martes, 20 de febrero de 2018

La conspiración del Poder contra las Redes Sociales

Javier Benegas analiza la conspiración del Poder contra las Redes Sociales. 

Artículo de Disidentia:
Dicen que 2017 ha sido el annus horribilis de las Redes Sociales. El último en sumarse al linchamiento general de Facebook y Twitter antes de finalizar 2017 fue el hoy converso Sean Parker, creador en su día de Napster y primer presidente de Facebook en 2004, que el 8 de noviembre en un acto de la firma Axios en Filadelfia se declaró arrepentido de haber impulsado Facebook.
Según transcribe Joseba Elola en El País, el bueno (ahora) de Parker confesó que para conseguir que la gente se enganchara a la red, era preciso generar descargas de dopamina, breves instantes de felicidad; y que estas descargas correrían a cargo de los me gusta de los amigos. “Eso explota una vulnerabilidad de la psicología humana”, explicó Parker. Y añadió compungido: “Los inventores de esto, tanto yo, como Mark [Zuckerberg], como Kevin Systrom [Instagram] y toda esa gente, lo sabíamos. A pesar de ello, lo hicimos”.

La amortización moral de la riqueza recibida… y nunca devuelta  

Nada más tener noticia de este acto de contrición, no pude evitar encontrar cierto paralelismo con la reciente iniciativa #MeToo, donde un grupo de actrices de Hollywood emprendieron una campaña de “empoderamiento” femenino, entonando el mea culpa… tras décadas de espléndidas transacciones económicas a cambio de principios y silencio.
Una vez el enriquecimiento se ha consumado, estos arrepentimientos tienen mucho de amortización interesada y muy poco de autenticidad. Dicho en otras palabras, que ahora, tanto las enriquecidas actrices de la plataforma #MeToo como el millonario Sean Parker, se revuelvan contra la mano que les dio de comer resulta sospechoso, máxime cuando sus golpes en el pecho no llevan aparejada la renuncia a su fortuna; todo lo más, sacrifican simbólicamente a la gallina de los huevos de oro que ya les dio todos los huevos que podía. Nunca el arrepentimiento fue tan económico… ni interesado.

Una descarnada lucha por la influencia… y el dinero

Oh, sí, las empresas que controlan las redes sociales pueden y deben mejorar. Como también pueden y deben mejorar, y mucho, los diarios que tratan al público como si fuera menor de edad. Diarios que, en el caso de EEUU, han logrado la cuadratura del círculo; es decir, que, según sus informaciones, sus enemigos se equivoquen hasta cuando aciertan. En definitiva, de la mejora de algoritmos en las redes sociales al linchamiento media un abismo… un sospechoso y siniestro abismo, en cuyas profundidades resuena poderoso el grito de guerra lanzado por George Soros.
De pronto, las mismas redes antaño símbolo de la liberadora globalización, que viralizaron el “Yes We Can” de Obama y fueron imprescindibles para el triunfo electoral del “bien” en los Estados Unidos, han devenido en máquinas demoniacas que, a lo que parece, sólo propagan posverdades.
George Soros
Aquellos maravillosos inventos que reprodujeron decenas de millones de veces el vídeo hip hop de Black Eyed Peas, que nos permitieron seguir en tiempo real la Primavera árabe propagar la democracia a escala mundial, se han vuelto de pronto en la encarnación del mal, un demonio al que de una forma u otra hay que conjurar. El fin justificará cualquier medio, tiempo al tiempo.
Con la victoria de Donald Trump el idilio del progresismo con las redes sociales quebró y ha devenido en una guerra sin cuartel, donde las presiones, no ya a las empresas sino directamente a los nombres propios, son cada día más virulentas.
De hecho, no es casual que el “arrepentido” Sean Parker fuera más allá de citar a Twitter y Facebook y nombrara a sus máximos responsables con nombres y apellidos. Porque una cosa es arremeter contra una compañía que, amparada en su marca, sus recursos y el servicio que presta al público, puede resistir, y otra distinta colocar en el punto de mira a la persona.
Atacar a unas redes sociales a las que se han acostumbrado cientos de millones de individuos es harto complicado, pero trasladar la presión del pánico moral a quienes las dirigen es harina de otro costal. Una vez señaladas las personas, y no las entidades, el linchamiento social se convierte en una amenaza muy disuasoria.

Las redes sociales no son el verdadero peligro

¿Pero que hay de verdad y qué de interés en esta cruzada contra las redes sociales? De verdad, poca o muy poca; de interés, mucho. Está ocurriendo con las redes lo mismo que con la democracia, que es muy buena y deseable… cuando nos da la razón y el poder. Pero cuando no nos da ni la razón ni el poder pasa a cuestionarse.
Explicaba en otro artículo la verdadera magnitud de la supuesta amenaza, tomando como referencia la pasada campaña presidencial norteamericana. Durante esa campaña, cada noticia falsa en Facebook a duras penas alcanzaba el millón de interacciones; mucho menos de lecturas. Para entender la verdadera proporción de la supuesta “amenaza”, en los Estados Unidos un diario online especializado, no generalista, produce constantemente contenidos que, en apenas 48 horas, alcanzan el millón de lecturas (verdaderas lecturas, no acciones ni interacción derivada, como marcar un me gusta en algo que en realidad ni se ha leído).
Si es así en medios especializados, con audiencias limitadas, ¿qué difusión alcanzarán los grandes diarios cuyas cifras de usuarios mensuales oscilan entre los 50 y los 140 millones y que, además, cuentan con plantillas de hasta 600 periodistas y potentes equipos de RRSS, dedicados a generar y difundir contenidos a todas horas, no siempre ni mucho menos veraces? La desproporción ya sería estratosférica si además sumáramos la desinformación proveniente de los grandes canales televisivos.
Hay una gran diferencia entre leer, interactuar, compartir o simplemente añadir un comentario en un contenido de Facebook, y estar automáticamente de acuerdo con él. ¿Qué fue del sagrado lema “compartir no es avalar”? El verdadero peso estadístico de una noticia falsa está en su polémica, su discusión y sus consiguientes interacciones; no en la aceptación acrítica.
En realidad, los medios tradicionales, para amplificar la desconfianza en las redes sociales, lo que están haciendo es calificarnos a todos de idiotas. Y eso sí que es un disparate. Y lo es no por compasión, sino por simple improbabilidad estadística. Sin embargo, el público se ha convertido en la víctima colateral de un ajuste de cuentas del poder tradicional contra las nuevas tecnologías. La democratización de la información no interesa.

También en España se ha abierto la veda

Esta actitud no es exclusiva de los Estados Unidos, se reproduce en todas partes; también en España. Resulta paradigmática la columna de Juan Luis Cebrián titulada La prensa libre, frente a la posverdad, en donde el personaje llega a apelar a “los valores del liberalismo clásico” para exigir —he aquí el quid de la cuestión— que “los medios de referencia recuperen su papel central”. Traducido al español claroque los diarios tradicionales sigan siendo los únicos creadores y, sobre todo, los únicos manipuladores de la opinión pública. El mismo que semanas antes confundía interesadamente la legítima reacción popular contra la asonada de los secesionistas con un brote psicótico de centralismo, reclamaba el derecho de los diarios a seguir monopolizando la mentira.
Lógico que Cebrián cargue contra la posverdad, es decir, contra la pérdida de influencia de los viejos medios en beneficio de las redes sociales. Al fin y al cabo, las redes han resultado claves a la hora de dinamizar al público español, no sólo contra la amenaza de la secesión de Cataluña, sino sobre todo metiendo presión a nuestros políticos, impidiéndoles que solventaran el conflicto catalán mediante el habitual pasteleo entre bambalinas y la cesión final acostumbrada. Es decir, las redes sociales están sirviendo a los españoles para fiscalizar a sus políticos, cosa que los medios tradicionales difícilmente harían de manera tan eficaz; mucho menos de forma desinteresada, sin ninguna contrapartida.
En conclusión, nos encontramos en un momento crítico, donde las viejas estructuras de poder intentan por todos los medios retrotraernos a tiempos pretéritos, donde un puñado de magnates, intelectuales, políticos y periodistas confeccionaban el menú informativo y las noticias eran habas contadas siempre por las mismas manos. Internet ha roto este viejo esquema de poder. Pero sus viejos beneficiarios no se dan por vencidos. Y tienen mucho peligro.

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