecciones, pero el precio a pagar aparecerá posteriormente.

Aparece la desilusión

Ahora, a principios de 2015, la desilusión ha aparecido con toda su fuerza. La gente se siente engañada por el falso optimismo del gobierno. El escándalo de corrupción de la petrolera brasileña Petrobras, junto con el deterioro de las condiciones económicas llevó a más de un millón de brasileños a las calles el 15 de marzo para protestar contra el gobierno.

Sin embargo, lo que muchos de los manifestantes no ven es que Brasil necesita más que solo un cambio de gobierno. El país necesita un cambio de ideas. Para entrar en la vía de la prosperidad, Brasil tiene que descartar su ideología económica predominante. Brasil tiene que librarse de su tradición de gasto público pródigo y dinero fácil, de la implicación del estado en la economía de inspiración marxista y del proteccionismo que ha venido con la adopción del cepalismo (el concepto de política económica en la Comisión Económica para América Latina). No hay circunstancias especiales en el núcleo del mal actual, sino ideas erróneas sobre política económica.

Brasil necesita una enorme dosis de liberalización económica para salir de la crisis actual. Menos intervención estatal y mucha más libertad para hacer negocios  deben ser los primeros pasos. Para que ocurra esto, se necesita un cambio de mentalidad. Los brasileños deben abrirse a una alternativa más allá del capitalismo de estado. Brasil debe abrazar el laissez faire para prosperar.

Esta tarea es tremenda y no muy diferente de elecciones anteriores, ya que casi todos los partidos actualmente representados en el congreso brasileño pertenecen a la izquierda y la extrema izquierda. No hay ni un verdadero conservador ni un auténtico partido político pro-mercado. La situación es más que peculiar, porque, como muestran constantemente las encuestas, la mayoría de los brasileños localizan sus preferencias políticas en el entorno del centro-derecha y a favor de los mercados libres.

El marxismo sigue dominando las universidades

La razón para esta discrepancia reside en el hecho de que la izquierda domina la educación superior, particularmente en ciencias sociales, economía y derecho. De este grupo provienen la mayoría de los activistas políticos. Cuando acabó la dictadura militar en 1984, el sistema universitario cayó bajo un control casi completo de izquierdistas de todo tipo. De eta forma, la vida académica es ideológicamente muy distinta del resto de la sociedad brasileña, en la que el sentido común ha seguido prevaleciendo.

Por suerte, la evolución intelectual ya no depende tanto de la universidad. Aunque la rama kaleckiana del keynesianismo y el marxismo siguen dominando las universidades, está aumentando un fuerte movimiento libertario encabezado por el Instituto Mises de Brasil. Los jóvenes en particular llegan  a este sitio como el proverbial hombre perdido en el desierto en busca de agua. En el pasado, los cambios de mentalidad llevaban décadas e incluso siglos para desarrollarse.

Hoy en día, con Internet, las ideas tienen un mercado propio con acceso gratuito para todos. Debería ser sencillo para los brasileños aprender que no basta con ser alimentados por el gobierno actual, sino que es el momento de transformar el capitalismo de estado del país en un sistema de libre mercado para prosperar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twittear