sábado, 27 de agosto de 2016

Automatización y destrucción de puestos de trabajo

Joaquín Azpitarte analiza la cuestión de la robotización de los procesos económicos y el temor a la destrucción de puestos de trabajo que algunos piensan que conlleva. 
El temor a la automatización y a una supuesta pérdida masiva de puestos de trabajo está cada vez más presente entre la opinión pública. Observamos cómo paulatinamente las máquinas se multiplican en detrimento de trabajadores. Constatamos cómo, en las líneas de montaje de automoción, el capital humano ha sido sustituido por robots, cómo en algunas gasolineras ya no es necesario personal de servicio, o cómo las expendedoras de vending son autosuficientes para suministrar bebidas y alimentos. Según los más catastrofistas autores, los robots vienen a sustituirnos y en un futuro más o menos próximo no habrá puestos de trabajo suficientes para toda la población. Según los más optimistas, la pérdida de puestos de trabajo se verá sobradamente compensada con la necesidad de profesiones adaptadas a los nuevos tiempos.
Creo, sin embargo, que es necesario contemplar todo este proceso desde una perspectiva diferente. Y para ello hay que recordar que los puestos de trabajo no son un fin en sí mismo sino que son un medio para la producción de bienes y servicios. Por eso, cabe señalar que, en la medida en que son un medio, pueden ser sustituidos por otros recursos más baratos y eficientes. Esta perspectiva nos permite observar que lo realmente relevante de la revolución tecnológica en la que estamos inmersos no es saber si se van a destruir más o menos puestos de trabajo sino ser conscientes de que la irrupción de la robótica, la informática y las demás tecnologías nos sitúa en un nuevo paradigma en el que cada vez será menos necesario trabajar para obtener unas rentas determinadas.
Echemos un vistazo a la prensa actual. Son cada vez más numerosas las noticias que reflejan la alarma social acerca de la posible pérdida masiva de puestos de trabajoEl País: "La automatización pone en riesgo un 12% de empleos en España", El Periódico: "Los sindicatos europeos alertan de pérdidas masivas de empleos por los robots", El Mundo: "Los robots le quitarán el trabajo a la mitad de los británicos". El Economista: "La 'Cuarta Revolución Industrial' eliminará 7 millones de empleos hasta 2020".
En esta línea son numerosos los analistas que inciden en que las nuevas tecnologías destruirán una ingente cantidad de puestos de trabajo, condenando al paro a millones de personas. "Por cada cinco empleos perdidos para las mujeres, sólo se creará uno para ellas. Mientras que por cada tres empleos perdidos, los hombres obtendrán uno", ha afirmado recientemente Klaus Schwab, director del Foro de Davos. Otros estudiosos aseguran, sin embargo, que unos trabajadores se sustituirán por otros, ya que surgirán tareas que resolverán nuevas necesidades aún por descubrir.
Partes interesadas como la Asociación Española de Robótica (AER) incorporan en su lema los beneficios que para el mercado laboral tiene la robótica: "Robots, Create Jobs!", mientras que los sindicatos se publicitan en el sentido contrario afirmado que "los trabajadores no somos robots".
Y así unos discuten con otros sin percatarse de que el salto cualitativo de la automatización reside en la mayor facilidad que tendrán los particulares para acceder a nuevos medios de producción y con ello a la posibilidad de tener ingresos disminuyendo las horas trabajadas.
Se ha repetido en múltiples estudios y artículos de opinión que puestos de trabajo como los de naturaleza creativa se salvarán de la quema de la nueva era tecnológica gracias a su componente eminentemente humano, sin embargo, siendo esto probablemente cierto, es absolutamente irrelevante ante el hecho de que puedan multiplicarse las posibilidades lucrativas sin necesidad de trabajar. Lo destacado de este cambio evolutivo es que la automatización permitirá (permite ya) obtener importantes ganancias con un menor esfuerzo.
Erik Brynjolfsson y Andrew McAfeewhile, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), sin embargo, insisten en analizar el fenómeno con el paradigma del trabajo: "We do expect that some jobs will disappear, other jobs will be created and some existing jobs will become more valuable". Y persisten en el que creemos que es un error de enfoque según el cual se valora el trabajo como un fin en sí mismo en lugar de como un medio perfectamente sustituible para la obtención de bienes y servicios.
Probablemente la razón de este error de perspectiva tan común nazca de la asunción de una equivocada teoría económica. La preponderancia académica del keynesianismo junto a una intensa propaganda política y sindicalista de corte socialista ha distorsionado nuestra percepción acerca del fin verdadero de la economía, y dificulta que la gente vea con claridad que el objetivo último de la economía no es la creación de puestos de trabajo sino la producción de bienes y servicios. La creación de puestos de trabajo por lo tanto no es buena per se sino que lo es en la medida en que contribuye a la producción con una mayor relación calidad/precio.
Desconocemos si en un futuro más o menos próximo podrá eliminarse la necesidad de trabajar, pero sí podemos asegurar que, si el Estado no lo impide, cada vez menos personas tendrán que hacerlo y que la pérdida de puestos de trabajo no sólo se verá compensada por nuevas oportunidades laborales, sino que cada vez más personas tendrán acceso a medios de producción automatizados.
Confundir el medio con el fin nos conduce a idolatrar males hasta ahora necesarios, como la necesidad de trabajar para sobrevivir. La izquierda ha encumbrado al ídolo equivocado y con ello nos ha conducido al estancamiento, cuando no a la pobreza más absoluta. La productividad es el verdadero objetivo que nos provee de los bienes que necesitamos y/o deseamos. Eximirnos de la necesidad de trabajar es un regalo que el libre mercado y su evolución están en camino de entregarnos.
La automatización reduce costes, mejora la productividad, incrementa los márgenes de beneficio, reduce precios, mejora la calidad de los productos, libera a los trabajadores de tareas repetitivas, minimiza la siniestralidad laboral, facilita el acceso a medios de producción y amplía la independencia y la soberanía individual de las personas. De la misma forma que el agricultor actual, gracias a su tractor, se ve liberado de hacer el 80% del trabajo que realizaba antes y obtiene producciones mucho mayores, los dueños de los tractores autotripulados del futuro se verán liberados del trabajo obteniendo producciones aún mayores con un ínfimo esfuerzo. En este escenario de plena robotización, el agricultor recolectará, limpiará, seleccionará, envasará y distribuirá mecánicamente el producto, con rentas multiplicadas.
La automatización supone la progresiva sustitución de la fuerza del hombre por la de la máquina. De este modo viene a liberarnos del trabajo, no sólo sin menoscabo de las ganancias, sino con un aumento de las mismas.
Por lo tanto la solución al dilema de la posible carencia de trabajo por culpa de las nuevas tecnologías creemos que reside, no sólo en la existencia permanente de necesidades humanas por satisfacer, sino en la facilidad con la que accederemos a la propiedad de nuevos medios de producción. No sabemos si llegará un tiempo de plena automatización pero sí podemos saber que, en caso de presentarse, ese escenario será positivo en la medida en que los trabajadores de hoy serán los propietarios de los medios de producción del mañana. Creemos que ese contexto que tanto preocupa a muchos, no sólo no es menos deseable que el actual, sino que permitiría alcanzar unas cotas de bienestar y prosperidad inimaginables hasta ahora. La automatización total incrementará las rentas de todos gracias al aumento de la productividad y facilitará el acceso de las clases más bajas a la inversión gracias a la enorme diversidad de bienes de equipo futuros. Se acabará así con los duros trabajos repetitivos, se reducirá drásticamente la pobreza, se eliminarán los riesgos laborales, se elevará generalizadamente el nivel de vida de las personas y se ganará en autonomía. Sólo la implacable intervención del Estado poniendo trabas en forma de impuestos y reglamentaciones dificultará la existencia de mercados más abiertos y por lo tanto de mayores y mejores oportunidades empresariales.

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