martes, 11 de agosto de 2015

¿Qué necesita Grecia para prosperar?

Muy de acuerdo con el nobel Edmund S. Phelps en su análisis sobre qué necesita Grecia para prósperar y qué no, en su crítica sobre las soluciones keynesianas y de "demanda" y la crítica que se pretende lanzar a la "austeridad" sobre la situación actual de Grecia, que contrasta fuertemente con lo experimentado en Grecia. 

Artículo de Expansión:
Algunos economistas pasan por alto la idea moderna de que la prosperidad de un país depende de la innovación y la capacidad emprendedora; asumen la visión mecanicista de que la prosperidad queda determinada por el empleo y que el empleo depende de la demanda: el gasto público, el consumo de los hogares y la inversión. 
En el caso de Grecia, esos economistas sostienen que un desplazamiento de la política fiscal hacia la austeridad –una reducción del sector público– ha producido un grave déficit en la demanda y, con él, una depresión. Pero esta afirmación malinterpreta la historia y exagera el efecto del gasto público. 
En gran medida, la caída del empleo en Grecia tuvo lugar antes de los bruscos recortes del gasto entre 2012 y 2014 (como resultado, sin dudas, de la estrepitosa caída de la confianza en el gobierno). El gasto trimestral del gobierno griego aumentó hasta estabilizarse alrededor de los 13.500 millones de euros en 2009-2012, antes de caer hasta aproximadamente 9.600 millones de euros en 2014-2015. 
Sin embargo, la cantidad de trabajadores ocupados alcanzó su máximo de 4,5 millones en 2006-2009 y, para 2012, había caído a 3,6 millones. Para cuando Grecia comenzó a recortar su presupuesto, la tasa de desempleo –el 9,6 % de la población económicamente activa en 2009– ya había aumentado casi hasta su reciente nivel de 25,5 %. 
Estos hechos contrastan fuertemente con la hipótesis de que la austeridad es responsable de las actuales dificultades griegas e indican que no se debe culpar por el masivo desempleo actual a la reducción del elevado gasto de 2008-2013. 
Otro hecho genera dudas sobre el grado en que la austeridad fue realmente impuesta a Grecia; ciertamente, el gasto gubernamental ha caído, pero solo hasta el nivel donde solía encontrarse: los 9.600 millones de euros en el primer cuatrimestre de este año son, de hecho, superiores a valores tan recientes como los de 2003. 
Por lo tanto, la premisa de la austeridad parece incorrecta; Grecia no se ha alejado de la normalidad fiscal anterior, sino que ha regresado a ella. Más acertado que describir al actual gasto gubernamental como “austero” sería interpretarlo como el fin de los años de despilfarro fiscal que culminaron en 2013, cuando el déficit gubernamental llegó al 12,3 % del PIB y la deuda pública, al 175 % del PIB. 
La escuela de la demanda puede aducir que, independientemente de la existencia o no de austeridad fiscal en la actualidad, un mayor gasto gubernamental (financiado, por supuesto, con deuda) brindaría un impulso permanente al empleo, pero la reciente experiencia griega sugiere algo diferente: es verdad que el enorme aumento del gasto gubernamental entre 2006 y el período 2009-2013 generó un mayor empleo, pero ese aumento no se sostuvo. 
El verdadero escollo es que el gobierno tendría que emitir bonos para financiar el gasto adicional. Si suponemos que hay un límite a la voluntad de los inversores extranjeros para comprar esos bonos, serían los griegos los responsables de adquirirlos. En una economía que no está preparada para el crecimiento, la riqueza de los hogares respecto de los salarios aumentaría vertiginosamente y la oferta de mano de obra se reduciría, produciendo una caída del empleo. 
Por lo tanto, un mayor gasto no es el remedio para las dificultades griegas, al igual que un menor gasto no fue su causa. ¿Cuál es entonces la solución? Ninguna reestructuración de la deuda, ni siquiera su condonación, será suficiente para lograr la prosperidad (en términos de un reducido desempleo y una elevada satisfacción laboral); esas medidas solo ayudarían a Grecia a estimular su gasto gubernamental. El sofocante corporativismo de la economía –clientelismo y amiguismo en el sector público, e intereses creados y arraigadas elites en el sector privado– reviviría. La izquierda europea puede propugnarlo, pero eso difícilmente beneficiaría a Europa. 
El remedio yace en la adopción de las reformas estructurales adecuadas. Independientemente de que las reformas que proponen los miembros de la zona euro aumenten sus probabilidades de cobrar los créditos que han otorgado, estos acreedores tienen intereses políticos y económicos vinculados a la supervivencia y el desarrollo de la unión monetaria. También deben estar preparados para ayudar a Grecia a afrontar los costes que implican los cambios necesarios. 
Pero es la propia Grecia quien debe ocuparse de sus reformas y hay señales alentadoras de que el primer ministro Alexis Tsipras está dispuesto a adoptar esa causa, aunque tendrá que saber cuáles son los cambios necesarios. Grecia debe desmantelar los arreglos y las prácticas corporativistas que obstruyen el surgimiento de la innovación y la capacidad emprendedora. 
Para cultivar una abundancia de innovadores imaginativos y emprendedores vibrantes es necesario adoptar una visión de vidas audaces, plenas de creatividad y descubrimiento.
Premio Nobel de Economía 2006. Director del Centro de Capitalismo y Sociedad en la Universidad de Columbia.

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