miércoles, 23 de noviembre de 2016

Sobre comercio internacional y globalización

Fernando González sobre la cuestión del comercio internacional y la globalización y sus irrefutables ventajas.

Me quedan dos asignaturas para terminar mi repaso al Máster en Economía UFM-OMMA: la penúltima es Comercio Internacional y Globalización, impartida por el profesor Pablo Guido. No me consta que Donald Trump asistiera a sus clases. Una pena. Para Trump, digo.
Bueno, para él y para muchos otros, la verdad. Creo que la frase que más he oído últimamente sobre esta cuestión es algo así como: “aunque la globalización nos beneficia a todos a largo plazo, no se puede negar que a corto plazo hay colectivos perjudicados”. Pues sí, claro que se puede negar.
En primer lugar, ¿qué entienden por largo y corto plazo? ¿Cuánto tiempo hay que esperar para ver los beneficios? ¿Una generación? ¿Un año? ¿Un día? Las ventajas del libre comercio están aquí, entre nosotros: simplemente hay que entrar en cualquier tienda, física o virtual, y ver la cantidad de productos y servicios que tenemos a nuestra disposición. Hoy. Ahora. Ya. Siempre recuerdo una frase de Jeffrey Tucker sobre lo que cualquier persona que viviera en la Edad Media respondería si se le preguntara qué le parece Wal-Mart: muy probablemente, creería haber llegado al paraíso…
Y en segundo lugar, ¿a qué colectivos se refieren? ¿Qué tipo de perjuicios? ¿Cómo de perjudicados? ¿Mucho o sólo un poco? ¿Comparado con qué? Me da igual que sea un activista radical de izquierdas, con antifaz y cóctel incorporado, o un granjero americano, blanco, ultraconservador y posiblemente creacionista: ambos viven más y mejor que sus padres, no digamos ya que sus abuelos (irse más atrás en esta comparativa familiar, sería un insulto a la inteligencia). Y en caso de que no sea así, será culpa suya, no de otros.
O sea, que no le veo ningún problema a la globalización: de hecho, sólo le veo ventajas. Y así lo demuestran los datos, tanto en términos relativos como absolutos: su análisis permite concluir que a mayor libertad económica, mayor bienestar de los ciudadanos de un país. Esa mayor riqueza se traduce en innumerables beneficios, no sólo económicos (mayor esperanza de vida, menor índice de mortalidad infantil, mayores niveles de educación, más tiempo libre, menos contaminación, etc.), sin que dicho crecimiento suponga una mayor desigualdad económica. Hay que ser muy demagogo, te apellides Trump o Iglesias, para sostener que todo esto es una filfa…
Luego la globalización funciona en la práctica: esta asignatura me permitió entender la teoría que la sustenta, necesariamente relacionada con el comercio internacional. Me gustaron muchos los apuntes que nos dio el profesor Guido sobre balanza de pagos, tipos de cambio (fijo, libre, híbridos) o ventajas absolutas y comparativas. Múltiples lecturas, no sólo de autores clásicos como Adam Smith, David Ricardo o Frederic Bastiat, sino también de algunos otros contemporáneos, como Henry Hazlitt (que va camino de pertenecer al primer grupo, si es que no forma parte de él ya), Jagdish Bhagwati, Douglas Irwin, Alan Blinder o Arnold Kling. Además, un foro donde debatimos un video de Johan Norberg y, por supuesto, un examen final.
Me gustaría reseñar aquí un libro especialmente interesante: Globalization, escrito por Donald J. Boudreaux en 2008: Boudreaux define la globalización en torno al concepto de cooperación no intencional en el ámbito del comercio internacional (es decir, sin que los participantes de los distintos países que intervienen en las diversas transacciones comerciales tengan conocimiento mutuo). Este proceso competitivo se basa en el intercambio y la especialización, siendo su alcance mucho mayor que en cualquier otro periodo de la historia.
Sin embargo, Boudreaux cree que este proceso no es irreversible: los intereses de los políticos y los burócratas pueden ser diferentes de los de la mayoría de los ciudadanos, luego se hace necesario establecer ciertas instituciones que garanticen el libre comercio entre países, tales como la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.
Personalmente, no creo que sean instituciones necesarias, pero sí estoy de acuerdo con su postura dinámica respecto al proceso de globalización, radicalmente contraria al concepto estático de Francis Fukuyama respecto al fin de la Historia, una vez que las democracias liberales se impusieron ideológicamente después de la Guerra Fría: la historia del primer tercio del siglo XX es una prueba de que la libertad, como cualquier otro recurso, también es escasa, y por lo tanto, no podemos darla por supuesta.
Pero la mejor manera de luchar por las libertades individuales es permitir la libertad de comercio y dejar que las personas expresen sus voluntades en términos de intercambios: sé que esto suena evidente en un foro como el Instituto Juan de Mariana, pero no lo era para mí hace no demasiado tiempo, cuando defendía que primero había que acabar con el régimen cubano y después suspender el embargo de Estados Unidos. Hoy no tengo tan claro el orden.

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