domingo, 10 de septiembre de 2017

¿Qué hay detrás de la 'turismofobia'?

FIDE analiza qué hay detrás de la "turismofobia", la última idea del "indiscriminado apadrinamiento de cualquier causa por parte de una izquierda huérfana de ideas y carente de proyecto". 
Artículo de El Confidencial:
Foto: Un grupo de turistas pasea por los alrededores del Parque Güell de Barcelona, donde aparecieron pintadas contrarias al turismo masificado. (EFE)Un grupo de turistas pasea por los alrededores del Parque Güell de Barcelona, donde aparecieron pintadas contrarias al turismo masificado. (EFE)
Las recientes algaradas, manifestaciones y actos de protesta que se han sucedido en Cataluña, Euskadi y Baleares cuestionando la presencia masiva de turistas en las ciudades y calles de Barcelona, San Sebastián o Palma de Mallorca, protagonizadas por grupos minoritarios pero cohesionados y bien organizados, son un elocuente índice del grado de esquizofrenia, desinformación e ignorancia que padece un sector significativo de la nueva izquierda emergente.
La cuestión dista mucho de ser trivial. Y no solo porque, en muchas ocasiones, esas acciones van acompañadas de reprobables comportamientos vandálicos y violentos dirigidos contra el turismo y su entorno (bicicletas, autobuses, etcétera), con la pretensión de perjudicar en la línea de flotación la que constituye la primera industria nacional. Es la latente intencionalidad política que subyace a esa grotesca 'turismofobia' la que evidencia el grado de indigencia intelectual en que se halla sumido un sector de la izquierda posmoderna que se nutre de los restos del naufragio de la promesa de felicidad de la Ilustración.
La focalización de las protestas en torno al fenómeno turístico y su meteórica viralización en las redes sociales no resultan en absoluto sorprendentes. Guardan una coherente línea ideológica con la nueva dinámica de los procesos sociales y el indiscriminado apadrinamiento de cualquier causa por parte de una izquierda huérfana de ideas y carente de proyecto que, incapaz de asumir la agotada herencia de la tradición ilustrada, se ha mostrado igualmente incapaz de imaginar un nuevo ideario, una nueva utopía.
Allí donde prende la mecha del estallido social, aunque evoque con nostalgia reaccionaria la Arcadia preindustrial, los místicos iluminados de esta izquierda contrailustrada e ignorante que se complace en organizar danzas al sol, en auspiciar a charlatanes y estafadores de la peor calaña que condenan la medicina 'oficial' pretendiendo curar el cáncer y el sida con procedimientos homeopáticos, que sin ningún apoyo científico no tienen empaque alguno en proclamar que las vacunas matan o que los alimentos transgénicos generan cáncer, serán los primeros en incendiar la hoguera en nombre de cualquier icono antisistema, aunque en el horizonte se vislumbre el arado y el hacha de bronce.
Se trata de esa fracción, ya no tan minoritaria, que Mauricio-José Schwarz ha calificado con gran acierto como la izquierda Feng-Shui, en referencia a una antigua creencia china que pretende armonizar la vida de la gente con los elementos energéticos y telúricos de la naturaleza. Mauricio Schwarz la define como: "La idea de que poner los muebles y elementos de decoración donde no debes puede matar y destruir tu vida". Una estúpida sandez que pretende entroncar con "la armonía universal de la vida", "el equilibrio natural de todo lo existente" o "la energía misteriosa de los elementos".
Lo que subyace a todo este rosario de insensateces no es más que una beligerante hostilidad a la ciencia, el peor espíritu contrailustrado, la herencia arcaica de nuestro cerebro reptiliano que agita las primitivas pasiones de la sangre y la tierra. Hay una especie de ligazón oculta que vincula soterradamente las pintadas y panfletos contra el turismo, las protestas por la instalación de antenas de telefonía, las terapias alternativas, las propuestas de que se implante el reiki en los hospitales o que se estudie psicología transpersonal en los bachilleratos o la interminable batalla contra los alimentos transgénicos.
El fondo de pantalla que aparece detrás del escenario no es otro que esa visión conspiranoide y precientífica del mundo, que se asienta en falacias argumentales y en sesgos cognitivos, que desprecia los datos, los hechos, estudios y consensos de la comunidad científica. La consigna frente a este florecimiento del primitivismo que nos aboca a un nuevo 'edén de irracionalidad' debe consistir en una exigente apelación al rigor de los hechos, a fomentar la objetividad y el espíritu crítico para forjar un 'temperamento científico' que penetre capilarmente en todo el tejido de la vida social.
El deplorable espectáculo de las ruedas de bicicleta pinchadas, las basuras arrojadas a las calles y los muros de las fachadas luciendo eslóganes contra los turistas no es muy distinto del fanatismo dietético que prohíbe el consumo de carne por la proscripción de los alimentos transgénicos que ha salvado la vida a millones de seres humanos habituados a padecer monumentales hambrunas, o a la promoción de terapias alternativas frente a la 'medicina oficial' —como si hubiera otra—, o a la indiscriminada devoción de lo 'natural', convertido en una especie de mística que olvida que la naturaleza cruel y amoral carece de compasión y ha acabado con la vida de especies enteras, o, por fin, de las innumerables patrañas que se enmascaran bajo la etiqueta de lo 'paranormal' en el supermercado posmoderno de la 'new age'.
Lo verdaderamente asombroso y lamentable de todo ello es que un sector de la nueva izquierda emergente haya hecho suya esa visión del mundo que no solo carece de pertinencia intelectual, sino que se sitúa en flagrante e irreconciliable conflicto con el estado actual del conocimiento científico. Ese modo de contemplar el mundo que nos rodea es tributario del espíritu precientífico de los oscuros tiempos del Medievo. La Ilustración ha iluminado definitivamente el camino del progreso. La senda que tenemos que recorrer es la estela que nos ha legado el conocimiento científico. No hay ningún paraíso perdido en ese supuesto adánico regreso al pasado. No hallaremos consuelo en la nostalgia de un tiempo para siempre perdido. Solo la herencia de la Ilustración puede salvarnos.

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