martes, 21 de noviembre de 2017

Los economistas ortodoxos encubrieron los males del comunismo

Daniel J. Mitchell muestra de qué manera los economistas ortodoxos, muchos de ellos de renombre, encubrieron los males del comunismo, lo cual no tiene perdón a partir fundamentalmente de la década de los 80, y ya no digamos hoy en día. 
Artículo del Instituto Mises: 
Para “conmemorar” el centenario de la revolución bolchevique en Rusia, he estado compartiendo una serie de artículos sobre los males del comunismo.
Hoy voy a ocuparme de mi profesión.
Pero voy a hacer todo lo posible por ser justo. No voy a condenar a los economistas que en las décadas de 1920 y 1930 simpatizaban con la planificación centralizada. Estaban terriblemente equivocados, pero eso pasaba antes de que los economistas de la Escuela Austriaca ganaran el “debate del cálculo socialista”. Así que les daremos un inmerecido aprobado.
E incluso perdonaremos el pensamiento mal dirigido de economistas que simpatizaban con el comunismo en el primer par de décadas después de la Segunda Guerra Mundial. Después de todo, tal vez hubieran sido simplemente incautos cuando aceptaban y regurgitaban ciegamente estadísticas de la Unión Soviética (igual que pienso que alguna gente hoy está siendo algo ingenua cuando acepta las estadísticas que hoy vienen de Pekín).
Pero no hay ninguna excusa para ningún ser consciente (especialmente un economista) que haya alabado el decrépito modelo económico comunista en el momento en que llegamos a la década de 1980.
Aun así, algunos eminentes economistas fueron culpables de encubrir los pecados del comunismo. Yo condené a Paul Samuelson hace dos años (aunque solo en una posdata) por su ingenua evaluación de la economía soviética. No había absolutamente ninguna excusa para que escribiera que “la economía soviética es una prueba de que (…) una economía ordenada socialista puede funcionar e incluso prosperar”.
Especialmente porque hizo esa afirmación poco antes de que se derrumbara el Muro de Berlín. Para esto hace falta un tipo especial de ignorancia.
Pero Samuelson no fue el único economista académico que diseminó tonterías. Alex Tabarrok, de Marginal Revolution, comparte algunos ejemplos adicionales de mala formación.
Y análisis todavía más disparatados pueden encontrarse asimismo en otro libro de texto con enormes ventas, la Economía de McConnell (que todavía se vende enormemente hoy). Igual que Samuelson, McConnell estimaba el PIB en la mitad del de Estados Unidos en 1963, pero mostraba que los soviéticos estaban invirtiendo una mayor porción del PIB y por tanto creciendo a tasas “de 2 a 3 veces” más altas que las de EEUU. De hecho, a lo largo de al menos diez ediciones (!), los soviéticos continuaban creciendo más rápido que EEUU ¡e incluso en la edición de 1990 del libro de McConnell el PIB soviético seguía siendo la mitad del de Estados Unidos!
El profesor Tabarrok especula sobre por qué algunos economistas estaban tan equivocados.
Para hacer sus predicciones, Samuelson y McConnell confiaban enormemente en la frontera de posibilidades de producción, la idea de que el equilibrio esencial para cualquier sociedad estaba entre “cañones y mantequilla”.
Es verdad que la frontera de posibilidades de producción es una herramienta analítica útil para los economistas.
Pero estos economistas erraban en suponer que los planificadores centralizados podían asignar eficientemente los recursos. Más en concreto, observaban los altos niveles de supuesta inversión en las naciones comunistas y suponían que eso significaría tasas más rápidas de crecimiento.
Esa teoría es correcta, pero solo si el capital es asignado por el sector privado en un sistema gobernado por precios de mercado. Por el contrario, la inversión pública es una receta para el amiguismo, la ineficiencia, la corrupción y el desperdicio.
Si estuviéramos creando un parnaso de malos economistas, también querríamos incluir a Lester Thurow, que fue básicamente el Paul Krugman de la década de 1980. Como se narraba en esta entrevista de la Institución Hoover, también alabó a la Unión Soviética hasta el momento en que se derrumbó.
ZINSMEISTER Pero ¿por qué se ha permitido que se escabullesen personas que han demostrado estar calamitosamente equivocadas? Por ejemplo, esta es una cita de Lester Thurow (¡decano de la escuela de negocios del MIT, por Dios!), que escribía en 1989: “¿Puede el intervencionismo económico acelerar significativamente proceso de crecimiento? El notable rendimiento de la Unión Soviética sugiere que sí. Hoy es un país cuyos logros económicos pueden compararse con los Estados Unidos”. ¿Por qué no se ha rechazado de inmediato a este tipo?
CONQUEST Estas personas eran incautas. Creían imágenes y declaraciones acerca de la Unión Soviética que no estaban de acuerdo con la realidad. Esto también se aplicaba en la Unión Soviética. Tenías que creer que el lugar estaba feliz, bien alimentado y todo eso. (…) había dos uniones soviéticas distintas: la real y la que se mostraba en Occidente. A menudo, la irreal estaba respaldada por enormes cantidades de estadísticas impresionantes y falsas. Hacen falta dos personas para vender el puente de Brooklyn: necesitas un estafador y un incauto. Los apologistas en este país se tragaron la basura acerca del comunismo porque no les gustaba que la gente presentara la otra visión.
Acabemos con una observación asombrosa (y deprimente).
Un artículo del profesor Bryan Caplan para la Foundation for Economic Education se fija en la Economía AP de Princeton Review y señala que todavía hay algunos economistas que sufren ceguera moral.
Cuando estaba estudiando economía por primera vez, me sorprendió lo procomunistas que eran muchos libros de texto de economía. (…) los libros de texto eran muy positivos en relación con el historial del comunismo. (…) Muchos autores de libros de texto eran, en dos palabras, incautos comunistas.
Tristemente siguen existiendo algunos incautos comunistas y trabajan en Princeton Review. Caplan destaca este extracto del libro.
El comunismo es un sistema diseñado para minimizar el desequilibrio en riqueza a través de la propiedad colectiva. Los legisladores de un solo partido político (el partido comunista) dividen la riqueza disponible por igual entre los ciudadanos. Los problemas con el comunista incluyen una falta de incentivos para esfuerzos adicionales, asunción de riesgos e innovación. El papel crítico del gobierno central en la asignación de recursos y el establecimiento de niveles de producción hacen a este sistema especialmente vulnerable a la corrupción.
Bryan explica a continuación por qué la Economía AP es una tontería.
La línea comunista oficial era que la propiedad colectiva llevaría a un alto crecimiento económico, y en último término al cuerno de la abundancia. En la práctica, los regímenes comunistas hicieron de la propiedad colectiva un fin en sí mismo. Basta con que os fijéis en sus repetidas colectivizaciones agrarias, que causaron horribles hambrunas a corto plazo y baja productividad agrícola a largo plazo. (…) Los regímenes comunistas empezaron con el asesinato masivo de sus enemigos políticos, los empresarios y sus familias. Luego se apropiaron de la tierra de los campesinos, llevando a hambrunas infernales. (…) Y ningún régimen comunista ha tratado nunca de “dividir la riqueza por igual”. Aparte de los baños de sangre, los regímenes comunistas siempre ponen el confort de los miembros del Partido por encima de las mismas vidas de los ciudadanos normales.
No sé si reír o llorar.
La gente buena rechazó el comunismo desde su concepción, porque se basaba en la idea y moral de que los individuos deberían someterse al estado (la misma ideología que el fascismo y otros movimientos colectivistas).
Como señalaba antes, estoy dispuesto a perdonar a otros (al menos en las primeras décadas) por pensar que el comunismo podría ser un éxito económico.
Pero no tengo más que desdén hacia aquellos que defendían el totalitarismo en la década de 1980 (o todavía hoy). Los economistas ya han sido objeto de burla y es fácil entender por qué después de ver cómo algunos de ellos justificaban un sistema malvado.

El artículo original se encuentra aquí.

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