viernes, 11 de noviembre de 2016

La revolución educativa no llega con la bandera comunista

Santiago Calvo analiza la revolución educativa necesaria y por qué ésta nunca puede venir de ideas comunistas, a raíz de las recientes protestas contra la LOMCE (en la que nunca fallan dichas banderas).
El pasado día 26 de octubre tuvo lugar una huelga por parte de la comunidad educativa —padres, alumnos y profesores— en contra de la LOMCE y sus famosas reválidas que Rajoy acaba de dejar sin validez para la obtención del título de la ESO Y Bachillerato. Tuve la ocasión de poder ver la manifestación de Santiago de Compostela en la que se ondeaban banderas comunistas por parte de chavales de entre 15 y 18 años, que no dudo que no sepan la historia criminal del comunismo allá donde se aplicó, pero ¿realmente quieren una educación de libertad y de éxito?
Para empezar, no estoy a favor de las reválidas puesto que vienen a sostener el poder estatal a la hora de controlar el sistema educativo de forma centralizada, continuando con el sistema de memorización y repetición, digno de la educación de los siglos XIX y XX, que no se adapta a las necesidades y el mundo del siglo XXI.
Pero la manifestación no se produce porque reclamen mayor libertad —que necesariamente va ligada a una mayor responsabilidad—, sino menor control y esfuerzo, porque justamente las reválidas significan una evaluación tanto de alumnos como de profesores —una prueba homogénea para chavales que estudian los mismos programas educativos son una forma de ver quién está enseñando y memorizando bien—.
Y precisamente, si no creemos en la cultura del esfuerzo, tampoco triunfará la revolución educativa que precisa este país. Si observamos los mejores sistemas educativos nos encontramos a países como Japón, Corea del Sur, Finlandia o Hong Kong. Sistemas educativos en los que el modelo es diferente —en algunos existen reválidas, en otros no hay deberes…—pero en todos impera la descentralización y libertad de los centros educativos para poder implementar métodos pedagógicos, que van acompañados de responsabilidad y esfuerzo para aprender por parte de los alumnos.
Por desgracia, con una bandera comunista dudo mucho que se quiera un sistema educativo en donde exista libertad y responsabilidad; libertad para que exista una oferta educativa que se adapte a las preferencias de padres y alumnos; responsabilidad para evolucionar constantemente los métodos de enseñanza por parte de los profesores y centros educativos —renovarse o morir— y , sobre todo, someterse a evaluaciones por parte de los demandantes de dichos programas educativos.
Los manifestantes del otro día reclaman más gasto y una menor responsabilidad y control, esto es, mantener privilegios. Pero no es cuestión de gastar más, ya que por ejemplo, el último informe de la OCDE sobre educación muestra que España destina un 28% de renta per cápita por estudiante, frente a la media de la OCDE  o Finlandia que gastan un 27%.  También la media de alumnos por profesor es inferior para todos los niveles de enseñanza, en primaria en España hay 14 alumnos por profesor (15 en la OCDE), en secundaria 11 (en la OCDE hay 13) y 12 en la universidad (frente a los 16 en la OCDE). Además, la retribución de los profesores en España es superior.
Benjamin Franklin decía que “dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”, y si queremos que los profesores involucren a las nuevas generaciones para que aprendan, si queremos una educación del siglo XXI, en donde se adquieran las capacidades de resolución de problemas, de comunicación interpersonal y de trabajo en equipo —que son las capacidades que reclama el mercado laboral de hoy en día— debemos olvidarnos de la centralización y burocratización de los programas educativos y caminar hacia una descentralización y libertad educativa, esto es, olvidarnos de las banderas comunistas para lograr la revolución de la enseñanza.

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