domingo, 21 de junio de 2015

Necesitamos libre comercio real, no el TPP

Ryan McMaken muestra la diferencia entre un libre comercio real, que sí necesitamos y es beneficioso para todas las partes, y un TPP (acuerdo trans-Pacífico), que no hay que confundir con el libre mercado, y que argumentando dichos beneficios implica una mayor centralización y autoritarismo del poder en diferentes ámbitos, en beneficio de burócratas y grupos afines y cercanos al poder.

No es la gente quien puede elegir libremente qué productos y servicios quiere. No es el consumidor y empresario individual quien decide si desea o no hacer negocios con proveedores extranjeros, sino que son los reguladores y negociadores públicos, quienes toman decisiones "en interés del estado y sus intereses especiales favorecidos" (grupos de interés cercanos al poder).

Lo que tenemos no es libre mercado, sino mercantilismo, algo evidentemente muy distinto, y que por otra parte apoyan quienes se niegan también a cualquier apertura e intercambio comercial sin subvenciones o trabas ni aranceles con el exterior (proteccionistas). Estos grupos buscan el poder coactivo del gobierno en su propio beneficio "para poder controlar el comercio y aplastar la competencia" otorgándose "el derecho a dictar a otros cuáles deberían ser sur decisiones".

Artículo de Mises Hispano:

Brendan Nyhan, en el New York Times, parece estar bajo la impresión de que el Acuerdo Trans-Pacífico (TPP, por sus siglas en inglés) tiene al go que ver con el libre comercio. Nyhan escribe que el TPP
Es el último paso en una tendencia de décadas hacia la liberalización del comercio, una evolución bastante misteriosa, dado que muchos estadounidenses son escépticos ante un comercio más libre.
Pero muchos estadounidenses con rentas más altas no son tan escépticos. Ellos, junto con empresas y grupos de interés que tienden a asociarse con ellas, es mucho más probable que apoyen la liberalización del comercio.
Nyhan probablemente tiene razón en que mucha de la población (especialmente la parte que nunca ha estudiado economía) está contra el relajamiento de las barreras comerciales. Después de todo, mucha de la población mantiene las viejas ideas del mercantilismo, que ve al comercio con países extranjeros como un juego de suma cero, en el que cualquier cosa que beneficie a los extranjeros debe ser dañina para “nosotros”. Como escribía con exasperación Henry Hazlitt en La economía en una lección: “el pensamiento popular (…) en todo lo relacionado con las relaciones internacionales, no entendió aún a Adam Smith”.

Nyhan sin embargo aparentemente está profundamente confundido, ya que hace equivaler el Acuerdo Trans-Pacífico con “liberalización del comercio”. De hecho, el TPP no se trata de ningún tipo de liberalización, sino de centralizar el poder político. El TPP transmitirá aún más la negociación e implantación de políticas comerciales en manos de un pequeño número de reguladores y burócratas legales, reduciendo al tiempo las prerrogativas del Congreso y los legisladores estatales en EEUU. De hecho, los ciudadanos de las doce naciones miembros del TPP verán las políticas comerciales convertirse en más remotas y desconocibles gracias al TPP. Y como el comercio no es sino una pequeña parte del acuerdo, podemos esperar un mayor cambio hacia tomas de decisiones globales opacas y autoritarias en todo, desde política medioambiental a Internet a la emigración.

No cabe negar que las negociaciones secretas entre élites no elegidas nombradas por miembros del TPP pueden ocasionar la rebaja de barreras comerciales para amigos selectos de los reguladores globales. El sistema de compinches de recompensas y castigos a los favoritos globales no debería sin embargo confundirse con el libre comercio.

El verdadero libre comercio consiste en la descentralización del poder

El libre comercio a gran escala consiste en la descentralización total en la política comercial. En un país que disfrute de libre comercio (es decir, un país que haya implantado un libre comercio unilateral) corresponde íntegramente al consumidor y empresario individual si desea o no hacer negocios con proveedores extranjeros. Bajo ese sistema, un panadero que deba comprar camiones de reparto y harina para su negocio puede elegir si obtendrá o no sus suministros de proveedores extranjeros o nacionales. En la mayoría de los casos, elegirá la opción más económica y el mercado reflejará esta realidad.

Los acuerdos comerciales como el TPP y el NAFTA, por el contrario, dejan estas decisiones, no a los ciudadanos individuales, sino a los reguladores y negociadores públicos, que toman decisiones en interés del estado y sus intereses especiales favorecidos.

Debido a esto, cualquier acuerdo que amenazara con implantar un verdadero libre comercio plantearía una amenaza importante para el estatus quo que favorece enormemente a los intereses especiales poderosos por encima de los intereses de propietarios de pequeños negocios y consumidores normales. Como señalaba Murray Rothbard:
Si alguna vez apareciera en el horizonte el auténtico libre comercio, habría una forma segura de saberlo. Gobierno/medios de comunicación/grandes empresas se opondrían a este con uñas y dientes. Veríamos una serie de editoriales “advirtiendo” acerca del inminente retorno al siglo XIX. Los expertos de los medios y académicos plantearían todos los viejos bulos contra el libre mercado, que es explotador y anárquico sin la “coordinación” del gobierno. El establishment reaccionaría a la institución de un verdadero libre comercio con tanto entusiasmo como lo haría para abolir el impuesto de la renta.
En realidad, el bramido del establishment bipartidista del “libre comercio” desde la Segunda Guerra Mundial alimenta lo contrario a una verdadera libertad de intercambio. Los objetivos y tácticas del establishment han sido constantemente las del tradicional enemigo del libre comercio, el “mercantilismo”: el sistema impuesto por los estados-nación de Europa en los siglos XVI a XVIII.

Aprovechando el miedo a la libertad en el comercio

Por desgracia, probablemente sería muy fácil para medios de comunicación élites empresariales y políticas poner a la población en contra de cualquier movimiento hacia el verdadero libre comercio.
Preocupados solo por lo que ven en sus propios sectores y no por los beneficios que no se ven para otros, los grupos de intereses especiales, como trabajadores y propietarios en industrias nacionales buscarán usar el poder coactivo del gobierno en su propio beneficio.

Recurriendo a la violencia del estado para controlar el comercio y aplastar la competencia, lo que están diciendo estos grupos es que la gente no debería poder elegir libremente qué productos y servicios quiere. “Merecemos el derecho a dictar a otros cuáles deberían ser sur decisiones”, es la postura de los proteccionistas.

No son distintos de los taxistas que buscan aplastar Uber o los trabajadores nacionales que buscan aumentar sus salarios sancionando legalmente a los empresarios que contratan mano de obra inmigrante.

Para una ilustración de los efectos reales de la política comercial proteccionista, podríamos ver el trabajo de cualquier pequeño empresario que trate de rebajar sus costes en busca de ganarse la vida. Tomemos, por ejemplo, un emprendedor que descubra que hay una necesidad en su ciudad de más servicios de mantenimiento de césped y jardines. Luego busca encontrar las segadoras más baratas y fiables que pueda. Sabe que cuanto más bajos mantenga sus costes, más bajos serán sus propios precios. O, si hay poca competencia, podrá ganar más beneficios y contratar a más empleados.
Listos para interponerse en el camino de todo esto están los trabajadores de una fábrica nacional de segadoras, que están muy felices fabricando segadoras que son al tiempo caras y menos fiables que las fabricadas en un país vecino.

Los trabajadores consiguen presionar al gobierno para imponer un arancel a las máquinas segadoras extranjeras, lo que aumenta los costes del emprendedor. Entonces este ve que sus beneficios caen, lo que lleva a despidos e incluso al desempleo para el propio pequeño empresario.

Protegiendo un sector nacional a costa de otro

Ahora, los defensores del proteccionismo sin duda responderían con su propio cuento de aflicción acerca de cómo, si la empresa de segado ha podido comprar segadoras baratas, los trabajadores en la fábrica nacional serían despedidos y desamparados.

Pero en la postura proteccionista está implícito que es bueno que el gobierno tome una decisión puramente arbitraria para apoyar a un sector por encima del otro. Para el proteccionista, las decisiones tomadas libremente por dueños de casas y jardineros no tienen que tolerarse y deben ser invalidadas por el gobierno. Más aún, para asegurarse de que ninguno de esos taimados jardineros acceda a ninguna de estas máquinas “baratas” fabricadas en el extranjero, debe contratarse un pequeño ejército de trabajadores de aduanas para asegurar el cumplimiento y cualquiera que se atreva a proporcionar a algún empresario un tipo “incorrecto” de máquina será castigado, multado y posiblemente encarcelado bajo el derecho federal.

Para el proteccionista, todo esto es una función buena y legítima del gobierno. La acción de comprar una máquina económica se convierte en un delito y los trabajadores de la fábrica pueden continuar fabricando su producto de segunda categoría.

Los mercados verdaderamente libres no necesitan un TPP

Evidentemente, para dejar sencillamente que los estadounidenses sean libres para comprar lo que quieran, no necesitamos un NAFTA o un TPP o viajes oficiales de burócratas comerciales para decidir lo que se permitirá o no cruzar las fronteras internacionales. Indudablemente, el crecimiento del TPP aleja más a los estados miembros de la posibilidad de un verdadero libre comercio, ya que la política comercial se verá crecientemente envuelta en una burocracia internacional de múltiples capas que solo impide la capacidad del estado-nación de reducir unilateralmente las barreras comerciales.
Sin embargo, cuando lo impiden los tratados internacionales, todo lo que tiene que pasar para que aparezca la libertad en el comercio es que el gobierno se abstenga de castigar a los ciudadanos privados que busquen hacer negocios con suministradores extranjeros de bienes deseables. Eso sería una verdadera “liberalización del comercio”.

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