jueves, 8 de febrero de 2018

El círculo vicioso de la administración

Luís I. Gómez analiza el círculo vicioso de la Administración a raíz de la sobreregulación y burocracia existente, tomando como ejemplo al Ayuntamiento de Valencia y la concesión de licencias. 

Artículo de Desde el Exilio: 
El Ayuntamiento de Valencia acumula retrasos en la gestión de los expedientes de obras y otras licencias que alcanzan los dos años. Esto ha costado el cese de algún jefe de departamento que sirve como cabeza de turco a los verdaderos responsables. Ribó no es el único responsable de lo que ocurre en las dependencias que gobierna, solo es el último y el máximo. El proverbial funcionamiento deficiente del consistorio de la capital del Turia se remonta a la época de Rita Barberá. Un ayuntamiento que no ha parado de crecer tanto en regulaciones autoimpuestas como en mal funcionamiento administrativo. La sección de licencias ambientales ha perdido en los últimos años al 70% de la plantilla, según contestación en el pleno municipal a una pregunta de la oposición, que recogen los medios. Éramos pocos y cada vez menos, por lo que se ve.
Ya es bastante kafkiano que un tercero cobre por no hacer nada cada vez que tú quieras hacer obras en tu casa o abrir un establecimiento comercial, para que, cada vez que el asunto se complica mínimamente y precise del escrutinio del Estado, porque el Estado lo dice so pena y bajo amenaza, encima te tengan esperando años. Algo absolutamente desorbitado. Resulta chocante el hecho de que siendo como es cierto que las últimas legislaciones en materia de licencias van en la dirección de la Declaración Responsable, donde el solicitante ya declara cumplir la ley y asume toda la responsabilidad, aligerando grandemente el trabajo administrativo, los retrasos vayan in crescendo. Esto ha mejorado notablemente en muchos municipios, pero por alguna razón los trabajadores del Señor Ribó siguen colapsados.
Quizá la característica principal que diferencia Valencia de otros municipios es su profusa y detalladamente absurda cantidad de ordenanzas y planes. Su inmensa autoimpuesta burocracia que desborda su capacidad. Resulta insultante la facilidad de algunas administraciones para regular específicamente lo que ya está regulado específicamente por un orden reglamentario superior, cargando a sus trabajadores de labores inútiles, emitiendo informes que no sirven para nada y acabando con la paciencia del ciudadano y de paso con la ilusión por el trabajo bien hecho de algún bienintencionado trabajador novel. En pos de no se sabe muy bien qué la creación de procedimientos inútiles llega al absurdo de negar el registro de entrada a los solicitantes, sufridos ciudadanos. Algo del todo irregular.
Como ya sabían los romanos, más leyes no son sinónimo de mejor convivencia, si no de más corrupción, de más opresión y de menos libertad. De agravios comparativos y de dificultad en la gestión.
Lo malo no es que un Ayuntamiento funcione mal. Lo peor es desde luego que esta es la consecuencia necesaria de un país sobrerregulado. Un país cuyas instituciones, cuando alcanzan suficiente tamaño, entran en un círculo vicioso de autofagocitación. Las leyes creadas para hacer funcionar el ente se acaban por comer al ente. Y ya se sabe que todos podemos comer manjares, pero acabamos cagando lo mismo. Y huele desde aquí.

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