lunes, 14 de diciembre de 2015

Hay un plan B

Juan Pina expone el fracaso durante décadas del "plan A", que no es otra cosa que el "plan de la socialdemocracia, del gran Estado paternalista y entrometido, de los impuestos crecientes y de las libertades menguantes", que solo puede acabar en explosión o implosión (éste lo más probable), y que es el plan efectivamente de todos los partidos sistémicos que se disputarán las elecciones este domingo. 
Pero efectivamente hay un plan B, por mucho que pretenden minimizarlo y desacreditarlo, y que solo se va conociendo conforme se va descubriendo el fracaso e insostenibilidad en el tiempo del plan A. 

Artículo de Voz Pópuli:
El plan A lleva bastantes décadas fracasando en Europa, algunas menos en España. Es el plan de la socialdemocracia, del gran Estado paternalista y entrometido, de los impuestos crecientes y las libertades menguantes. Es un plan insostenible que sólo puede desembocar en explosión o en implosión. Ésta última parece más probable, como pasó con el socialismo real del otro lado del Telón de Acero.
El plan A es el de todos los partidos sistémicos que este próximo domingo se disputarán los trescientos cincuenta escaños de nuestra cámara baja —bajísima, en realidad, si atendemos a la catadura moral que percibimos en sus integrantes—. El plan A consiste en mantener estrangulada y sometida la economía para beneficio de la oligarquía estato-corporativa que ha falseado el capitalismo y ha hecho de la sociedad un mercado cautivo.
Los partidos sistémicos —aquellos que no sufren el veto de los grandes medios, ni necesitan autofinanciarse porque ya lo hacemos todos vía impuestos—, presentan lenguajes y looks diferentes, pero su programa, mutatis mutandis, es el mismo: aferrarse al plan A y prolongar la agonía de la socialdemocracia para seguir parasitando a la ciudadanía.
La inmensa mayoría de la gente aún no ha tomado conciencia de que existe un plan B, porque el establishment hace esfuerzos denodados por minimizar su difusión y desacreditar a cuantos lo proponen, para impedir que alguien se suba un buen día a la tribuna del Congreso y diga, como en este vídeo, las verdades del barquero. Sin embargo los ciudadanos irán descubriendo el plan B cuando entiendan por fin que, en términos históricos, el plan A está acabado.
Además de ser un plan contrario a toda ética por basarse en la coerción, el plan A sencillamente no funciona en el largo plazo. No es económicamente sostenible sino empobrecedor. Genera una bola de deuda de proporciones monstruosas. Y requiere una represión creciente, sobre todo en los momentos de recesión, cuando hasta los más incautos rehenes de la socialdemocracia despiertan en parte de su síndrome de Estocolmo y vislumbran que la prosperidad anterior había sido ficticia. Por este camino —el camino de servidumbre, como lo llamó Hayek— vamos hacia un futuro de control total en el que seremos siervos grises de un Estado todopoderoso. Hay que desandarlo y emprender el plan B.
Y el plan B consiste en devolver a la gente la Libertad perdida, haciendo de cada ser humano el dueño de su vida, de su hacienda y de sus decisiones. El plan B consiste en restaurar el derecho de propiedad y la libertad de intercambiar bienes y servicios. El plan B consiste en reducir a su mínima expresión el peso, el volumen, el coste y la injerencia del EstadoEl plan B consiste en entender el poco Estado que aún persista como una mera autoridad dedicada a proteger nuestros derechos objetivos, nuestra libertad y nuestra propiedad, administrar Justicia aplicando unas pocas leyes claras y estables, y, francamente, muy poco más. Y si algo no debe hacer el Estado es regular la moneda, por lo que el plan B acabará con el sistema de banca central y las leyes de curso monetario forzoso, respetando además las criptomonedas como Bitcoin.
El plan B consiste en entregar a la sociedad civil los servicios esenciales y los sistemas de previsión para la vejez o para contingencias como el desempleo, porque las organizaciones privadas —lucrativas o no— los gestionarán con la excelencia que sólo puede darse si hay competencia entre proveedores. El plan B no dejará a nadie en la estacada, porque prevé sencillos mecanismos de mera compensación financiera para que las personas de renta más baja puedan acceder a los principales servicios o construir su futura pensión en mejores condiciones que hoy, ya que los sistema de cheque canjeable les liberarán de la dependencia del Estado y podrán escoger en el mercado como cualquier otro ciudadano.
El plan B implica reducir drásticamente los impuestos, y la transición puede comenzar bajando IRPF, Sociedades e IVA al 10% en una sola legislatura. En el largo plazo, un Estado mínimo, realmente circunscrito a las áreas de más difícil devolución a la sociedad, podrá mantenerse con apenas un IVA del 5%, eliminando los demás tributos. La paulatina reducción de la carga fiscal debe corresponderse con las etapas de desestatalización de los servicios y del sistema de pensiones.
El plan B incluye la abolición de la intolerable multa mensual por emprender: la brutal cuota de autónomos que lastra el desarrollo de un auténtico capitalismo de base y beneficia solamente al aparato político-burocrático parasitario y a la gran empresa privilegiada por él. En el plan B no hay espacio para el concubinato entre la élite estatal con sus primos de la aristocracia directiva mediante las escandalosas puertas giratorias, ni para los rescates a algunos con el dinero de todos, ni para las subvenciones a empresas ni a entidades privadas de ningún tipo (partidos, sindicatos, confesiones religiosas, asociaciones diversas).
El plan B integra la sustitución rápida del dirigismo cultural por el mecenazgo ciudadano plenamente deducible hasta un tope muy alto, de tal manera que no sean los políticos quienes decidan el rumbo de la cultura ni puedan esculpir los valores predominantes. El plan B es el plan de quienes respetan la libertad educativa de padres y escuelas, incluyendo la opción de enseñanza en el hogar. Es, también, el plan de quienes consideran que el Estado no tiene derecho a meterse en las cuestiones bioéticas, pues competen a cada persona.
Este domingo podemos caer en el juego de siempre y escoger a cualquiera de los valedores del statu quo para que en el corto plazo gobierne este o no gobierne aquel, o podemos plantarnos, pensar a largo plazo y apoyar el plan B, concretado en el contraprograma de la opción libertaria, cuya voz es aún tenue pero cuya determinación es inquebrantable.

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