martes, 15 de diciembre de 2015

Demos gracias al capitalismo

Adolfo D. Lozano analiza a raíz del día de Acción de Gracias recientemente celebrado, como habría que dar gracias al Capitalismo cada día si dejamos a un lado "las cortinas de los prejuicios y sofismas".

Entre otras cosas, como explica, por el progreso de los trabajadores, por luchar contra la pobreza, por ser el sistema más social, por la seguridad jurídica o por la paz.

Artículo del Instituto Independiente:


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"Defendemos el Capitalismo porque es el único sistema acorde con la vida de un ser racional". Ayn Rand
 
El último jueves de noviembre es, tradicionalmente, un día de celebración en Estados Unidos. Es el popular Día de Acción de Gracias que se remonta al siglo XVII y que nació como celebración del fin de las cosechas y, como su nombre indica, agradecimiento por las mismas. Con orígenes religiosos, hoy es una fiesta secular. En la Edad Moderna en la que se gestó, la economía y prosperidad por ende estaban enormemente basadas en la agricultura. Hoy, siglos después, podríamos dar las gracias por infinidad de cosas que han dado a estadounidenses en particular y humanos en general ingente prosperidad: luz eléctrica, ferrocarriles, aviones y coches, electrodomésticos, computadoras, avances médicos o la producción en escala de alimentos y ropa, por citar sólo algunas.

Hoy, en suma, no hay Acción de Gracias que pueda concebir mejor que aquélla que se orienta a la causa mayor de nuestra prosperidad: el Capitalismo. Los liberales y libertarios citamos típicamente, defendiéndolas, la libertad y el mercado libre. Sin embargo, vindicamos insuficientemente el sistema económico que en una sola palabra condensa nuestros ideales de progreso: ¡el Capitalismo!
Si corremos a un lado las cortinas de los prejuicios y sofismas, descubriremos que todos los días deberíamos dar las gracias al Capitalismo.
 
Demos las gracias al Capitalismo por el progreso de los trabajadores.

Al contrario de lo que postulaba Marx -y Adam Smith, quien con tal imperdonable error teórico dio alas al marxismo-, el Capitalismo no creó los beneficios como resta de los salarios de los obreros. Justo al contrario, antes del Capitalismo lo que imperaban eran los beneficios puros, no los salarios. Fue el Capitalismo quien trajo consigo los salarios –adelantados hoy-, que se restan del beneficio –obtenido mañana cuando la producción se venda-.
 
Aunque la mayoría de economistas está en contra del control de precios, muchos acaban claudicando con un precio: los salarios. Así, defienden los salarios mínimos que condenan al paro a los trabajadores más humildes y menos cualificados. Es común ver sostener la bizarra creencia de que, en ausencia de tales salarios mínimos, el salario caería hasta cero. Entre muchas cosas ignoradas, no consideran que en una economía sana y libre, las reducciones generalizadas y constantes de salarios tienden a movimientos de deflación: a caídas de los precios de los bienes y servicios. ¿Cuál es entonces el problema?
 
En última instancia, el Capitalismo es el mejor protector de los intereses de los trabajadores y sus salarios reales: gracias a la mayor competencia entre empresarios por la mano de obra y a los niveles de capitalización de una sociedad. Un mismo obrero no tiene mayor capacidad adquisitiva en Los Ángeles que en Burundi porque en el primer lugar sean más generosos los empresarios ni tengan leyes que garanticen esto. Simplemente, Los Ángeles tiene una economía más capitalizada que Burundi, así como más empresarios que compiten por contratar trabajadores.
 
Demos gracias al Capitalismo por luchar contra la pobreza.

Es realmente curioso, por no decir paranoico, que tanta gente pueda siquiera dudar sobre si la pobreza es menor hoy que hace 50, 100 o 200 años. Pero, ¿por qué combatimos hoy la pobreza? A decir verdad, hace 200 o 300 años no existían ONG para combatir la pobreza, ni grandes campañas, ni concienciación alguna. Hoy sufrimos por ver a niños morir de hambre en partes del mundo o por no tener acceso a agua potable y medicamentos básicos. Eso era la humanidad entera hasta hace no tantísimas décadas. Es gracias al Capitalismo y la popularización de la riqueza y la prosperidad que hoy vemos la pobreza como algo que combatir e incluso erradicable. Y eso es algo fabuloso. En las eras precapitalistas esto no existía porque la miseria era lo común, lo cotidiano. La nobleza y realeza de antaño –que vivían mucho peor que una persona de clase modesta actual bajo el Capitalismo-, eran una parte ínfima de la sociedad.
 
Suele decirse que el socialismo ama tanto a los pobres que los multiplica como los panes y los peces allá por donde pasa. Y por eso precisamente odia a los ricos. El socialismo es el sistema del visceral odio al ingenioso, al capaz, al hábil, al productor, al inventor, genio y emprendedor que destaca y sobresale. El socialismo es el paredón de fusilamiento de todos los Leonardo da Vinci, Einstein, Miguel Ángel y Steve Jobs de este mundo.
 
Demos gracias al Capitalismo por ser el sistema más social.

Los enemigos de la libertad tienen una especialización sin igual: la de la propaganda. Llamar "socialismo" a un sistema donde el Estado canibaliza y subsume a la sociedad no deja de ser un monumento a las figuras lingüísticas: quizás ironía, quizás antítesis, quizás oxímoron. En cualquiera de los casos, es una infame bofetada al sentido común. En su obra La Fatal Arrogancia –Los errores del socialismo-, Hayek dedica un capítulo íntegro a denunciar la corrupción lingüística del campo semántico de "social".
 
Víctimas de nuevo de la propaganda liberticida, acabamos viendo con desdén palabras como competencia; pero el capitalismo no se basa en ninguna competencia como la de animales salvajes. Muy al contrario, en la selva no existen las reglas y normas que sustentan el Capitalismo. Se trata de una competencia pacífica para determinar en cada momento quién es mejor haciendo qué para servir los intereses de las personas que conforman la sociedad. Si existe algo así como el "bien común", es el Capitalismo su mejor productor.
 
El socialismo supone el fracaso absoluto de la sociedad y la cooperación pacíficas. Es el odio al ser humano común con sus deseos y gustos, que ha de someterse a aprobación del mandatario de turno. Sea el deporte, la gastronomía, leer a Dostoievski o la pornografía homosexual, el Capitalismo no juzga nuestros intereses siempre que no invadan la libertad de los otros.
 
Y cuanto mejor sirva usted los intereses de los otros, más será recompensado en el Capitalismo, con independencia de su origen, su raza, sus creencias personales o su orientación sexual.
 
Demos gracias al Capitalismo por la seguridad jurídica.

La esfera de la propiedad privada de donde emerge el Capitalismo es imprescindible para expurgar la agresión entre humanos. Las reglas y normas del mercado libre, su seguridad jurídica, hace que los humanos ahorren y tengan previsión: con ello adelantan el futuro embarcándose en proyectos con alargadas estructuras de capital en el tiempo. Al revés de esto, en el socialismo prima el cortoplacismo: la inseguridad jurídica inhibe a las personas de invertir y ahorrar para poder crear así mañana aviones supersónicos o curas para las enfermedades. Debido a la expropiación en el socialismo (vía directa, o indirecta con la inflación), nadie proyecta por inseguridad sus recursos hacia el futuro.
 
Nunca entendí el anhelo de tantas personas por épocas como las de los castillos medievales o conquistas romanas, el romanticismo decimonónico, la era de los descubrimientos en el s. XVI o quizás el París de 1900. Son épocas de pestes, hambre generalizada, sin electricidad ni agua potable corriente y condiciones casi infrahumanas comparadas con nuestra Europa actual. La masoquista melancolía del "todo tiempo pasado fue mejor" nutre las filas de todos los socialismos que idealizan la vida que en realidad supone sobrevivir harapientos en una jungla como miserables. El socialismo es, por excelencia, el sistema del hombre del pasado. El Capitalismo es el sistema del hombre del mañana. 
 
Demos gracias al Capitalismo por la paz.

El Capitalismo, al basarse en la cooperación voluntaria y no agresión, es el adalid de la paz. La guerra tiene típicamente todos los ingredientes del socialismo: un Estado grande que imprime dinero de la nada (inflación) para financiar sus guerras, militares reclutados por la fuerza de ese Estado y feroz agresión de propiedades de inocentes (empezando por sus cuerpos). El gran liberal Bastiat decía que donde no cruzaran las mercancías lo harían los soldados. El comercio libre y abierto es el gran disolvente del entendimiento por la fuerza bruta.
 
Los Padres Fundadores de EEUU, que crearon el primer país abanderado del Capitalismo, verían hoy su nación como un engendro socialista en política exterior. "Todas las guerras son estúpidas, muy caras y perjudiciales", decía Benjamin Franklin. "La guerra acaba castigando tanto a quien la lleva a cabo como a quien la sufre" o "aborrezco la guerra y la veo como el mayor azote para la humanidad" sentenciaba Thomas Jefferson. James Madison, por su parte, consideraba que "ningún país que está en guerras constantes puede preservar sus libertades" o que "de todas las amenazas para las libertades, la guerra es la que debe ser más temida". El imperialismo es, como tal, un sistema netamente anticapitalista.
 
El Capitalismo en definitiva nos libera de la trampa de la pobreza, de la homogeneidad por decreto, la discriminación por ley y de la fuerza bruta y la imposición. Los liberales y libertarios no debemos cejar en nuestra revolución. La de liberar de las cadenas a los seres humanos del mismo modo que en su día lo hicieron Thomas Jefferson para los estadounidenses, Luther King o Rosa Park para los negros o Harvey Milk para los homosexuales.
 
Hagamos de cada día el día de la libertad. Hagamos de cada día el Día del Capitalismo.
 

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