miércoles, 16 de diciembre de 2015

El problema no es Cristóbal Montoro

Juan Rallo expone cómo el problema de las liberticidas políticas fiscales llevadas a cabo por el PP no es Montoro en sí, sino
2las estructuras del conjunto del Partido Popular".
Artículo de El Economista:
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El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha simbolizado durante esta legislatura lo peor del peor PP: las sangrantes subidas de impuestos, la defensa cerrada del estatismo socialdemócrata más reaccionario, la instrumentación de la administración para amedrentar al crítico, el uso desvergonzado de la mentira y el sadismo arrogante frente al ciudadano. Yo mismo he criticado en numerosísimas ocasiones durante estos últimos cuatro años al ministro de Hacienda por todas estas cuestiones.
Sin embargo, sería un enorme error personalizar (más allá de a modo de símbolo) los males del PP en Cristóbal Montoro. Los vicios del PP no se deben a que Rajoy haya cometido el error inconsciente de nombrar y mantener durante toda la legislatura al jienense como ministro de Hacienda. Desengañémonos: cualquier otra persona que hubiese ocupado esa posición durante esta última legislatura habría hecho exactamente lo mismo que Montoro -salvo por cuestiones formales de carácter menor que sí sean imputables al ahora ministro-, pues la política fiscal no dependía en última instancia de Montoro, sino de Rajoy.
Diría más: la política fiscal ni siquiera dependía en solitario de Rajoy, sino de Rajoy y de los cuadros dirigentes del conjunto del Partido Popular -en especial, barones autonómicos-. Al fin y al cabo, los partidos políticos son estructuras jerárquicas, pero no absolutamente jerárquicas: Rajoy, sobre todo en momentos de debilidad y zozobra interna, tampoco dispone de un margen de maniobra ilimitado para cargar contra la opinión y las perspectivas electorales del resto de dirigentes del PP -ni siquiera Stalin poseyó en todo momento un poder absoluto dentro del PCUS-. La acción de gobierno, aunque formalmente impulsada por Rajoy, es en última instancia consensuada -aunque sea de manera tácita- con el resto de la nomenclatura del partido.
Dicho de otro modo, ha sido el grueso de la dirección del PP quien ha convalidado las brutales subidas de impuestos, las timoratas reducciones del gasto, las insuficientes liberalizaciones o la ideologizada defensa a capa y espada del Estado de Bienestar. No ha sido Montoro, ni siquiera ha sido Rajoy: ha sido el conjunto del cuadro de mandos del partido. El problema, por consiguiente, no es que una persona en concreto haya ocupado un cargo al que jamás debería haber accedido. El problema es estructural al PP. Son las estructuras de mando las que exudan la socialdemocracia militante que ha perpetrado la salvaje política fiscal con la que nos han fustigado durante esta legislatura -y, en la medida en que esas estructuras respondan aunque sea lejanamente a los designios de la militancia, es ésta la que a día de hoy comparte enfoques tan poco liberales-.
No me cabe duda de que al PP le interesa electoralmente convertir a Montoro en el cabeza de turco de todos sus males en política tributaria, esto es, hacernos creer que su actitud al frente del Ministerio ha sido un atentado accidental contra las auténticas esencias del partido -y alguien internamente debería agradecerle su abnegada predisposición a autoinmolarse asumiendo semejante papel-. Pero no nos mintamos a nosotros mismos: Montoro sólo ha sido el brazo ejecutor de una política económica que venía dictada por el partido y que, más allá de eslóganes electorales vacíos de correspondencia con los hechos, es totalmente compatible con sus esencias ideológicas -o, como poco, con las de la facción mayoritaria del partido que ahora controla el partido-.
Es ese proyecto ideológico -y no la figura pasajera y accesoria de Montoro- el que se está sometiendo a reválida electoral: sus valores, sus ideas, sus estrategias, sus actitudes y, sobre todo, sus cuadros dirigentes. Votar al PP bajo la esperanza de que Montoro no repetirá es tan estéril como votar a Zapatero en 2008 creyendo que Solbes constituía un obstáculo de sensatez contra el riesgo de derroche presupuestario. Si la coyuntura es propicia para ello, Montoro se reconvertirá en un adalid de las rebajas fiscales como ya lo hiciera entre 2000 y 2004; si la coyuntura no lo es, ni el mayor de los anti-Montoros al frente de Hacienda evitará que se repita el atentado liberticida que hemos padecido durante esta última legislatura. Porque el problema no es Montoro, el problema son las estructuras del conjunto del Partido Popular.

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