sábado, 18 de abril de 2015

Lo que también es el liberalismo

Juan Rallo muestra en pocas líneas cómo el liberalismo no se restringe a asuntos reduccionistamente económicos, sino que promueve una convivencia pacífica y mutuamente respetuosa entre los heterogéneos planes vitales de todas las personas, también como es lógico en el ámbito civil.


Artículo de Voz Pópuli:



Las libertades civiles en Occidente gozan, en general, de buena salud. Aunque el Partido Popular se esfuerce sobremanera en revertir esta situación mediante leyes mordaza o presiones censoras a los medios de comunicación, en general nadie cuestiona seriamente la libertad de asociación, la libertad de expresión, la libertad sexual o la libertad religiosa. Son victorias éticas y políticas que Occidente ha consolidado frente al Estado y, sobre todo, frente a la intolerancia de aquellos grupos de ciudadanos que activa o pasivamente lo apoyaban.

Acaso por ello, quienes nos consideramos liberales integrales —los que defendemos que la tolerancia no sólo ha de integrar la estructura básica de convivencia de una sociedad, sino que consideramos positivo que constituya un valor moral que exhiban sus miembros en sus tratos personales— solemos hablar poco de esas asentadas libertades civiles y tendemos a concentrarnos en las absolutamente asediadas libertades económicas (si es que una tajante distinción entre ambas resulta posible).

Sin embargo, es verdad que no todas las libertades civiles gozan hoy de buena salud y, por desgracia, los liberales no siempre las reivindicamos con la insistencia que sin duda se merecen: entre ellas, la libertad de inmigración, de eutanasia, de producción y consumo de drogas, de prostitución o de gestación. Por eso, es de celebrar que una formación política como Ciudadanos (al igual que lo hicieron en su momento UPyD, el P-Lib o incluso Podemos) reabra públicamente en España dos debates tan relevantes como el de la prostitución o el de las drogas.

A este respecto, y dado que todavía demasiadas personas confunden el liberalismo con variedades de un conservadurismo que puede ser muy legítimo en el plano personal pero no en el político, acaso convenga reiterar cuál es la postura mayoritaria y –a mi entender— coherente del liberalismo en cada uno de estos muy relevantes asuntos:
  • Inmigración: El liberalismo defiende la libertad de movimientos de mercancías, capitales y personas. Los derechos individuales no son una licencia o una concesión que cada Estado-nación les otorgue a sus súbditos, sino el reconocimiento de la igualdad moral entre todos los seres humanos. En tal caso, no será el Estado el  legitimado para decidir quién circula por el interior de sus arbitrarias fronteras políticas, sino que debería ser cada ciudadano quien dispusiera de la potestad para invitar, contratar o relacionarse con cualquier otra persona del globo. Lo anterior no significa que los movimientos de personas no puedan someterse a ningún tipo de requisito: dado que las calles, los parques y otras zonas comunes no están concebidos para ser ocupados por nadie, la permanencia en un territorio sí podría condicionarse a disponer de algún tipo de residencia (contrato de alquiler, vivienda en propiedad, habitación de hotel, etc.), pero cualquier persona que se ajustara a estos mínimos y elementales requisitos debería poder residir y circular indefinidamente dentro de las (arbitrarias) fronteras españolas. La inmigración resulta, además, especialmente defendible para el caso de los ciudadanos de los países pobres. Aunque muchas veces se promueve una flexibilización de los permisos de residencia con el utilitarista pretexto de atraer trabajadores extranjeros altamente cualificados, quienes más se beneficiarían de la libertad migratoria serían los habitantes de las zonas más paupérrimas del planeta. Y es positivo que así sea: tan sujetos de derecho son los extranjeros como los nacionales y resulta absolutamente censurable que les impidamos prosperar allí donde podrían hacerlo (al tiempo que dentro de nuestras fronteras tiende a defenderse una fortísima redistribución coactiva de la renta).
  • Eutanasia: El liberalismo valora la vida, pues es a lo largo de ella cuando pueden realizarse todos aquellos planes existenciales por los que, en última instancia, la libertad resulta a su vez valiosa. O dicho de otro modo, el liberalismo valora la libertad porque es el principio jurídico que permite que cada ser humano desarrolle en sociedad su propia concepción de buena vida. Pero la vida va inexorablemente ligada a la muerte y, por tanto, la concepción de buena vida de algunas personas puede pasar por escoger el momento y las condiciones de su muerte. Eso, y no otra cosa, es la eutanasia: una buena muerte o muerte digna según la particular perspectiva de quien desea someterse a ella. Uno puede lícitamente observar la eutanasia como un acto profundamente inmoral y equivocado, pero ello no debería ser motivo para impedirla. Nótese, por cierto, que una eutanasia no consentida se llama homicidio (o cacotanasia), no eutanasia.
  • Drogas: El liberalismo reivindica el derecho a la integridad sobre el propio cuerpo, pero no porque el cuerpo humano sea un objeto sacro que merezca una protección absoluta frente a cualquier posible perjuicio, sino porque los daños sobre nuestro cuerpo pueden limitar (en ocasiones, estructuralmente) nuestra capacidad de acción y de consecución de nuestros objetivos vitales. Ahora bien, esos planes vitales de una persona pueden pasar por el consumo de sustancias estupefacientes o psicotrópicas aun cuando ello vaya asociado a un deterioro del propio cuerpo: en tal caso, será la preservación obligatoria del cuerpo en contra de los deseos de la persona lo que atentará contra la realización de sus objetivos vitales (tal como podría hacerlo la prohibición de los combates de boxeo, de los deportes de alto riesgo, del consumo de cerveza o tabaco, o de las dietas insalubres). Y si el consumo de drogas no debe ser impedido violentamente, tampoco deberá serlo su producción y distribución dirigidas a atender ese consumo. Distinto es el caso, claro está, de todas aquellas restricciones razonables a las actividades que pueden realizarse bajo los efectos de las drogas por comportar riesgos sobre terceros (conducir, operar, pilotar, etc.): si bebes (o te drogas), no conduzcas.
  • Prostitución: El liberalismo también defiende la libertad sexual. Los actos consentidos a este respecto entre adultos no deben ser violentados por otras personas: a saber, lo que pasa en la alcoba es sólo de la incumbencia de las personas que están en ella, no de terceros no invitados. Lo anterior también implica que las razones por las que una persona decide acostarse con otra (amor, atracción, distracción, compasión, divertimento, etc.) tampoco son de la incumbencia de terceros, incluyendo cuando esas razones son exclusivamente crematísticas. Uno podrá considerar degradante que algunos hombres o mujeres cobren por el sexo, pero ello no les da derecho a impedirlo: como tampoco se lo da a las personas que consideren degradante el sexo extramatrimonial, con anticonceptivos, homosexual o en grupo. Si lo juzga degradante, no lo practique, pero respete a quienes opinan y actúan distinto. Nótese, por supuesto, la diferencia entre trabajo y esclavitud, entre relaciones consentidas y violación: entre prostitución y trata de personas. Las acciones voluntarias merecen el respeto de terceros; las coacciones merecen la protección de terceros.
  • Gestación subrogada: Las tecnologías reproductivas actuales permiten la gestación del embrión en el vientre de una mujer distinta de aquella que aporta la carga genética. Se trata de una relación entre, como mínimo, tres partes —padres genéticos y madre gestante— orientada al bello objeto de dar vida a una cuarta. Nuevamente, en tanto en cuanto la relación sea consentida, el liberalismo la respetará y no la perseguirá: del mismo modo que no persigue la externalización del material genético (bancos de semen u óvulos) o la externalización de la fecundación (la fertilización in vitro), tampoco perseguirá la externalización de la gestación (maternidad subrogada).
El liberalismo no se restringe a asuntos reduccionistamente económicos, sino que promueve una convivencia pacífica y mutuamente respetuosa entre los heterogéneos planes vitales de todas las personas. Si bien España no parece que vaya a avanzar en la dirección de la libertad económica —ni con PP, ni con PSOE, ni con Podemos, ni siquiera con Ciudadanos (I y II)—, esperemos que al menos sí camine hacia una muy notable ampliación de nuestras libertades civiles. De momento sólo se han abierto algunos de estos debates (ojalá con el tiempo se abran todos ellos) y el riesgo a que se cierren en falso es muy alto, dado que ninguna de las formaciones políticas mayoritarias es liberal: pero justamente por ello será importante reivindicar en los próximos meses los valores y los principios básicos del liberalismo.

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