martes, 8 de noviembre de 2016

Clinton y Trump: dos irresponsables fiscales

Juan Ramón Rallo analiza las dos propuestas presupuestarias de los aspirantes Clinton y Trump al gobierno de EEUU. 

Unos programas ciertamente "terroríficos" en ambos casos, con consecuencias deplorables para el país. 
Artículo de El Confidencial:
Foto: Donald Trump y Hillary Clinton. (Reuters)Donald Trump y Hillary Clinton. (Reuters)
Gane quien gane el próximo martes, no les esperan buenas noticias fiscales a los estadounidenses. Tanto Clinton como Trump serán un desastre para la principal economía mundial aunque por distintas razones: Clinton machacará a impuestos a los ahorradores y trabajadores cualificados del país; Trump condenará a todos los contribuyentes a un Himalaya de deuda pública.

Hillary Clinton: más gastos y más impuestos

Empecemos por la candidata demócrata. Clinton es una de las aspirantes a la presidencia de EEUU más escoradas hacia el estatismo y el intervencionismo gubernamental en toda la historia: aunque de casta la viene al galgo, la incompetencia de su rival probablemente le haya permitido asumir el riesgo electoral de mantener un discurso mucho más liberticida de lo que sería habitual en unas elecciones (frente a cualquier otro rival, Clinton no tendría ninguna oportunidad de ganar los comicios con semejante radicalidad).

La candidata demócrata, Hillary Clinton. (Reuters)
La candidata demócrata, Hillary Clinton. (Reuters)
Así, la demócrata aspira a incrementar (aún más) el tamaño de su ineficiente, caro, manirroto y distorsionador Estado de Bienestar: en materia educativa, promete gastar durante la próxima década 700.000 millones más en becas universitarias y preuniversitarias (avanzando progresivamente hacia la nacionalización de facto de la educación en EEUU); en el apartado sanitario, desembolsará 250.000 millones de euros adicionales para profundizar en el fallido Obamacare (por la vía de expandir la cobertura de los carísimos Medicaid y Medicare, lo que de nuevo supondrá un progresivo avance de facto hacia la nacionalización de la sanidad en EEUU); en infraestructuras, aspira a destinar 300.000 millones adicionales a renovar carreteras, puertos, aeropuertos y líneas de ferrocarril; y, por último, aumentará en otros 500.000 millones de euros diversas partidas de gasto (permisos de maternidad, subvenciones a la industria local, programas de estímulo económico, etc.). Un despilfarro del dinero de los estadounidenses estimado en 1,75 billones de dólares durante los próximos diez años.
¿Y cómo pretende pagar Clinton semejante factura? Evidentemente, con más impuestos. Más de un billón de dólares procederá de incrementar el IRPF a los trabajadores altamente cualificados del país (los que ingresan más de 190.000 dólares anuales): recorte de deducciones fiscales (400.000 millones de dólares), aumento tributario sobre las rentas del capital (350.000 millones de dólares) y tipos impositivos agravados sobre las rentas altas (300.000 millones de dólares). A su vez, incrementará el Impuesto sobre Sociedades ampliando la definición de base imponible y castigando a las compañías que no repatrien sus beneficios desde el extranjero (alrededor de 150.000 millones), elevará los tipos sobre Sucesiones y Patrimonio (250.000 millones) y creará un nuevo tributo sobre las instituciones financieras (150.000 millones). En total, una exacción estimada de unos 1,6 billones de dólares durante los próximos diez años.





En suma, el plan fiscal de Clinton no recurrirá demasiado al endeudamiento público (175.000 millones de dólares en diez años, si bien la deuda pública del país aumentará adicionalmente en diez billones de dólares durante este período), pero sí ahondará en el parasitismo estatal de la sociedad estadounidense: rapiñar el ahorro y la creación de riqueza para incrementar la dependencia de los subsidios estatales entre una parte creciente de la sociedad (sus actuales y futuros votantes). Es cierto que Clinton es una mentirosa compulsiva —como todos los políticos— y que bien podría estar engañando a los votantes sobre sus auténticas intenciones, pero atendiendo a su trayectoria y a las intenciones del establishment demócrata, todo apunta a que su programa fiscal avanzará por el camino de servidumbre.

Donald Trump: populismo fiscal con más deuda

El candidato republicano Donald Trump ha basado su propuesta fiscal en una fuerte rebaja tributaria para familias y empresas. Por esta razón, algunos liberales han comenzado a ver con simpatía a Trump en el ámbito estrictamente económico: frente a la apisonadora tributaria de Clinton, el magnate neoyorkino parece insuflar algo de oxígeno impositivo en la muy castigada sociedad estadounidense. Sin embargo, y he ahí la crucial trampa de sus promesas electorales, toda su rebaja tributaria es puro populismo fiscal financiado con un mayor volumen de endeudamiento público. “Te bajo los impuestos hoy a cambio de volver a cobrártelos, con intereses, mañana”. Keynes estaría orgulloso de tamaña indisciplina presupuestaria.

El candidato republicano Donald Trump. (EFE)
El candidato republicano Donald Trump. (EFE)
Comencemos con su fuerte recorte fiscal. Trump promete una auténtica revolución en la tributación sobre el ahorro y la inversión: rebaja del Impuesto sobre Sociedades del 35% al 15%, tipo del 10% para los beneficios repatriados desde el extranjero y amortización acelerada de activos (2,85 billones de euros en diez años), así como eliminación de los impuestos de Patrimonio y Sucesiones (200.000 millones de euros). A su vez, el republicano también aliviaría el IRPF por la vía de reducir sus tipos impositivos hasta tres tramos del 12%, 25% y 33% desde los actuales siete tramos del 10%, 15%, 25%, 28%, 33%, 35% y 39,6% y, al tiempo que eliminaría ciertas deducciones fiscales, introduciría otras vinculadas con la dependencia y el cuidado de menores (el coste total sería de 1,45 billones de dólares). En total, pues, estamos hablando de un recorte impositivo de 4,5 billones de dólares en diez años.
Personalmente, me encantaría que algún político implementara una rebaja de este calibre (o incluso mayor) en los impuestos que soportan las familias y las empresas estadounidenses. Pero para poder hacerlo de manera sostenible resulta imprescindible que el gasto público se recorte en igual medida: y eso no sucede con las promesas de Donald Trump. Al contrario, aunque el republicano sí ha presentado algunas ambiciosas medidas para recortar el gasto (como su Penny Plan, consistente en reducir el gasto federal discrecional un 1% por año), tales propuestas son del todo insuficientes para equilibrar el presupuesto tras el hundimiento de la recaudación. De hecho, si sumamos todas las promesas presupuestarias de Trump, el gasto público no sólo no cae sino que aumenta (menos que con Clinton, pero aumenta).
Así las cosas, Trump propone ciertas rebajas significativas del gasto (como el ya mencionado Penny Plan, que se prevé que ahorre 750.000 millones anuales en los próximos diez años, así como la reducción del empleo público vía amortización de plazas o el mayor control de los subsidios estatales, lo que totaliza unos recortes adicionales de casi 200.000 millones), pero también muy notables incrementos de otras partidas de gasto: aumento del gasto militar mediante más tropas regulares y más equipamiento, modernización del ejército en cuestiones de ciberseguridad y guerra contra el ISIS (450.000 millones de dólares), mayores transferencias sociales para los veteranos de guerra (entre 500.000 millones y un billón de dólares) duplicar, como poco, el gasto en infraestructuras de Clinton (600.000 millones de dólares, aunque podría llegar hasta el billón). En total, tirando por lo bajo, estamos hablando de un aumento del gasto público de 650.000 millones de dólares en diez años.





O dicho de otra forma, Trump pretende reducir la recaudación estatal en 4,5 billones y aumentar el gasto en 600.000 millones: un agujero fiscal de más de 5 billones de dólares. ¿Eso es bajar impuestos? No, eso es costearse la campaña electoral endeudando forzosamente a los contribuyentes estadounidenses para que ellos mismos paguen esa factura en el futuro. Y sí, es posible que la reducción impositiva contribuya a relanzar el crecimiento económico y a incrementar la recaudación conjunta de la economía, pero ni deberíamos confiar la cuadratura del presupuesto a San Laffer ni las previsiones más optimistas sobre sus efectos permiten anticipar una completa autofinanciación de la rebaja impositiva: por ejemplo, la Tax Foundation confía en que el recorte fiscal de Trump incremente la recaudación en 1,9 billones de dólares, reduciendo su coste recaudatorio neto a 2,6 billones.
En suma, incluso con estimaciones muy optimistas con respecto a las promesas de Trump, su programa fiscal implica aumentar el endeudamiento público de los estadounidenses de más de 3,2 billones de dólares. Y recordemos que ese es un incremento de la deuda adicional al que ya está previsto que se produzca con el actual déficit público, estimado en 10 billones de dólares hasta 2026. En total, pues, una administración Trump vería cómo la deuda pública se incrementa en al menos 13,2 billones de dólares durante la próxima década: el manirroto y despilfarrador Obama la incrementó en 8,7 billones en sus dos legislaturas. Más madera.

Conclusión

Tanto Hillary Clinton como Donald Trump han presentado propuestas presupuestarias enormemente irresponsables. Clinton aspira a financiar sus promesas de gasto público con nuevos y gravosos tributos, Trump desea financiar su programa fiscal con muchísima más deuda pública. El plan de Clinton es tristemente factible: la candidata demócrata continuará por la senda iniciada por Obama de ir expandiendo poco a poco el tamaño del Estado para evitar que la rana (los contribuyentes) se dé cuenta de que la están cocinando (se estima que la deuda pública aumentará unos 11 puntos del PIB con Clinton). Las propuestas de Trump son, en cambio, puro populismo fiscal del todo irrealizable: el propio republicano ya tuvo que rectificar sus iniciales promesas fiscales (según las cuales el IRPF bajaría a tres tramos del 10%, 15% y 25%) porque la caída de la recaudación era demasiado disparatada e infinancible incluso para él (originalmente, se estimaba que su administración incrementaría la deuda en más de 50 puntos del PIB; ahora sólo de 30). Una tiene un programa terrorífico pero realizable; el otro un programa igualmente terrorífico pero afortunadamente irrealizable (si bien la alternativa que termine presentando tras las elecciones podría ser incluso peor).
Mañana millones de estadounidenses acudirán a las urnas, pero mejor harían rebelándose contra ellas por imponerles la obligación de decidir entre dos desastres igualmente deplorables.  

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