jueves, 30 de julio de 2015

La mala defensa de la renta básica de Arcarons, Raventós y Torrens (parte 2)

Juan Rallo realiza la segunda respuesta a la nueva réplica de Arcarons, Raventós y Torrens a la crítica de Rallo sobre la propuesta de financiación de la renta básica en España, expuesta en su fantástica y reciente obra "Contra la Renta Básica", mostrando nuevamente la debilidad argumental de dichos autores y los muchos errores (y falta de respuesta ante los mismos) de su propuesta y defensa de la misma.


Artículo de su blog personal:

Jordi Arcarons, Daniel Raventós y Lluís Torrens (a partir de aquí, Arcarons y Cía) han publicado una especie de nueva réplica a mi última respuesta a sus críticas. Digo una especie de nueva réplica porque es una mezcla entre repetir los viejos argumentos de su crítica original e incorporar otros nuevos a modo de respuesta a mis réplicas.

En general, pues, intentaré ceñirme a criticar los nuevos argumentos:

Las críticas de los liberales a la renta básica son económicas

Arcarons y Cía comienzan su artículo afirmando que quienes se oponen a la renta básica “desde la derecha” lo hacen esencialmente por razones económicas: sobre todo por el “no se puede financiar”. Imagino que, al centrar este debate en el “no se puede financiar” los autores me incluyen en la derecha. Y me sorprende porque, más allá de ubicarme en la derecha sin aclarar a qué se refieren por tal (mis semejanzas con los nacionalistas de derecha o los conservadores y reaccionarios es nula), los autores son conscientes de que mi libro Contra la renta básica se centra no en las críticas económicas, sino en las éticas y políticas: de sus 480 páginas, sólo 15 de ellas (el 3%) se dedican al “no se puede financiar”. El 97% restante son críticas políticas y éticas de fondo a las que Arcarons y Cía no están entrando: y no me parece mal que no lo hagan, pero al menos que no me incluyan en un bando argumental con el que no me puedo identificar ni en el fondo ni en la forma.

El modelo no pretendía ser dinámico

Mi principal crítica contra la propuesta de financiación de Arcarons y Cía es que su simulación de recaudación es estática, no dinámica. No han tenido en cuenta ninguna elasticidad de la base imponible con respecto al tipo impositivo, de modo que simplemente asumen que ésta es cero. Básicamente, ellos parten de la idea —no respaldada empíricamente por ningún estudio— que si aumentamos un 50% los impuestos la recaudación crecerá un 50% debido a que nadie modificará su comportamiento. ¿Y quién podría modificarlo especialmente? Según toda la literatura empírica disponible, quienes son más propensos y disponen de mayores facilidades para reducir su base imponible ante un incremento de la recaudación son los más ricos: justamente aquellos que, en el modelo de Arcarons y Cía, constituyen el sustrato que permite financiar la renta básica.

O dicho de otro modo, el consenso empírico sostiene que un incremento del 1% en los impuestos a los ricos conlleva una caída de la base imponible de al menos el 0,5% (dejando el aumento de la recaudación neta a la mitad), pero Arcarons y Cía suponen que la caída de la base imponible será del 0%. Con el mismo rigor (ninguno), podrían haber supuesto que la base imponible se incrementa un 5% por cada incremento del 1% en los impuestos, en tal caso la renta básica podría financiarse sin apenas subir los tributos.

Pues bien, cuál es mi sorpresa cuando, después de exponerles este grave error, los autores no sólo no intentan escurrir el bulto (como intentaron hacer en su primera réplica), sino que han pasado a ratificarse en la corrección de los mismos: “Critica Rallo que nuestra propuesta no tiene en cuenta los efectos dinámicos. El modelo efectivamente no es dinámico, resulta trivial pues que no tenga en cuenta efectos dinámicos. Pero difícilmente puede criticarse algo por lo que no pretende ser”.

Para que entendamos el boquete intelectual en los cálculos de Arcarons y Cía: es como si un empresario vende 1.000 televisores cuando el precio por televisor es de 500 euros (500.000 euros de ingresos) y, sobre esa base, estima que si incrementa el precio de cada televisor a 5.000 euros seguirá vendiendo 1.000 televisores (esto es, que ingresará 5.000.000 de euros). Evidentemente, todos consideraríamos esto un profundo error, salvo Arcarons y Cía que parecen estar atacados de una cierta disonancia cognitiva: cuando exponen mis crudos errores, en lugar de admitirlos y rectificar, me ratifico más radicalmente en ellos.

En lugar de decir “el modelo efectivamente no es dinámico, resulta trivial pues que no tenga en cuenta efectos dinámicos. Pero difícilmente puede criticarse algo por lo que no pretende ser”, deberían haber escrito “el modelo efectivamente no es dinámico, resulta trivial pues que está equivocado. Y difícilmente puede defenderse algo que no sirve para lo que fue concebido”.

Los efectos dinámicos de la propensión a consumir

Después de admitir que el modelo no es dinámico (y por tanto que es estéril como propuesta de financiación), Arcarons y Cía sugieren que, en el fondo, tampoco es tan problemático, ya que volviéndolo dinámico podría haber algún efectivo positivo sobre la recaudación: por ejemplo, que la propensión a consumir de quienes recibirían la renta básica (pobres) es superior a la de quienes la financian (ricos) y, por tanto, el multiplicador keynesiano terminaría incrementando el PIB (se trata de un argumento subconsumista ya refutado en el correspondiente apartado de mi libro y algunos de cuyos errores económicos pueden encontrarse aquí).

El razonamiento es problemático por varias razones que ya expuse en mi anterior artículo: básicamente, para que el multiplicador sea efectivo debe existir una abundante capacidad ociosa aprovechable y ha de financiarse con déficit, pues en caso contrario el multiplicador del gasto se combinará con un divisor del gasto derivado de las subidas de impuestos. Dado que Arcarons y Cía proponen financiar la renta básica con más impuestos, su argumento no aplica en este caso. Pero, además, aunque se financiara con más déficit, el consenso empírico sobre  la cuantía del efecto multiplicador lo ubica en torno a 1: es decir, que no multiplica prácticamente nada.

Arcarons y Cía no responde directamente a ninguno de estos dos argumentos, aunque en parte sí señalan que el gasto total aumentaría porque los pobres son más propensos a consumir que los ricos. En este sentido, recordemos que a mayor propensión a consumir, mayor es el tamaño del multiplicador (el multiplicador es el inverso de la propensión a ahorrar, y mayor propensión a consumir es menor propensión a ahorrar). Sin embargo, esto únicamente constituye un giro retórico para ocultar lo problemáticos que siguen siendo sus argumentos.

Primero, no está claro que sea cierto que los pobres tengan una mayor propensión a consumir que los ricos, ya que los estudios transversales que así lo acreditan sufren de un sesgo que el propio Krugman se encarga de exponer: si, como parece lógico, el consumo en el año corriente no depende de la renta en el año corriente sino de la renta esperada a lo largo de nuestra vida, aquellos años en los que la renta corriente descienda sobreproporcionalmente (años en los que seremos calificados como pobres), nuestra propensión a consumir será anormalmente alta (ya que no corregiremos nuestro consumo a la baja, aunque haya caído nuestra renta corriente); a su vez, aquellos años en los que la renta corriente aumenta sobreproporcionalmente (años en los que seremos calificados como ricos), nuestra propensión a consumir será anormalmente baja (ya que no corregiremos nuestro consumo al alza, aunque haya aumenta nuestra renta corriente). De todas formas, veo bastante intuitivo que los permanentemente pobres sí tengan una propensión a consumir más alta que los permanentemente ricos, así que puedo aceptar este punto, aunque no todo el análisis que Arcarons y Cía derivan de él.
Así, en segundo lugar, recordemos que el multiplicador keynesiano es un multiplicador del gasto en inversión (k*I, donde k es el multiplicador e I la inversión agregada). Keynes explícitamente suponía que un incremento autónomo de la inversión no reducía la inversión en otras partes de la economía (textualmente, “assuming no reduction of investment in other directions”). Es verdad que los ricos consumen menos que los pobres, pero también invierten mucho más: gravar de un modo muy sustancial la renta de los ricos necesariamente influirá sobre su inversión (pues actualmente, ya en marcha los QE, toda su renta está plenamente invertida: es prácticamente imposible adquirir algún activo que no vaya asociado a la prestación de financiación a algún agente). Por tanto, menos renta para los ricos es también menos inversión y, por tanto, un menor multiplicando aun cuando vaya de la mano de un mayor multiplicador.


Los pobres dejarían de trabajar como consecuencia del aumento de los impuestos

Uno de los efectos dinámicos que Arcarons y Cía me atribuyen es que, ante el incremento de los impuestos, las rentas más bajas dejarán de trabajar:
Para justificar semejante idea utiliza un análisis sobre los efectos de diversas pruebas de impuestos negativos sobre la renta (otra variante de la RB) en Estados Unidos y Canadá a finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado en donde se concluía que la RB reducía la oferta laboral, aunque sólo de manera significativa en determinados colectivos, como el de las mujeres con recientes maternidades, y con un efecto mucho menor del inicialmente esperado.
Uno puede entender que el lector profano se confunda con semejantes argumentaciones, pero que unos expertos en la materia describan tan mal mis argumentos sólo se puede explicar o por desconocimiento o por mala fe.

Veamos: mi argumento es que los ricos reducirán deliberadamente sus ingresos antes de impuestos si incrementamos el tipo efectivo medio. Una forma de reducir tales ingresos es minorando su oferta laboral (dedican menos tiempo a trabajar y más a disfrutar del tiempo libre con el mucho dinero que siguen ganando). No es que sea un argumento sacado de la manga: es lo que describe la literatura empírica al respecto. Recalco que me estoy refiriendo a una reducción de los ingresos antes de impuestos entre los ricos: es decir, me estoy refiriendo al efecto de la elasticidad de la base imponible del IRPF con respecto a su gravamen.

Mi argumento no es que los pobres dejarán de trabajar porque aumenten los impuestos: de hecho, la implantación de una renta básica vía impuesto negativo no incrementa la tributación de los pobres, sino que la rebaja (pagan menos impuestos, o incluso reciben transferencias netas: impuesto negativo). ¿Cómo voy, por tanto, a demostrar que los ricos reducirán sus horas de trabajo tras un incremento de la fiscalidad apelando a estudios que muestran que los pobres la redujeron en los años 70 tras la implantación de una renta básica? Eso no tiene ningún sentido.

Lo que sí hago en el libro es plantearme cuál será el efecto de una implantación de la renta básica entre las personas menos pudientes de la sociedad. Dado que la renta básica para los pobres equivale a una rebaja de impuestos, lo lógico sería que incrementaran su oferta laboral (a diferencia de lo que sucede con los ricos con el incremento de impuestos); pero hay un problema: la renta básica es una rebaja de impuestos no asociada a un mayor trabajo (eso sería el programa de “complemento salarial” propuesto por Ciudadanos), y por tanto el efecto neto necesariamente será el de una reducción de la oferta laboral entre los pobres no adictos al trabajo (técnicamente, una renta básica tiene un efecto sustitución nulo sobre el precio del trabajo, por tanto no influye sobre la demanda intertemporal de trabajo; pero, en cambio, tiene un efecto renta positivo que incrementa la demanda de ocio). Ahora bien, que la renta básica tienda a deprimir la oferta laboral entre los pobres a priori no significa que la deprima de un modo relevante: y es ahí donde entra la experimentación de los años 70 que concluyó que sí lo deprimió a efectos relevantes (recalculo que reducciones muy leves de la oferta laboral por parte de los beneficiarios de la renta básica conducen a incrementos muy sustanciales del coste del programa).

¿Con todo esto que quiero decir? Que no puedo entender, sinceramente, cómo unos expertos en renta básica mezclan estudios referentes a la repercusión sobre la oferta laboral entre los beneficiarios netos de la renta básica con estudios referentes a la repercusión sobre los ingresos y la oferta laboral entre los contribuyentes netos de la renta básica.

Los ricos no quieren dejar de ser ricos

El único argumento que aportan Arcarons y Cía contra la elasticidad de las bases imponibles de los ricos (probada empíricamente) es que éstos siempre quieren seguir siendo más ricos y no desean dejar de trabajar por mucho que se les aumenten los impuestos. A su vez, afirman que el incremento fiscal que proponen no es tan radical, ya que son iguales o inferiores a los actuales. Dado que aquí no han aportado ningún argumento nuevo, me limito a reproducir lo que ya escribí al respecto:
La afirmación contiene diversas falacias que conviene poner de relieve. Primero, no es en absoluto absurdo pensar que los ricos van a reducir parcialmente su oferta laboral ante un incremento del tipo impositivo: de hecho, como hemos visto, eso es lo que indica la evidencia empírica sobre la elasticidad fiscal. Dudo mucho de que no se nos puedan ocurrir a todos razones por las cuales podamos querer dejar de trabajar cuando la renta marginal que nos ofrecen es menos valorada que el ocio al que tenemos que renunciar. Segundo, Arcarons y Cía apelan a una evidencia empírica según la cual los ricos seguirán generando rentas “mientras su ingreso neto sea positivo”. Pero la evidencia que aportan apenas es un UBS Investor Watch donde se constata que los ricos aspiran a tener más riqueza. ¿Cómo deducir de ahí que están dispuestos a trabajar con total independencia de los ingresos netos que sean capaces de retener después de impuestos? ¿De verdad nos creemos que con un tipo marginal del 99,99% los ricos seguirían trabajando tanto como ahora? (esto es, ¿que con un ingreso neto positivo del 0,01% de su renta antes de impuestos se seguiría trabajando tanto como ahora?). Si existe alguna evidencia empírica sobre eso, querría conocerla. Sintomático que no hayan aportado nada al respecto.

Y, por último, Arcarons y Cía afirman que los tipos impositivos que proponen “son similares o incluso inferiores a los actuales tipos marginales”. En este punto, de nuevo, o los autores están muy confundidos o están tratando de confundir al lector. De entrada, el tipo impositivo que proponen es el 49%: no sé de dónde se sacan ahora un tipo del 39% (o entre el 39% y el 49%) cuando nunca los han mencionado antes (¿han rehecho sus cálculos con tales tipos impositivos nuevos? ¿Dónde?). Pero más importante: un tipo medio del 49% (con un mínimo exento de 7.500 euros, que vendría a ser la renta básica) no es lo mismo que un tipo marginal del 49%.

Por ejemplo, en el año 2011, las rentas superiores a 175.000 euros abonaban un tipo marginal del 47%, pero eso no significa que el tipo medio fuera del 47%. De hecho, una persona que ingresara 175.000 euros pagó en 2011 un tipo medio del 32,39% (página 165), mientras que con la reforma fiscal de Arcarons y Cía su tipo medio sería del 44,7% (más de 12 puntos superior). Es decir, la reforma fiscal de Arcarons y Cía equivale a subir todos los actuales tipos marginales para las rentas más altas.
El coste de la renta básica a través de la Contabilidad Nacional

Hechas las críticas esenciales al modelo de financiación de Arcarons y Cía, voy a entrar en una accesoria que no está mal dejar de constatar. Los autores estiman que la renta básica podría implementarse con un tipo único nominal en el IRPF del 49%, cuando mis cálculos lo aproximan más al 56%. Para ello, utilizo las cifras de Contabilidad Nacional tal como expuse en mi anterior réplica.

Básicamente, el PIB estima el conjunto de las rentas de los hogares; la base imponible del IRPF es un proxy de las rentas de los hogares; por tanto, la base imponible máxima sobre la que podrían financiarse las rentas de los hogares viene dada por las rentas de los hogares tal como calcula Contabilidad Nacional. En este sentido, Arcarons y Cía me reprochan que recurra a la Contabilidad Nacional en lugar de “chuparme”, como han hecho ellos, una muestra de 1,9 millones de datos de los contribuyentes. Evidentemente, esto tiene una réplica muy sencilla: esos millones de datos ya se los ha chupado Contabilidad Nacional (el INE) y por tanto puedo partir de sus cálculos agregados.

(Por cierto, justamente porque las rentas familiares en Contabilidad Nacional son un proxy de las bases imponibles del IRPF, no tiene sentido que Arcarons y Cía me acusen de haber afirmado que en el IRPF se imputan las rentas de la vivienda habitual. Esencialmente, lo que he dicho es que en las rentas familiares que calcula Contabilidad Nacional, se integran rentas imputadas por la vivienda habitual, y a menos que queramos gravar fiscalmente una renta en especie, esas cuantías deben excluirse de nuestro proxy de las bases imponibles del IRPF. En ningún momento he dicho que en el IRPF se incluyan imputaciones de rentas por vivienda habitual: lean bien, por favor).

Lo interesante de esta nueva réplica de Arcarons y Cía es que por fin se animan a intentar reproducir mis cálculos recurriendo al método más claro de la Contabilidad Nacional, con una salvedad: el tipo efectivo que les aparece usando este método es del 48,2%, no del 49% como decían ellos antes ni del 56% como digo yo. La clave del asunto es que, por primera vez, pasan a incluir el coste neto de la renta básica a efectos fiscales. Y es que, aun cuando el coste bruto de implantar una renta básica sea de 300.000 millones de euros, los autores estiman que hay otros gastos por importe de 93.000 millones de euros que podrían reducirse. En tal caso, el coste neto de la renta básica sería de 207.000 millones de euros.

En efecto, esta aclaración es harto pertinente —y debería haberla apuntado con detalle en mi libro— dado que si, mientras implantamos la renta básica a través del IRPF, podemos reducir otras partidas de gasto (por ejemplo, las prestaciones por desempleo o algunas pensiones), también podremos reducir la carga fiscal por esas menores partidas de gasto (por ejemplo, necesitaremos mantener la recaudación por IRPF en menos medida o podremos bajar las cotizaciones a la Seguridad Social). En definitiva, los cálculos originales de Arcarons y Cía eran cálculos brutos del coste de la renta básica en el IRPF, pero conviene efectuar los cálculos netos (contabilizando no sólo los impuestos que suben, sino también los que bajan).

¿Cómo podemos calcular el efecto fiscal neto de una renta básica para las familias españolas? Una forma simple es comparar el coste fiscal que supuso para las familias en el año 2010 la recaudación de IRPF y cotizaciones sociales y compararlo con el que habría supuesto si, además, hubiesen tenido que hacerse cargo del coste neto de la renta básica. Así, en el año 2010 la recaudación por IRPF fue de 77.000 millones de euros y la de cotizaciones a la Seguridad Social de 139.000 millones (rúbricas D.611r a D.613r): es decir, el Estado recaudó directamente 216.000 millones de unas rentas familiares de 675.000 millones de euros (es decir, el tipo efectivo medio sobre las rentas familiares fue del 32%). Si hubiésemos añadido el coste neto de la renta básica a estos importes (207.000 millones de euros), la recaudación necesaria se habría elevado hasta los 423.000 millones de euros (es decir, un tipo efectivo del 62,6% sobre la renta familiar). Otra forma de llegar a ese mismo resultado, claro está, es partir del coste bruto de la renta básica (300.000 millones) y rebajar la recaudación necesaria en IRPF+cotizaciones sociales en 93.000 millones (de 216.000 millones a 123.000).

Estos cálculos netos no son directamente comparables con los cálculos brutos del IRPF, pero ilustran perfectamente la muy notable mordida que implicaría implantar en España una renta básica vía IRPF… aun cuando existieran rebajas de impuestos como consecuencia del ahorro en otras partidas de gasto. Se trata de duplicar la tributación efectiva sobre las rentas familiares, obviando para más inri los efectos dinámicos que ello conllevaría (la más que obvia contracción de esas rentas familiares antes de impuestos).

Conclusión

Concluyen Arcarons y Cía su réplica afirmando que “con la renta básica, entre sus detractores, pero también entre algunos de sus defensores, puede observarse a menudo el estudiado efecto cognitivo Dunning-Kruger”. El efecto Dunning-Kruger se define como “un sesgo cognitivo, según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real. Este sesgo se explica por una incapacidad meta-cognitiva del sujeto para reconocer su propia ineptitud”.

Celebro que Arcarons y Cía hayan explicitado que el efecto Dunning-Kruger se da tanto entre los detractores como entre los defensores de la renta básica. Siguiendo con su misma línea argumental, uno se atrevería a decir que se da especialmente entre sus defensores.

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