miércoles, 15 de junio de 2016

No soy yo tu rival, Pedro

Juan Manuel López-Zafra analiza el debate electoral.

Artículo de El Confidencial:
Foto: El candidato por Unidos Podemos a la presidencia del Gobierno, Pablo Iglesias (2i), acompañado por el periodista Manuel Campo Vidal. (EFE)El candidato por Unidos Podemos a la presidencia del Gobierno, Pablo Iglesias (2i), acompañado por el periodista Manuel Campo Vidal. (EFE)

Con este susurro, casi un lamento, Pablo Iglesias, el líder de Unidos Podemos y candidato a la presidencia del Gobierno de España, mostraba su frustración ante las reiteradas acusaciones con las que Pedro Sánchez le fue asaeteando desde el principio del debate. Eran las palabras de quien en ningún momento se ha encontrado cómodo vistiendo un traje que no es el suyo, el de la socialdemocracia, a pesar de los últimos intentos de cambiar de sastre, abandonando al comunista que lleva dentro y que tantos réditos le dio hasta ayer en todas sus intervenciones. No daba crédito Iglesias, que esperaba, como muchos lo hacíamos, a un Sánchez rendidodeseoso de coger de la mano a quien se la tendió desde su primera intervención.
La política internacional, y la europea en particular, estuvo ausente casi por completo del debate. Algo que nuestros conciudadanos echan en cara a Trump, el candidato republicano que pretende sustituir a Obama al frente de los EEUU, solo apareció al final para hablar marginalmente del Brexit y al comienzo para condenar el "atentado homófobo” de Orlando; únicamente Piqueras, uno de los tres moderadores, se refirió al mismo como yihadista; ninguno de los cuatro candidatos empleó la palabra en su primera intervención, conscientes del cada vez más importante peso del voto musulmán en nuestro país. Prefirieron todos nadar y guardar el voto. De los refugiados, poco más que, desgraciadamente, lugares comunes, promesas de solución sin una sola propuesta económica por ninguno de los cuatro candidatos.
La política de empleo ocupó la primera parte del debate, con un Rajoy defendiendo sus logros, reales, frente a un Sánchez que conoce la solución a pesar de llevar 35 años escondiéndola en Andalucía, la región con más desempleo de la Unión Europea; también lo hizo frente a un Rivera que defendió el contrato indefinido “desde el primer día”, ocultando que sin una muy sustancial rebaja de la indemnización por despido es imposible que su deseo se convierta en realidad. Y, asimismo, defendió Rajoy el empleo creado frente a las fantasías consumistas de los mayores críticos de la sociedad de consumo, representados en el debate por un Iglesias que afirmó que España tiene un problema de ingresos y que de la crisis se sale gastando; no sé qué deben estar pensando los miles de familias que llegan mal a fin de mes, a pesar de pedir aumentos de sueldo a sus jefes, los que tengan la suerte de tenerlo (porque su problema, según el líder comunista, es de ingresos, no de gastos), y que han recortado hasta la extenuación sus gastos (a pesar de que se sale gastando de la crisis, de acuerdo con Iglesias).
Incidía en el mismo error que el día anterior su actual jefe de economía (y van… ¿cuántos van ya, desde que presentó su primer programa económico con Torres y Navarro, condenados al ostracismo desde casi el mismo día de noviembre del ya tan lejano 2014?), el líder de Izquierda Unida. Cabe aquí señalar la contradicción de presentar como socialdemócrata un programa que tuvo que defender ante Guindos, Sevilla y Garicano quien no ha hecho sino criticar al sistema capitalista defendiendo las bondades del comunismo. Políticas expansivas de gasto público (planes E), inversión pública (planes E), infraestructuras (planes E)… esas fueron las políticas que Iglesias presentó ante la opinión pública. Todo aquello que llevó al déficit público por encima del 10% del PIB en 2010 y una de las principales causas del parón de la actividad económica en España y del aumento del paro.
Cuando Vallés, otro de los moderadores, le preguntó cómo iba a defender ante Bruselas un aumento del gasto público de 60.000 millones de euros, el viejo Iglesias hubiese dicho que “saliéndonos del euro”, como en algún momento le recordó Rivera; pero no, este nuevo Iglesias dijo que él tiene la clave para renegociar el déficit, “como han hecho Renzi y Costa”, faltando a la verdad.
“Usted solo pide derogar, no trae una sola propuesta”. La acusación de Rivera retumbó atronadora en la sala. Iglesias solo acertaba a mover la cabeza de un lado a otro, negando con el gesto, ya noqueado por Sánchez. A pesar de ello, Iglesias volvió a tender la mano hasta en otras dos ocasiones a Sánchez, que no hizo sino reírse de él.
Rivera atacó muy duro a Iglesias y a Rajoy en el terreno en el que mejor podía defenderse, el de la corrupción. Al primero le acusó de haber cobrado dinero de la Venezuela de Chávez, “siete millones de euros a través de CEPS”, consiguiendo poco más que el disgusto de su rival, que no pudo negarlo. Algo parecido ocurrió cuando Iglesias presumió de no contar con financiación bancaria en su organización y Rivera le recordó que su socio Izquierda Unida “debe 11 millones de euros a la banca y es el partido más endeudado de España”; “eso no es mío”, vino a decir el líder de Unidos Podemos, obviando el participio de su nuevo nombre. Con el presidente del Gobierno en funciones tuvo quizá su mejor momento: a la pregunta de Rajoy de si había indultado él a nadie, Rivera le dijo que sí, que a Convergència; y a la de si los jueces del Supremo son menos independientes que los ordinarios, defendiendo implícitamente el presidente el aforamiento, el de Ciudadanos le contestó que por supuesto, que al fin y al cabo los nombraba él. Rajoy no pudo añadir nada más en un terreno en el que no puede más que pasar ligero como el viento.
Tras más de dos horas de debate, Sánchez había crecido ante sus votantes, Rivera ante los españoles y Rajoy seguía impecable, sin una sola arruga en su traje. Iglesias había desaparecido, apabullado por Rivera y despreciado por un Sánchez que recuperó parte del terreno perdido ante sus electores. Tras el 26 de junio, y de confirmarse lo que hasta hoy señalan las encuestas, posiblemente no le quede otra que renunciar a la secretaría general y a su escaño para mantener lo que siempre ha dicho. Que él nunca facilitaría un Gobierno de Rajoy. Algún compañero suyo será quien comande la abstención.  

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